Elogio del impreso tradicional

Elogio del impreso tradicional

Al conocimiento estamos concitados por Dios. Increado, imperecedero y eterno, el Creador es el Saber. Por eso cuando concibió al ser humano y dotó de leyes a la Naturaleza, nos impulsó al conocimiento. Forjó a estos seres especiales dentro de todo lo creado, “a imagen y semejanza” de Él mismo. En el segundo de los relatos de la creación escritos por el hagiógrafo se expresa que hechas las figuras del barro de la Tierra, Dios insufló en ellas un hálito divino. Por ese soplo el ser humano participa del afán de la sabiduría.

Hemos de buscarla, no obstante. La información genética nos induce a procurar nuevos saberes en cada amanecer. Quizá debido a ello hemos hecho el extraordinario recorrido de las cavernas a la existencia civilizada de los días presentes. En el capítulo octavo del Libro de los Proverbios, Salomón nos recuerda que la Sabiduría precede al ser humano. “Atiendan a las enseñanzas y no rechacen la sabiduría”, escribe el famoso rey de los judíos. El conocimiento llega hoy al ser humano con múltiples continentes.

Ante nosotros se yerguen los aparentemente infinitos instrumentos de almacenamiento electrónico de información. La mayor parte de nuestros hijos se han volcado hacia ellos con voracidad fanática. Procedente yo de tiempos arcaicos, cuando todavía la letra impresa era delectación de cuantos trataban de averiguar algo, sigo atado a la letra antigua. La impresión convencional de la letra sobre papel continúa llamando a quienes, como yo, sostienen que en ella prevalece cierta perpetuidad.

Pretendo creer que la impresión tradicional obliga a la atención del que busca el conocimiento.

En cambio, las facilidades que brotan de las transmisiones electrónicas únicamente obligan al autodidacta.

Es quien trata con la sabiduría, el que asume una responsabilidad con la lectura, el que se aferra a una pantalla para leer un contenido que con facilidad se evapora. El lector que disfruta de los tesoros de sabiduría que surgen del pensamiento humano casi siempre los busca en el impreso convencional.

No pocos me recordarán que el material de base de la escritura, y los signos, han cambiado mucho desde la antigüedad. No lo negaré. Admito que desde los petroglifos a las tablillas de barro, desde éstas a las tablas griegas o romanas, se transformó sobremanera el material de impresión. También alcanzó su metamorfosis la forma misma de la escritura. Los vetustos escritos, empero, son pasibles de lectura actual. Apenas aparecieron genios como Juan Francisco Champollión, David Stuart, Linda Scheell y otros, y aquellos signos antiquísimos se han tornado lectura comprensible.

No siempre podemos decir lo mismo, sin embargo, del escrito digital.

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