En la onomástica teofórica encontramos una serie de nombres que a través de los siglos se han dado a Dios para describir en cierta medida algunos de sus atributos, características o condiciones. Tal es el caso del nombre que Abraham diera al Señor cuando lo definió como su Proveedor, Jehová Yireh, o Moisés cuando le llamó Jehová Nisi, el Señor es mi estandarte y por qué no recordar a Gedeón cuando después de vencer a los madianitas describió a Dios como su paz con el título Jehová Shalom.
Notamos también la existencia aún en nuestros días de nombres teofóricos, o sea, que portan deidad, colocados a personas que lamentablemente su comportamiento dista bastante del significado del nombre con que se les designó. Por ejemplo, Daniel significa “Dios es mi justicia”, Samuel, “Dios escucha o escuchado por Dios”, Elías, “Jehová es Dios”, etcétera.
Ahora bien, de todos los nombres que ha recibido Dios a lo largo de su historia eterna, es Emanuel con el que más debe identificarse el género humano, pues significa “Dios con nosotros”, asiendo memoria de lo profetizado por Isaías cuando dijo setecientos cincuenta años antes del nacimiento virginal de Jesús: “Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel”.
Dios con nosotros es la manifestación más humana de un Dios que habita de manera inaccesible en la eternidad. Como Emanuel Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros y vimos su gloria, gloria del unigénito hijo de Dios. En Jesús la Trinidad eterna se identifica claramente con el género humano, conociendo las pruebas y tentaciones a las que éste puede ser sometido pero sobre todo para hacerle saber a la obra cumbre de la creación, la raza humana, que al igual que el Mesías, es posible vivir en santidad en medio de un mundo de pecado.
Emanuel es la muestra más grande de amor, desprendimiento y entrega que el Dios eterno ha realizado en procura de restablecer la relación rota entre Él como Creador y su creación, pues no escatimó Jesús ser Dios, tal y como dijo el apóstol Pablo: “Para venir a hacerse como uno de nosotros y así cumplir su obra redentora”.