Elogio para Eulogio Santaella

Elogio para Eulogio Santaella

El acucioso artículo de mi amigo el ingeniero Eulogio Santaella, me trae recuerdos no tan gratos de la Guerra de Argelia, que desembocó en su liberación de Francia, potencia colonial que la sojuzgaba. En esta entrega, Eulogio vislumbra que Abdelaziz Bouteflika, actual presidente de Argelia desde el año 1999, postrado en una silla de ruedas y sin movilidad alguna, además de interno en una clínica de Ginebra, pretende reelegirse en las elecciones venideras, al inscribir su candidatura el pasado 3 del mes que discurre y le recomienda a “La Momia”, como le apodan, que se recuerde del idus de marzo, advertencia a la cual hizo caso omiso el emperador Julio César y encontró la muerte a manos de Bruto.
Al mencionar nombres que me vienen a la memoria de la revolución argelina, intentaré relatar episodios que me sucedieron durante la imprudente visita que hice en diciembre-enero de 1962, año de la independencia definitiva de Argelia.
Estudiaba en el Instituto de Altos Estudios Internacionales de la Universidad de Paris y a mi lado se sentaba un argelino de nombre Sinodine, el cual me invitó a pasar la Navidad en Argel, ya que ya la guerra estaba prácticamente ganada por el Frente Nacional de Liberación (FLN). Siendo joven, no lo pensé dos veces y acepté, para lo cual nos dirigimos a Marsella y tomamos una embarcación que zarpaba para Argel, la capital. Sin embargo, él me recomendó pasar por las oficinas clandestinas del FLN en Paris, para obtener un salvoconducto “laissez passer”, para en caso de que tuviera problemas en su país, el cual posteriormente me sirvió de maravillas.
Llegamos a Argel el 20 de diciembre de 1961, a la casa del líder de la revolución Ferhart Abbas, –quien después sería el primer presidente argelino– tío de Sinodine y por eso me había garantizado que todos los peligros habían pasado. ¡Cuán equivocado estaba!
El señor Abbas nos tenía preparada una fiesta de bienvenida ya que tenía más de cinco años que no veía a su sobrino. Cuando llegamos a la casa, todas las mujeres que estaban en la sala, subieron prestas al segundo piso. Entonces le protesté a mi amigo expresándole que en mi país las fiestas eran mixtas y que si solo sería de hombres, me retiraría al hotel en donde estaba hospedado. Esto motivó, que el líder ordenara que bajaran las mujeres y ¡Oh sorpresa! Todas estaban con un velo que les cubría el rostro y solo se podían observar los ojos.
En esa fiesta conocí a un hombre de facciones duras y toscas, quien me manifestó que era el dirigente de una de las 6 wilayas (divisiones) en las cuales estaba dividido el FLN. Me llevó a un rincón y me expresó, que aunque él era árabe y les estaba prohibido beber alcohol, me preguntó si no tenía alguna botella de licor en el hotel. Le respondí que no, pero que lo invitaba al café más concurrido por los europeos en la ciudad, Le Coq Hardy. Allí nos sentamos en la barra y al pedir dos whiskies, el barman nos espetó: “Por ley, no le servimos bebidas alcohólicas a musulmanes”. Acto seguido, saqué mi pasaporte y le dije que no éramos árabes y que a mi amigo se le había quedado el pasaporte en el hotel. Para disimular, le hablaba en español y él me contestaba con palabras que previamente le había enseñado: “bien, otro trago, etc.”.
Ya instalados y con nuestros respectivos tragos en la mano, se sentaron a mi lado tres individuos que enseguida empezaron a tocarme y hablarme una jerigonza en árabe. Mi amigo lo entendía, pero no podía intervenir ya que era “dominicano” y se delataba si respondía. El más cercano a mí, seguía halándome la camisa, hasta que le pedí en francés que no nos molestaran que no hablábamos árabe. La situación se tornó crispada cuando tomé un sándwich destinado a europeos porque contenía carne de cerdo. Ahí, perdí los estribos y les dije que saliéramos al patio para zanjar la disputa.
Entonces, intervino mi amigo y me dijo al oído: “No digas que eres dominicano, que aquí nadie sabe dónde queda tu país; diles que eres cubano”. No sé si fue favorable su idea, ya que cuando lo dije, enseguida mencionaron a Fidel Castro y al Che Guevara y me colmaron de besos en la mejilla. Lo mejor de todo fue, que cuando regresamos a la barra, pagaron todo lo que habíamos consumido. Desde ese instante, cambié de nacionalidad. La próxima semana continuaré recordando aquel viaje, que por como dicen los campesinos “por averiguao o trascendío”, casi me cuesta la vida.

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