Elfriede Jelinek, Gabo y la vejez

Elfriede Jelinek, Gabo y la vejez

POR GRACIELA AZCARATE
Como Gabriel García Márquez, Selma Lagerlöf fue premio Nobel de literatura, en 1909. En el breve ensayo dedicado por Marguerite Yourcenar a esa admirable escritora escandinava, desmenuza una vida dedicada a la literatura, con un genio, una espiritualidad y una fuerza difícil de superar. Ambas mujeres se enfrentan en un “tour de force”, entre la narrada y la narradora.

La belga, también premio Nobel sabe lo que es la vejez, y su obra desgrana el implacable paso del tiempo sobre todo en los creadores que, como Selma Lagerlöf, vivieron un fecundo tiempo creativo lleno de fuerza y de brío pero que después se desmorona y entra en decadencia. Con ella llega el monólogo interior: “Sigo perpleja en lo que concierne al sentido de la vida”, y más adelante agregará a esa sensata confesión ya pasados los setenta años: “tengo intenciones de penetrar en el país silencioso de la vejez”. Ella nunca lo logró. Sus lectores se lo impidieron, así como las necesidades de dinero para pagar las empresas a las que se consagró con generosidad y desprendimiento, posiblemente se lo impidiera el humilde deseo de escribir que tiene todo escritor. Pero dudaba y sin autoengañarse dijo: ”Quise creer durante el mayor tiempo posible que todo esto ( sus obras recientes) tenía algún valor. Pero no lo tiene, estoy segura”, confesó en 1937.

En realidad su tiempo de fulgor había pasado, lo sabía y lo aceptaba. Sus grandes obras, difuminadas por el paso del tiempo, irradiaban una luz de paisaje de fondo, con sus novelas más emblemáticas y sus cuento más puros y deslumbrantes como un sol de medianoche.

Al leer el título de la nueva novela de Gabriel García Márquez: “Memorias de mis putas tristes” me corrió un escalofrío de pena.

Las reseñas mundiales dicen que es la historia de un anciano que hace el amor por última vez a sus 90 años y recuerda a todas las mujeres que pasaron por su vida.

Los datos triviales para incentivar el morbo y disparar las ventas agregan que es una novela que “rinde homenaje al escritor japonés Yasunari Kawabata”, premio Nobel de literatura en 1968.

Pensar que ese escritor era el mentor y amigo de Yukio Mishima, que anhelaba el Nobel de ese año y que la entrega del premio a su amigo en 1968, desató la crisis que lo llevó al suicidio por sepuku.

Es la primera novela de Gabriel García Márquez en los últimos 10 años y es una historia sobre el primer amor, vivido por un anciano a los 90 años. Inspirado por “La casa de las bellas durmientes” de Kawabata, el Nobel colombiano cuenta la vejez solitaria de un hombre que se resiste a sentirse viejo y que revive gracias a una imposible y platónica relación con una adolescente.

En 1982, también utilizó a Kawabata para el cuento “El avión de la bella durmiente’. En ‘Memoria de mis putas tristes’ recupera la figura de la hermosa desconocida, dormida y perturbadora pero, a diferencia de lo que ocurre en las historias del japonés, donde las jóvenes desnudas y narcotizadas son un estímulo a la nostalgia, la bella durmiente le sirve al colombiano para poner patas arriba una vida solitaria y mediocre en la que sus alumnos lo llamaban el profesor “Mustio Collado”. “Las putas no me dejaron tiempo para ser casado”, dice el narrador, incapaz de enamorarse durante los 90 años de su aburrida existencia. Una pequeña de 14 años, famélica durmiente, es la única mujer a la que paga pero casi ni toca. Es común entre el japonés y el colombiano la descripción de la decrepitud del anciano, la tristeza del cuerpo arrugado y torpe, el miedo a la muerte. Pero si el japonés es exquisito, refinado, profundo y elegante como una acuarela pintada sobre seda, la obra de Gabriel García Márquez desde el título y como en “El amor en los tiempos del cólera”, describe el amor como una enfermedad que transforma a quien lo padece. El amor entre ancianos es feo y tiene mal olor.

