La pandemia de la Covid-19 ha provocado la mayor emergencia educativa de la historia. Más de 11 millones de niñas no volverán a la escuela y quien saben cuántas más tampoco lo harán por causas de la guerra. Las consecuencias devastadoras para su aprendizaje, protección y bienestar, una vez más entran en el juego nefasto de los intereses geopolíticos de los hombres.
Emergencia educativa. No solo han sobrevivido a una de las pandemias más grandes de la historia reciente, sino que ahora cientos de miles de personas tienen que abandonar sus espacios y afectos para salvarse de la guerra. Es el presente de las niñas ucranianas que huyen por su vida y de un conflicto armado que nunca tuvo que ser.
El mundo despertó con la noticia que nadie quiere escuchar. Las tropas rusas avanzaban a punta de fuego y metralleta sobre Ucrania. No sabemos cuántas han muerto, cuántas han pausado sus vidas y han tomado las armas para defenderse y defender su patria, cuántas más han tenido que huir para no volver a verse con tantas otras que formaban parte de su vida y que hoy ya no más.
La guerra es implacable con todos, pero se ensaña con las más vulnerables. En los últimos 10 años, cerca de 10 millones de niñas y niñas han muerto o han resultado mutilados en un contexto de guerra. No sabemos cuántos son reclutados por las milicias armadas, tomados prisioneros, convertidos en esclavos sexuales, explotados en todo sentido y de por vida traumatizados.
Leyéndolo de esta manera, para muchos, la menor de las preocupaciones ahora es la escuela, pero qué transcendental será para las generaciones por venir que ellas no puedan continuar su enseñanza, que tendrán que dejar de lado el lápiz y el papel para emprender un camino y una vida de profundas desigualdades, de pobreza y de mucha violencia.
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Este Día Internacional de la Mujer no será igual, no importa cuán lejos estén de nosotros físicamente, nuestra lucha tendrá sus colores, sus anhelos, pero también su desesperanza y tristeza. Se gritará por ellas y para ellas, para que esta sociedad y todas las que les reciban en sus tierras, cumplan con el compromiso de cuidarlas, contenerlas, protegerlas y apoyarlas para que sus sueños no se marquen con el terror de la devastación.
Hoy todas somos Ana Frank. Debemos; tenemos el deber moral de escribir sus historias porque hoy las niñas ucranianas no tienen voz. El mundo debe saber que estamos pendiente de lo que les pasa, de lo que las grandes naciones están haciendo para evitarles un día más de dolor y toda una vida de miseria.