Elisa, la mujer que tramó un macabro plan para asesinar a su marido

Elisa, la mujer que tramó un macabro plan para asesinar a su marido

En 1996, un año después de haberse conocido, se casaron en California. A él ya le había quitado la licencia en Nevada después de un giro de 140 mil dólares que había hecho Elisa.

Esa mañana lo primero que hizo Elisa (36) fue tirar un chorrito de un poderoso sedante en el café negro de su marido Larry McNabney (52, abogado exitoso y amante de las competencias ecuestres.

Ella y su amiga/empleada Sarah Dutra (21) lo tenían todo pensado de antemano.

Larry desayunó muy campante con acepromacina. Luego salió con su mujer y con su asistente en el estudio jurídico hacia el show de Caballos Cuarto de Milla que tendría lugar en City of Industry, cerca de la ciudad de Los Ángeles, California, Estados Unidos.

Al trío se lo vio feliz, charlando, riendo y tomando unos tragos. En un momento, Larry llegó a decirle a unos conocidos que se sentía confundido y mareado.

De pronto, en medio del evento, colapsó. No era demasiado raro, todos sabían que Larry solía beber en exceso. Se acercaron para ayudar, pero Elisa y Sarah no lo permitieron. Actuaron con rapidez y entre las dos lo llevaron hasta la camioneta y regresaron al hotel.

Una vez en la habitación, le inyectaron más dosis de xilacina, una droga que actúa como depresor del sistema nervioso central y provoca somnolencia, amnesia, reduce los ritmos cardíacos y respiratorios.

Si dormía y relajaba a los caballos, pensaban ellas, tendría que funcionar para liquidar a Larry.

Al día siguiente, creyendo que él ya estaba muerto, lo subieron al asiento trasero del vehículo. Elisa manejó hasta el parque nacional Yosemite.

Tenían la intención de enterrarlo en algún punto remoto. Pero el plan no resultó. El terreno era durísimo de cavar, pura roca. No consiguieron abrir las entrañas de la tierra para que esta se tragara a Larry. Además, mientras Sarah golpeaba el suelo inútilmente con la pala, Elisa espantada notó que Larry seguía respirando. ¡No estaba muerto todavía!

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Decidieron volver a Sacramento, a la casa donde vivía la pareja, para poder terminar con lo que se habían propuesto.

Larry McNabney nunca terminó de conocer a Elisa. Juntos mantuvieron un vínculo intenso que duró seis años, hasta la inesperada muerte de un próspero abogado de 52 años.

Al día siguiente, 12 de septiembre de 2001, lograron su cometido. A Larry, por fin, se le detuvo el corazón. Optaron por introducirlo en una bolsa que sellaron con cinta adhesiva. Luego, lo bajaron desde el segundo piso de la casa hasta el garaje y lo metieron con gran esfuerzo dentro un freezer que había comprado Larry tiempo atrás. Requirieron mucha más cinta para poder cerrar el refrigerador sobrecargado.

Con el cuerpo embalado se sintieron mejor. Aliviadas.

Las dos jóvenes, bellas e inteligentes mujeres, de melenas doradas y ojos azules, enfundadas en ropa de marca de primer nivel, habían concretado su malvado plan. Ahora tenían mucho dinero y eso les iba a garantizar pasarla bien.

El ataque terrorista a las Torres Gemelas ocupaba en ese momento la mente del planeta. Nada les vino mejor. Con el mundo petrificado con las noticias de los aviones estrellados, ellas tenían poco que temer…

Por lo menos en el corto plazo.

Confesar lo peor

Cuando el cuerpo de Larry apareció, Elisa y su hija mayor, Haylei Jordan, ya estaban en Arizona. Al poco tiempo, volvieron a trasladarse. Haylei dijo que ella no cuestionaba lo que su madre decidía, simplemente la seguía. Tampoco sabía qué había hecho exactamente. Cruzaron en auto los estados de Colorado, Louisiana y Alabama. Elisa escogía lugares turísticos donde fuera fácil pagar en cash y pasar desapercibidas.

Cuando llegaron al estado de Florida, Elisa ya se llamaba Shane Ivaroni y a Haylei la había bautizado como Penélope. Se instalaron en la ciudad de Destin mientras el país entero la buscaba. Cuando sintió que la policía le pisaba los talones, obligó a su hija a hacer las valijas para partir hacia Charleston, Carolina del Sur. Haylei estaba cansada de huir y enfrentó a su madre para decirle que ya no quería seguir con esa vida. Fue entonces que Elisa eligió contarle la verdad de lo que había ocurrido con Larry. O, al menos, parte de la verdad. Haylei lo relató así en una entrevista exclusiva con el programa 20/20: “Ella me dijo: ‘Necesito decirte esto, pero no tenés que entrar en pánico… Nosotras lo matamos”, refiriéndose a Sarah Dutra.

Haylei quedó horrorizada. Elisa la condujo de regreso a Destin a la casa de unos amigos y ella continuó con su fuga en el auto. Haylei entró en pánico, su madre estaba muy nerviosa y podía intentar suicidarse. Decidió llamar a la policía. Les dijo que estaba muy preocupada por su madre y que ella pudiese hacerse daño, pero en esa llamada se cuidó de no mencionar el crimen de Larry McNabney.

El 20 de marzo de 2002, finalmente, Elisa se entregó a la policía. No le dieron la posibilidad de una fianza y quedó presa.

Larry McNabney junto a Elisa, en unas vacaciones. Cuando se conocieron, él quedó admirado por su inteligencia y su capacidad para liberarle carga laboral

Después de estar dos semanas en custodia y con la extradición a California decretada, pidió una lapicera y escribió su confesión. Fueron tres páginas completas donde describió cómo había asesinado a Larry McNabney con la ayuda de Sarah Dutra. Luego, redactó una segunda carta para su hija: en ella se justificó por haber matado a Larry. Aseveró no haber encontrado otra salida debido a “las drogas, el alcohol, las prostitutas, las cuentas, cosas que ya te conté… él no podía salir por sí mismo de la oscuridad”.

En fin, la culpa del crimen la tenía la víctima.

Sin embargo, Ginger Miller en su testimonio sostuvo que a ella le había dicho otra cosa: “que estaba cansada de estar casada con un hombre viejo y que cuando hacían el amor le daba erizo y se le ponía la piel de gallina”.

Según el medio St. Petersburg Times, luego de su confesión Elisa (ya Laren Renee Sims para los oficiales de homicidios) logró ver a su hijo Cole, de 16 años. No lo había visitado por nueve años.

El domingo 31 de marzo de 2002, en su celda solitaria, Elisa se dedicó a cortar en tiras la funda de su almohada. Las anudó hasta hacer una cuerda resistente. La ató al conducto de aire acondicionado que había en el techo y a las 11.27 se colgó. No sin antes dejar una nota de suicidio instruyendo a su abogado para demandar al condado de Hernando por no haber prevenido este desenlace fatal. Dejó dicho que deseaba que ese dinero fuera para sus hijos: “Mis acciones les permitirán ahora moverse hacia el futuro sin esta pesada carga (…) Ellos no tendrán que ver mi juicio por televisión”.

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