En horas, los electores tendrán la oportunidad de seleccionar con su voto toda la estructura institucional en el ámbito municipal, congresual y presidencial. Aunque no puedo predecir con exactitud el orden de los beneficiarios de la voluntad popular nadie pone en tela de juicio los catastróficos resultados de un partido que, como el PRD, representó desde el advenimiento de la democracia la principal fuerza política en el país.
Exceptuando los años 1970 y 1974, el partido de José Francisco Peña Gómez jugó un papel estelar en toda la transición democrática y sirvió de expresión electoral capaz de aglutinar los sectores populares que asumían el PRD como el instrumento por excelencia para canalizar las aspiraciones de las franjas excluidas. Y es ahora, en medio con un gestor sin brillo intelectual, desconectado de la raíz social de la organización, incapaz de someterse al escrutinio ciudadano y seducido por la idea de incrementar su patrimonio personal a expensas de reducir la potencialidad electoral del partido que se contarán los votos en la casilla #1. Además, una alianza que, de ser exitosa, serviría de reparto indecoroso a gente profundamente convencida de que al aparato estatal se llega para desviar fondos públicos a bolsillos privados.
En el orden práctico, los peledeístas no votan por el PRD. La construcción misma del PLD descansó en negar el partido blanco. Y si bien es cierto que los cambios experimentados en el cuadro electoral dominicano distan mucho de aquellos años de confrontaciones personales y acusaciones insensatas entre ambas organizaciones, para nadie es un secreto los niveles de resistencia existentes alrededor de Miguel Vargas Maldonado en circuitos esenciales del oficialismo. Un peledeísta típico desdeña el perfil del actual amo del partido blanco, pero el sentido electorero conduce al uso inteligente de siglas con arraigo en la cultura política. En el fondo, Danilo Medina sacó provecho de un arreglo que para sus metas electorales sirve de seguro coyuntural y el otro lado de la moneda anhelan protección política y financiera.
El día 15 de mayo el otrora poderoso PRD no podrá exhibir su histórica contundencia partidaria porque en esencia, sus letras servirán de sombrilla para votos que se alquilan en el mercado electoral. Y así serán medidos. En tres o cuadro demarcaciones, el liderazgo local con potencialidad municipal o congresual terminará defendiendo la honra de la organización debido al impacto que tiene en ciertas comunidades la preservación de nóminas. Después del pase de balance del proceso se sabrá quién ganó, pero de antemano si existiera un personaje “victorioso” en el proceso no podrá medirse por cuantías de votos recibidos sino como consecuencia de las operaciones financieras derivadas de un pacto con “un ganador”.
Un partido que proyecta experimentar una increíble baja en la estima electoral deberá establecer cuotas de responsabilidad. Nadie que conduzca una nave hacia puerto inseguro posee autoridad moral de mantener el control de la embarcación. Será tarea esencial de los marineros del barco definir un nuevo timonel para desviarla del caos y destino fatal. Realmente es la tarea pendiente desde el 15 de mayo.
El previsible comportamiento electoral del PRD servirá de referencia para no reproducir los esquemas donde las ideas se sustituyeron por el dinero, el talento por el servilismo y la independencia de criterios doblada por servir de eco al jefe partidario. Es ahí, y no en otro punto, donde comenzó el período de mayor degradación de un partido llamado a mantener viva la llama de las conquistas democráticas que tanto costaron a generaciones capaces de entregarlo todo a cambio de un ideal redentor.

Los votos proyectados a la casilla del PRD representan el tamaño que en la estima ciudadana tiene Miguel Vargas Maldonado. Y la mudanza del histórico elector perredeísta retrata el deseo de amplios núcleos en procurar propuestas decentes, en capacidad de transformar la política y asqueadas por exponentes que anhelan un partido pequeño para grandes negocios.