Imposible concebir hoy el potencial o nivel de desarrollo y bienestar humano sin interrelacionarlo con la eficiencia y cobertura social del suministro energético. Precisamente éste, la universalidad del servicio, era uno de los Objetivos del Milenio comprendidos en el compromiso global para el 2015. Obviamente, es uno de los incumplidos. La electricidad es la energía que más se utiliza en el mundo y la que tiene mayor incidencia en la satisfacción de necesidades sociales y el desarrollo económico y tecnológico de cualquier país. Entiéndase, que significa productividad y competitividad y, consecuentemente, potencial de desarrollo y bienestar humano.
La evolución de la sociedad conlleva, cada vez más, un dinámico desarrollo de servicios energéticos y sin el desarrollo de estos una sociedad se estanca y hasta retrocede. Es un círculo vicioso ineludible: mayor cobertura eléctrica genera más desarrollo y éste va a requerir más generación. Proceso de inversión incesante. Las estrategias gubernamentales no pueden ignorar las tendencias globales que la experiencia y las tendencias aconsejan: hoy es más racional que en nuevas inversiones se prioricen las “energías limpias” y sustentables, empezando a reducir la incidencia de combustibles fósiles en la matriz energética nacional. Sin embargo, no se puede pasar por alto una visión integral del problema. No se trata solamente de incrementar capacidad sino, también, de su uso eficiente, del ahorro de la misma, porque ello potencia la disponibilidad de recursos. Hay igualmente un factor de concienciación de la población. Para el sector privado eso se comprende mejor porque “siente” el peso del costo energético en sus niveles de rentabilidad por lo que es un interesado de primer orden en la eficiencia del sistema energético. Tanto por el lado de la oferta como de la demanda.
La pobreza energética es uno de los grandes problemas que todavía afronta el mundo en pleno siglo XXI. De acuerdo con la Agencia Internacional de Energía, en el mundo sobreviven cerca de 1500 millones personas sin servicio eléctrico. Las pequeñas islas del Caribe, de acuerdo con el BID, registran los “mayores costes energéticos del mundo” y, ya dijimos, la energía es uno de los determinantes esenciales de la productividad y los niveles de competitividad. En el 2014 en el Caribe el kilovatio/hora costaba 45 centavos de dólar, en tanto que en Miami, por ejemplo, no pasa de 8 o 9. Sin embargo, en el sector hotelero, clave en la mayoría de las islas del Caribe, el coste operativo de los mismos se basa hasta en un tercio en la energía. Imposible ser verdaderamente competitivo. Es un gran desafío, pero igualmente hoy estamos frente a enormes oportunidades. El mundo se ha situado en el vórtice crucial de un giro estratégico en la producción de energía ante las alternativas que la tecnología ofrece de aprovechar un nuevo “menú” de opciones de fuentes más eficientes y socialmente más conscientes. En todas las sociedades, incluyendo la nuestra, los sectores públicos y privados deben aunar esfuerzos e iniciativas.