La unificación de criterios sobre la marcha por la que debe continuar la formación de maestros debería servir más que nada para la ratificación de los objetivos ya trazados de dirigir gradualmente la enseñanza hacia niveles de excelencia. Cabrían algunas modificaciones de forma a las directrices pero no de fondo. Los entendidos que abogan por una reducción de requisitos para el personal de aulas serán escuchados prudentemente, como ordenó el presidente Luis Abinader, encargando al ministro educativo, Ángel Fernández, la tarea de escuchar argumentos que sirvan de base a una conjunción de voluntades. Sin perder de vista que la propuesta de flexibilizar normas ha puesto sobre ascuas a entes importantes que se muestran decididos a evitar un retroceso; opuestos a una condescendencia pragmática que pase por alto deficiencias formativas atribuibles, más que nada, a los centros de los que egresa un personal sin dominio de las materias que tendrían a su cargo ni de la forma de enseñarlas.
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Una adaptación a imperfecciones para que el sistema se conforme con menos y quede más lejos la meta más importante, que es lograr a través de mejores maestros, que en las escuelas los niños y adolescentes aprendan lo que tienen que aprender.
El Programa de Excelencia Docente, que debería aceptar repitentes como segunda oportunidad, ha dado frutos que sería factible multiplicar fortaleciendo los centros que han fallado en la preparación de un número importante de profesores.