Gobernantes del pueblo, ustedes llenan sus arcones del oro y de la plata de la nación. Sus manos están llenas de rapiñas y de sangre.
Con astucia esconden el tesoro en la noche, protegidos por los centinelas del pueblo y por la indiferencia de los jueces. Cuando el pobre es acusado de hurtar carne, la sentencia es severa; pero nada ocurre a los corruptos: los jefes de la ley comen en sus mesas y se embriagan en sus celebraciones.
Todos los poderosos se unifican en sus andanzas, hacen y remiendan la ley conforme a sus apetencias y se protegen como cofradía.
Gime el niño sin leche, desfallece el obrero con salario de miseria, crujen los huesos de los sin techo, sufre el enfermo y deambulan los jóvenes por muladares sin saber qué hacer.
Escuchen ahora, gobernantes, para ustedes habrá un día. Pero no con la justicia que ustedes traman. Ya se escuchan los pasos de la muerte. Ustedes pronto gotearán como fruta madura.
No importara el perfume, la riqueza ni el poder.
Pronto caerán en el hoyo donde la ropa será atravesada por los gusanos y las lombrices y por el hedor de la podredumbre. Todos los tiranos y muertos del Hades les darán la bienvenida.
Ellos les dirán:
-A ustedes también les llegó la hora.
Aquí no hay descanso: remordimiento, angustia, dolor y pesar por nuestra rapiña e hipocresía.
¡Ay si lo hubiéramos sabido!
Habrá elegía, cánticos de tristeza, banderas a media asta, marcha de soldados, toque de trompeta, silencio en palacio y duelo en el país.
Sin embargo, terminarán en el corazón de la tierra, oculto en tinieblas y dejados en la soledad.
Entonces las viudas tomarán lo suyo y entregarán lo sobrante a quienes repartirán entre desconocidos.