Elegía a la Patria (1)

Elegía a la Patria (1)

Escuchen gobernantes todos:
Con palabras seductoras, como mozo ante doncella, ustedes conquistan el poder. Convencen corazones con la ilusión de cambio y de un mejor mañana.
Sin embargo, una vez en el trono, no esperan mucho para echar por tierra promesas y sueños anhelados.
Con pies sobre el enlozado pulido y guarnecidos bajo columnas de marfil, se tornan fatuos, petulantes y orgullosos.
Se dan a la lujuria, a la glotonería y a la vanidad.
Rodeados de los suyos, ordenan mesas suculentas, vino de viñedos lejanos y atuendos delicados.
Entre liras y arpas, ustedes se tragan al pueblo como hiena a su presa. Se hacen ciegos al sufrimiento de los hijos de la Patria; no escuchan los quejidos de miserias.
Los pobres carecen de bien, pero ustedes responden con cargas mucho más pesadas, gravando el aceite y el abrigo de calentar.
La indiferencia y la insensibilidad les hacen gobernar con vara de hierro y yugo opresor.
La nación tiembla, se ve en ruina, en espanto y en oscuridad.
Las ciudades sitiadas sufren de enemigos; pero a esta Patria la oprimen sus propios hijos; los que prometieron liberarla.
Gobiernan con capricho. Pero intentan disimularlo.
Son guías extraviados que tuercen el rumbo del bien.
No hay sustento ni provisión.
Los nobles sufren hambre, temor, andan a tientas, padecen sed y angustia.
¿Quién defiende a huérfanos y viudas?
¿No son, acaso, los que deben proteger y amparar los primeros en oprimir y burlarse de los que nada tienen?
Los ancianos terminan sus días en espanto.
Ustedes aman el soborno y son cómplices de los que corren tras prebendas.
Están llenos de tinieblas y llaman a lo bueno malo y a lo malo bueno; y tienen por consejeros a agoreros y a expertos en trampas.

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