El y yo

El y yo

R. A. FONT BERNARD
Yo acompañé al Doctor Joaquín Balaguer, durante dos de los tres años y medio que vivió exiliado en Nueva York, perseguido por el odio de la oligarquía dirigente de la Unión Cívica Nacional. Era allí, un extranjero indocumentado, vigilado por el FBI, y obligado a presentarse todos los sábados en las Oficinas de Migración del Distrito de Manhattan. Vivía modestamente en el Hotel Wellington (Seven Avenue at Fifty Avenue), en donde en las mañanas, escribía torpemente en una maquinilla portátil, los mensajes que enviaba al país, antes de que dispusiese de una secretaria remunerada, tras las formal instalación del Partido Reformista en dicha ciudad.

Durante su permanencia de tres meses, en la Nunciatura de la Santa Cede, el entonces Canciller de la República, Licenciado José Bonilla Atiles, se opuso a la posibilidad de que pudiese salir del país, no obstante las diligentes actuaciones del Nuncio Antonio del Guidice. Se les indicaba como corresponsable de los crímenes de Trujillo, y hasta se redactó un proyecto de sentencia – una copia de la cual conservamos por muchos años-, condenándole a treinta años de prisión, juntamente con el General Rafael L. Trujillo hijo. Y cuando finalmente se le entregó el pasaporte, para que pudiese viajar al exterior se estableció brevemente en Puerto Rico, donde se le declaró persona no grata, por considerarse peligrosa su cercanía al territorio nacional. Al regresar al país, el año 1965, yo asumí las funciones de Secretario Privado, encargado de la propaganda del Partido Reformista, codirector del periódico, y en colaboración con Aliro Paulino. Y en el curso de la campaña electoral, recorrí junto a él, el territorio nacional, en una actividad proselitista, llena de riesgos y acechanzas. Y tras el triunfo electoral del 16 de mayo, ingresé junto a él al Palacio Nacional, investido de la función de ideólogo, creador de la frase publicitaria «Balaguer es la Paz», para justificar las sucesivas reelecciones del período de los doce años, en oposición a las irreflexivas provocaciones ,de una izquierda responsabilizadas de secuestros, atracos a instituciones bancarias, y asesinatos de agentes del orden publico.

De ese período, consta en las colecciones de los periódicos, mis participaciones por la radio, la televisión y la prensa escrita, en las campañas electorales de los años 1970, 1974 y 1978. en ellas contendían figuras tan relevantes, como el periodista Rafael Herrera, los Doctores José A. García Aviar y Julio G. Campillo Pérez, el erudito R.P. Thonson (seudónimo del Doctor Oscar Robles Toledano, y hasta del propio profesor Bosch. De esos años datan también, mi defensa de las Leyes Agrarias, y los contactos con los intelectuales de la Revolución cubana, que condujeron al reconocimiento legal del Partido Comunista Dominicano. Con ese propósito, prohijé, con el apoyo del Presidente, la Repatriación de los restos mortales del poeta Fabio Fiallo, fallecido en La Habana el, año 1942. Documentos testimoniales que conservo en mis archivos, certifican como mediante mi mediación y la complicidad del Doctor Balaguer, fueron preservadas las vidas de muchos jóvenes valiosos, entre los que me permito mencionar al Doctor Roberto Santana, luego Rector de la Universidad de Santo Domingo. Incluyendo además, al Doctor Peña Gómez y al profesor Bosch. Ambos objeto de la malevolencia de los entonces llamados «incontrolables» dentro del Partido Reformista.

Tras la derrota electoral del 1978, consideré que el Doctor Balaguer, ya septuagenario e invidente, no debía presentarse nueva vez, como una opción electoral. Con ese motivo, publiqué diez artículos en el periódico HOY, con el título, genérico de «Cartas del Doctor Balaguer». Para escribirlos seleccioné ejemplos históricos del ámbito universal, destinados a disuadirle de un nuevo ejercicio presidencial, en el que quedaría – como quedó -, secuestrado por una gavilla de truhanes, que excitaban interesadamente su lujuria del poder.

Pero luego de la humillación que supuso la reducción de dos años en el período para el que fué elegido, en el discutido certamen del 1986, reanudé mis relaciones con él, en un reencuentro calificable de nostálgico. Yo lo aprovechaba, para iluminar sus años postreros, con emotivas conversaciones, centradas en su pasión por la poesía. Le sometía frecuentemente, a ejercicios nemotécnicos, con el recitado inicial de unos versos, a lo que el correpondía con los recursos de su privilegiada memoria. El, afortunado autor de la obra titulada «Apuntes para una historia prosódica de la métrica castellana», asumía frente a mi, una actitud magisterial, respondiendo a mis intencionadas preguntas. ¿Qué es un verso quebrado? ¿Qué es el estrabote? ¿Qué ipinome? Se  divertía analizando la métrica de Rubén Darío, y detestaba a Manuel del Cabral y a García Lorca, a quienes calificaba como «poeta folflóricos de tono menor».

En mi última visita advertí que su salud declinaba, inesperadamente para mí. Y para  reanimarle, recurrí al recitado de unos versos humorísticos, del siglo XV, atribuidos al poeta Baltasar de Alcázar; que figuran en todas las didácticas de la literatura española:

«En Jaen donde  reside,
Vive don Juan Lope de Sosa,
Y direte Ines la cosa,
Más brava que de él he oído».

Se mostró desatendido de mi recitación, y al tocarle las manos, lo presentí a la vera de la muerte.

Falleció días después y al verle yaciente, con la banda presidencial ceñida junto a pecho, memoricé la oración fúnebre del Abarre Bosset, ante los restos mortales de Enriqueta María de Francia, reina de Inglaterra , apropiados para su despedida: «No, después de lo que acabamos de ver, la salud no es sino un sueño, la gloria una apariencia, las gracias y los placeres sino un peligroso pasatiempo. Todo es vano entre nosotros»,/ Ahora reside al otro lado del tiempo. Es ya un inquilino de la inmortalidad dominicana. En ella reinarán, no obstante las mezquindades de quienes apedrean las estatuas de los próceres.

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