Elvis Avilés sorprende y conquista

Elvis Avilés sorprende y conquista

Capitaleño de pura cepa y brillante miembro de la Generación del 80, a principios de esa misma década Elvis Avilés, apenas egresado de la Escuela Nacional de Bellas Artes, inició precozmente su carrera artística: un academicismo curiosamente rural y naturalista… solamente lo señalaba como un estudiante cauteloso y aprovechado de una tradición añeja.

Nada entonces dejaba prever al fogoso pintor que no cesó de evolucionar, cuestionarse, investigar, ensayar, trascender, hasta alcanzar un universo que vibra bajo sus toques y brochazos enérgicos, disolviendo las formas pero luego, discrecionalmente, reintroduciendo -dentro de la abstracción- algunas que otras líneas y figuras de la flora, la fauna o la gente.

Si nos referimos a los primeros pasos pictóricos y a su proceso continuo de gran trabajador en su joven madurez, inmerso entre dos siglos, es porque Elvis Avilés está presentando actualmente su primera exposición retrospectiva en la Galería Nacional de Bellas Artes. Una retrospectiva, que mucho menos se preocupa por las fechas que por demostrar cómo, muy pronto y sin detenerse, él dispuso un gesto creador, espontáneo y libre de toda referencia, aunque sugeriría una filiación con gestores de la contemporaneidad, así los “nuevos realistas” y la vehemencia irrespetuosa de Tapiés.

Ahora bien, los saltos hacia adelante y la aceleración de esas mismas mutaciones, solo le pertenecen a él, a su entusiasmo, a sus pulsiones, a su estilo en fin. ¡Elvis Avilés sorprende!

La exposición. De manera excepcional, la exposición empieza desde la pared exterior de la galería y en la entrada, enseñando obras tempranas: pequeño bodegón, clásico del “trompe-l’oeil”, contadores eléctricos y alambres enmarañados. Las consideramos un prefacio breve que enseña el extraordinario dominio figurativo de un pintor, luego inagotable en su diversidad de la abstracción expresionista y lírica.

Teníamos entonces a un joven hiperrealista, ya de singular fuerza y sensibilidad, y hubiéramos querido ver algo más de aquella fase prometedora de la ciudad que anunciaba la metamorfosis de Elvis Avilés: así las aldabas ganchudas, los muros heridos, la reproducción de los grafiti gráficos –valga la redundancia–, el objeto serial anónimo y los fragmentos de una estética urbana de la pobreza barrial. No obstante, la premura de esta antología de dibujos y pinturas no permitió que se reuniesen en pocas semanas, con instituciones y coleccionistas, esos testimonios de un arte radical y ya diferente. La retrospectiva se coloca mayormente bajo el signo de la abstracción efusiva que, definitoriamente, ha identificado a su autor.

La primera parte de la muestra, en el Salón de la Rotonda, llega hasta los albores del 2000, revisando al Avilés de pequeños formatos y de dibujos con consistencia ligera y transparente, aunque ya incluye vastos cuadros espectaculares: estos conjugan la organicidad y la construcción, las referencias a lo real y la evasión de esa misma realidad, nunca rechazada ni abandonada definitivamente.

La temática de la mitología popular y del chupa-cabras, imaginario, fantasioso y temible, ha marcado la ruta creativa y, más allá de una autoría personal, una época del arte dominicano.

La porción mayor del conjunto, en la segunda planta, se apodera no solo de la cúpula y sus galerías laterales, sino también de las salas aledañas.

Está dedicada a las obras del tercer milenio, algunas realizadas muy recientemente, privilegiando la monumentalidad impresionante de formatos, la policromía fastuosa que de repente se vuelve monocromática y reino de un solo color, sin que olvidemos la efervescencia de texturas y la plenitud matérica, incluyendo el “collage” integrado a la capa de pigmento. Indudablemente, Elvis Avilés alcanza una dimensión de muralismo abstracto.

Insistimos acerca de la riquísima paleta –cuyos componentes se encuentran sobre la marcha–, a la vez armoniosa y disonante como una partitura contemporánea, ¡y los visitantes fascinados de la inauguración no resistieron a la toma de fotografías! El neo-informalismo aquí logra que sea medio ambiente, corteza, territorio, piel aún.

Una sorprendente vitalidad los define: vinculada a la naturaleza, surge del colorido, frecuentemente el artista emplea una o dos gamas, engarzando la primera con la segunda –y multiplica, entonces, los to nos, que dialogan en zonas del espacio abierto.

Ello crea un dinamismo esencial para la fruición de la obra, aparte de una inobjetable elección cromática, desde los rojos –¡formidables esos tres cuadros!–, amarillos, verdes, azules, al negro profundo e invasor que tanto preciaba Henri Matisse.

Conclusiones. Afirmamos que de repente estamos en presencia de un arte actual que remonta a tiempos milenarios, como si fueran paredes prehistóricas, “escritas” con pictogramas, pues Elvis no se limita a la elocuencia abstracta. Dibujante emérito –la muestra incluye decenas de dibujos–, él traza figuras, personajes, animales, signos /símbolos como el corazón. A veces son simples líneas, otras senderos espesos, huellas –pies y manos– o insinuaciones de rostros. Inmerso en sus propias atmósferas, a menudo “sin título”, las va poblando misteriosamente, bajo el influjo de la inspiración y de sólidos conocimientos subyacentes. Pensamos en la autodefinición de Nicolas de Staël que se pretendía “orgánicamente desorganizado e inorgánicamente organizado”.

No podemos, pues, hablar de la obra de Elvis Avilés, coherente desde siempre, sin exaltar la vida, en la abstracción y la neo-figuración, en el intercambio entre los planos y los espacios.

La integración resultante es indiscutible. Avilés siempre mantiene una imagen apegada a la tierra, a la ciudad, a la esencia popular, una “signografía” del ambiente cultural antillano y tropical.

Simultáneamente, ese artista “académico”, cuya formación ha sido exclusivamente dominicana, emplea un léxico contemporáneo, del color, de la forma, de la materia, del compromiso con la vida, en evolución constante y rehaciéndose a su guisa. En estos “35 años de juventud pictórica”, Elvis Avilés sorprende… y conquista.

 

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