Elena Lorat o la identidad como cuestión

Elena Lorat o la identidad como cuestión

Un documento de identidad personal contiene como datos generales: nombres y apellidos, fecha y lugar de nacimiento, sexo, estatura, color de los ojos (o la etnia en algunos países). Con estos se establece que la persona a quien pertenecen es única, que nadie más tiene exactamente esas cualidades. Pero la identidad de una persona no se reduce sólo a esas referencias, ésta es algo más intangible, más importante, es lo que en esencia es un individuo.

Elena Lorat, una talentosa joven de padres haitianos, en una comparecencia en el programa de televisión UNO+UNO, hizo una desgarradora narración del drama por el que atraviesa, porque la  Junta Central Electoral se niega a darle su documento de identidad personal, a pesar de su incuestionable identidad dominicana. Ese mismo drama lo viven, niñas/niños, adolecentes y adultos cuyas condiciones de parentesco y origen  son similares a los de Elena y que al momento de su nacimiento en este país, la Constitución le reconocía el derecho a la nacionalidad dominicana.

Ante la sugerencia que le hiciera un funcionario de la JCE, de que se fuera hacia Haití, Elena, sin proponérselo, planteó lo que es la esencia del concepto de identidad. Dijo que aquí nació y estudió que toda su vida ha discurrido en este país, el lugar donde echó y tiene sus raíces, que sus recuerdos y vivencias son los lugares de aquí y que su lengua es nuestro castellano (por lo tanto su estructura de pensamiento).

La identidad es una construcción permanente, líquida, que se va nutriendo de las experiencias que se viven: en un espacio, en un territorio, en el relacionamiento con otras personas, no importa de dónde éstas sean y en ese sentido, la identidad de Elena, como quienes están en el mismo caso de ella, se ha construido como dominicana, con todos los matices que este concepto contiene.

 Pero lamentablemente, en nuestras relaciones con Haití, determinados hechos históricos, reales o inventados han sido instrumentalizados por algunos para hacer de la unicidad de nuestra identidad algo contrapuesto y en contra de personas de origen haitiano, sin reconocer que la generalidad de ellos han construido su identidad viviendo y asumiendo nuestra realidad cultural, sociológica e histórica, como es el referido caso.

La negativa a reconocer los derechos a muchos nacionales dominicanos de origen haitiano tiene sus raíces en el pensamiento racista y ultranacionalista de algunos pensadores dominicanos. Por eso, como dice  Bauman, “uno está tentado de decir que el nacionalismo es el racismo de los intelectuales. Y también que el racismo es el nacionalismo de las masas”.

Todo miedo contra los percibidos diferentes sirve para construir un ambiente de odio y prejuicios contra ellos, en este caso, contra gente esencialmente dominicanas independientemente de sus orígenes e incluso contra dominicanos, en gran medida, fenotípicamente parecidos a los haitianos. Ese ambiente contribuye a que JCE persista en su negativa de expedir el documento de identidad personal a Elena, a pesar de  ser formal y esencialmente dominicana, sin que la protesta contra ése y otros abusos  tenga la debida amplitud y contundencia. 

Esta circunstancia, de alguna manera, pone en cuestión nuestra propia identidad nacional.

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