Ellos y su pueblo

<p>Ellos y su pueblo</p>

CARMEN IMBERT BRUGAL
¿Quién pauta el rechazo de la limosna? ¿Quién decide que es vejatorio el regalo, la repartidera de chucherías, a la masa empobrecida que pretende satisfacer sus carencias, después de la genuflexión y el acarreo de la caja o el juguete? De la lisonja como retribución, por el instante luminoso de la entrega.

Los gobernantes se parecen a los gobernados. Encarnan sus debilidades y fortalezas y la manera sibilina de encubrirlas. La permanencia en el poder depende del conocimiento que tiene el soberano de sus súbditos. Con o sin el uso de la fuerza, lo importante es aprender y saber manipular al colectivo ignaro y apetente. Desolado y preterido.

En sociedades como la nuestra eso garantiza el triunfo y el triunfo es permanecer. Se apuesta por la diferencia, por la alternativa, pero a sabiendas que tarde o temprano se entronizará lo mismo. La mayoría de la minoría, pretende objetar el clientelismo, la caridad gubernamental, el paternalismo. Es un discurso. Un deber ser que los hechos condenan. La miseria no cree en perspectivas ni en proyectos. No resiste el largo plazo. La opción es la dádiva coyuntural. Y el dador es apreciado. Es el protector omnipotente. El proveedor eventual, la complacencia inmediata.

No hay espacio para elucubraciones, Estado y gobierno se convierten en personas. La adscripción al sistema democrático se confunde con el personalismo. Es el gobernante de turno que da o quita, premia o castiga, promete o cumple. La existencia o inexistencia de instituciones no interesa. No se entiende. Prefieren la ilusión, y los dirigentes juegan con ella. Sin remedio ni enmienda. Es la oferta del paraíso que impide el pecado. Mientras adviene la realización de las promesas, garantizan adhesiones y entretienen. Prestidigitadores conspicuos, algunos gobernantes enganchan las aspiraciones de la masa en sus palabras. Tejen, para su consumo, un tapiz encantado de complicados diseños y aquietan. La sinceridad no es agradable ni redituable. Comprometería la ciudadanía, sin excepciones, e impediría licencias frívolas, inaceptables. No está en el canon de la demagogia subrayar el drama nacional. Es recomendable y pertinente aspirar algo mejor. Inventar decenas de subterfugios para justificar la imposibilidad de construir una sociedad distinta. En el ínterin, acecha el desbarajuste. Y entre lo que seremos y lo que no somos, el constante irrespeto o desconocimiento de la ley frustra y envanece. Así se pervierte la comunidad.

¿Cuál será entonces la aspiración de un colectivo que no conoce límites y sin importar origen o situación de clase actúa convencido de la ausencia de sanción? No puede perder lo más por lo menos. Sacrificar lo que supuestamente tiene para asumir aquello, tan ajeno, de cumplir con deberes y disfrutar derechos. Es preferible la absolución del detentador del poder a la vigilancia y al constreñimiento apropiado que proviene de las instituciones. Es preferible un malhadado obsequio que pedir cuentas. Exigir balances como contribuyentes.

“El poder se ejerce siempre en provecho de un grupo, de un clan, de una clase, la contienda contra él, la dirigen otros grupos, clanes o clases que quieren ocupar el puesto de los antecesores…” (Introducción a la Política. M.Duverger). De eso se trata. Las disquisiciones, las consultas, el amago democrático se ensaya entre grupos, clanes o clases y las migajas se esparcen entre quienes simplemente amenizan la fiesta con sus votos.

Los gobernantes se parecen a los gobernados. Intentan hacerlo aunque se disfracen para lucir diferentes, únicos. Y los gobernados reivindican, sin querer queriendo, la identificación. Como dice Don Epifanio, el burócrata franquista, procurador de cortes, personaje de La Agonía del Dragón, novela escrita por Juan Luis Cebrián.”…todos somos autoritarios, machistas, reaccionarios, paternalistas, melifluos, mentirosos, incultos y hasta bajitos y regordetes como él. Franco encarna las virtudes y los defectos del español medio, nos conoce sabe que estamos hechos para el palo y la sumisión, que somos como reclutas acobardados ente la autoridad, que nos interesa más el chusco que los derechos y nos reímos de la religión tanto como la respetamos…”

Las actuaciones perniciosas de los mandatarios irritan, decepcionan. Criticarlas desde la minoría es ejercicio de aficionados. Los que detentan el poder saben cómo conjurar esos arrebatos y lo hacen aunque les resulte más costoso que distribuir la propina para continuar la fiesta.

El médico de Mao, Li Zhisui, relata su sorpresa cuando escuchó al gran timonel decir: Hay tres clases de personas que gritan ¡Viva Mao! Las primeras lo dicen de verdad. Las segundas se limitan a seguir a las masas. La mayoría de la gente pertenece a esta segunda categoría. Las terceras son las mismas que gritan la frase y en el fondo quieren que me muera pronto. Las de esta categoría no son demasiadas.

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