Revive esa perversidad en el relato del amor entre los viejos como algo horrible y pestilente, que en definitiva sólo indica el terror del escritor ante la proximidad de la vejez y la muerte. Lo que fue el estallido magnífico de “Cien Años de soledad”, de “Los funerales de Mama Grande”, de “La Hojarasca” de “El Coronel no tiene quien le escriba”, o “El general en su laberinto”, ese largo y genial discurrir por la epidermis de un continente se desluce ante este anciano escritor atemorizado ante la cercanía del final. Así lo siento al leer los párrafos de su novela que fui a hojear en la librería que no me atrapó ni me sedujo.

Si “El Coronel no tiene quien le escriba” refleja ese mundo de su abuelo coronel liberal cincuenta años después, muerto de olvido, esperando una pensión que nunca llegó, y “El general en su laberinto” es el monólogo más genial sobre la soledad del poder de un hombre enfrentado al final. Para mi enorme tristeza las putas tristes de Gabo son un mal presagio de su vejez y un símbolo de su decadencia.

Por el contrario la opinión general es de que es una novela corta genial.

El escritor y periodista colombiano Heriberto Fiorillo, revela también que en ella el premio Nobel colombiano “se acerca más a su personaje principal, que es su abuelo Nicolás (…) y al mirarse al espejo ahora ve a su abuelo y puede sentir como él”.

Fiorillo entrevistó a varias de las personas que se mencionan en el libro del colombiano y algunas prostitutas del burdel “El molino rojo”, de Barranquilla, en el norte colombiano, “al cual acudía García Márquez en su juventud para escuchar historias”.

Y agrega: “El merodeo por el paso del tiempo y sus estragos, el acercamiento vitalista a la edad avanzada es, me parece, un eje capital de la última escritura de García Márquez y ello, su ahondamiento ahora en este asunto, tiene algo de reflexión existencial conmovedora que tal vez se relacione con un hecho de la biografía reciente del escritor, una grave enfermedad que ha sufrido. Su propia edad y, de ser cierta, esta circunstancia, explicarían la encarnadura vital, más allá de filosofías impostadas, de ‘Memoria de mis putas tristes’.

La primera frase de la novela, cuidada para que sirva de disparadero de toda la acción, verdadera marca de la casa, expone el punto central del argumento: “El año de mis noventa años quise regalarme una noche de amor loco con una adolescente virgen”. Esto lo dice el narrador y personaje central, un periodista de medio pelo y desatento profesor de humanidades. Un personaje nada donjuanesco (“soy feo, tímido y anacrónico”), un solitario “cabo de raza sin méritos ni brillo”, que apenas arroja otro saldo meritorio que de haber contabilizado el comercio carnal, siempre de pago, con 514 mujeres al llegar a los 50 años, edad en que cortó el censo.

Ese emblemático cumpleaños, que abre la edad nonagenaria, pensaba el hombre celebrarlo escribiendo en su columna del periódico no una elegía del tiempo ido sino “una glorificación de la vejez”. Por ahí se le ocurrió conmemorar el aniversario con esa loca noche de amor virginal. Lo que ocurrió tal noche o, mejor, lo que no ocurrió y llegó al fondo de su corazón, provoca un repaso a su pasado y una pequeña incursión en el futuro”.

(_) “Memoria de mis putas tristes’ está escrita con un castellano melodioso, creativo, fluido, de una propiedad adjetival sorprendente. Y esta música del idioma, que parece fraseada con naturalidad, aunque oculta una prosa creativa, permite el fluir de la aventura. La pequeña novela tiene un gracejo que la hace absolutamente entretenida, pero bajo la amenidad se disimula un gran espesor. Y para remate, García Márquez pone un final inesperado, brillante en su ideación, profundo en su sentido. Un final cálido y poético”.

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