Esa mujer me ayudó, así es, una dama de estatura pequeña, religiosa y a veces rabiosa; fue la que me ayudó usando el poder que tenía para que yo pudiera estar en un torneo de béisbol que se iba a celebrar en el año 1979, en La Isla del Encanto, Puerto Rico. Esa mujer llamada doña Ichi Batista, era mi vecina y también encargada de la oficina de pasaportes en la ciudad de Santiago de los Caballeros.
En esos días algo impidió que mi padre recogiera mi pasaporte el viernes. Recuerdo que mi salida a Puerto Rico era el próximo lunes, ya para el sábado y el domingo las oficinas estaban cerradas. Tenía 11 años de edad y no sabía que hacer, lloré sin parar hasta que mi padre decidió llamar a nuestra vecina doña Ichi y le explicó el caso. Recuerdo cuando ella llegó en su carro y nos recogió en nuestra casa, fuimos a la oficina de pasaportes, tomó sus llaves, abrió las puertas, penetramos a su oficina de trabajo, nos sentamos, mi corazón de un niño de 11 años latía aceleradamente, abrió el archivo donde estaban todos los pasaportes y extendió su mano izquierda para mostrarme aquella libreta roja con mi foto y mis datos, la libreta que me permitía salir del país y ser parte de ese inolvidable torneo de béisbol. Recuerdo la tinta azul puesta en mi dedo pulgar de mi mano derecha, de esta forma podían plasmar mis huellas digitales, aún puedo percibir aquel olor inconfundible de la tinta que selló el gesto de bondad y de compasión. Cuando firmé, doña Ichi me miró y me expresó que todo estaba listo, me entregó la libreta roja con mucho orgullo, y en ese momento recuerdo que mi rostro se llenó de alegría y de esperanza. Un gesto inolvidable y que marcó mi vida hasta el día de hoy.
Le podría interesar leer: ¿Qué quiero dejar cuando muera?
El poder que ejerció doña Ichi fue un acto de servicio, una acción pura y consciente de la realidad que estaba viviendo un niño de 11 años. El poder es una dicha que poseemos muchos de nosotros, una dicha porque cuando lo ejercemos para bendecir y ayudar a los que están en necesidades reales nos llena de satisfacción cuando esa persona ayudada logra cambiar su estilo de vida o su destino, simplemente por una acción de una persona que ejerció el poder para cambiar una vida que no gozaba de esa dicha que muchos poseemos.
Muchos años después, esa acción de aquella mujer de estatura pequeña pero con una gigantesca perspectiva del poder sigue trabajando en mi corazón y me dejó un claro mensaje sobre el buen uso del poder y el impacto positivo que podemos generar no solo en una persona, pero también en todo el país si actuamos sin malicia y sin avaricia; porque al final de la vida nos damos cuenta que el poder y la fama es buena siempre y cuando se usen para transformar vidas y comunidades. Realmente el poder sirve para generar cambios, para influenciar en otras vidas con el fin de lograr el bien colectivo. El poder sin identidad es más mortal que la “Bomba del Zar”, porque esta bomba es fruto de una persona llena de temor, que genera temor para controlar y subyugar. El poder debe usarse para liberar, para crear seguridad ciudadana y para construir un Estado que represente el carácter del creador.
Si los candidatos y gobernantes anclados en los partidos políticos no están usando el poder de forma correcta, entonces el poder que ellos ejercen en la sociedad es una acción destructora. Una persona que compre la dignidad de los grupos no tiene poder transformacional. Si es así, el poder debe ser tomado en las manos de aquel pueblo que delegó todo su poder en los que nos han fallado. El pueblo debe identificar personas con carácter, no solo con discursos.
Si no queremos personas como la Bomba del Zar, entonces debemos ejercer el poder ciudadano, la potestad ciudadana e identificar personas con carácter e identidad y que sepan gobernar con poder transformacional.