El estrés en nuestros días

El estrés en nuestros días

El estado humano que llamamos estrés se refiere a toda demanda del ambiente que crea un estado de tensión o amenaza y que requiere cambio o adaptación. Muchas situaciones exigen que cambiemos nuestra conducta de alguna forma.

El estrés y la ansiedad vinculados al trabajo y a las relaciones familiares son lo que más nos preocupa a los psicólogos; puesto que en la modernidad de hoy día, todo estrés se deriva de las relaciones personales, siendo la familia y el trabajo los ámbitos más proclives a que esto suceda.

Los niños en la actualidad se enfrentan a un problema gravísimo: no tienen tiempo para ser niños; desde que nacen los inducimos en nuestra dinámica de adultos, programamos sus jornadas para adaptarlas a las nuestras y no les dejamos tiempo libre para jugar a sus anchas y curiosear con plenitud. Con los dos padres o con uno de ellos, en un hogar modélico o en otro decididamente hostil, los niños han de enfrentarse siempre a un cierto grado de estrés, a veces necesario e incluso deseable para subir los escalones que nos va poniendo la vida. El problema está cuando forzamos demasiado a esos infantes y les absorbemos hasta la última gota de brío; entonces el estrés puede llegar a convertirse en cultivo de depresiones, insomnios, jaquecas, fobias, tics, dolores de estómago, trastornos psíquicos y debilitamiento del sistema  inmunológico.

Se puede estimar que el 40% de los niños sufre una sobrecarga física y emocional. Las depresiones afectan ya al 8% de la población infantil, y los casos de anorexia y bulimia se manifiestan a edades tempranas. La mejor forma de prevenir el estrés de los niños es trabajando primero en nosotros mismos como padres. Si no somos capaces de dejar atrás preocupaciones y agobios, si no podemos aterrizar con ellos en el momento presente, difícilmente captaremos sus señales. No se trata de doblar el espinazo y someterse a la implacable tiranía infantil, sino de ser más receptivos y no acabar atrapados con ellos  en el mismo callejón sin salida. El estrés no se limita a situaciones de vida o muerte, ni siquiera a hechos desagradables o llenos de tensión. Lo bueno que nos sucede también puede provocar estrés porque requiere cambio o adaptación para que el individuo pueda satisfacer sus necesidades.

Reafirmo que simplificar nuestros hábitos es también otra manera de protegerse. Se disfrutaría mucho si se pudiera revestir nuestras casas contra el estrés y convertirlas en remansos de paz, frente al ritmo impetuoso de la vida moderna; velando siempre por permitir que los niños sean niños, y no compulsivos aprendices de adultos.

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