Emigdio sobrecogido por la pobreza

Emigdio sobrecogido por la pobreza

BIENVENIDO ALVAREZ-VEGA
Quiero celebrar que el doctor Emigdio Sosa Vásquez, quien es el director del Plan de Lucha Contra la Pobreza, esté sobrecogido –así lo interpreto de sus palabras–  por el estado de pobreza en que sobreviven (¿) amplios segmentos de la población dominicana. Según sus palabras recogidas por el vespertino El Nacional, él considera “vergonzantes” los niveles actuales de miseria en las clases baja y media.

¿Por qué, se preguntarán algunos de los lectores de estas notas celebro yo que el doctor Sosa Vásquez haya sido impactado de tal manera por la pobreza del país, por la miseria?

Lo hago, porque lo ordinario en nuestro medio, lo común, lo que vemos todos los días, es que los políticos minimizan la existencia de la pobreza dominicana, minimizan su tamaño, su dimensión y, sobre todo, minimizan sus efectos sociales, políticos y económicos.

Y es saludable y positivo que quien tiene en sus manos la responsabilidad de poner en marcha proyectos y programas contra la pobreza, tenga una conciencia lo más acabada posible acerca del tamaño de este fenómeno en la sociedad. En otras palabras, que no ignore las dimensiones del problema y cómo sus consecuencias serpentean por todo el país y por todas las instituciones públicas y privadas.

Voy a utilizar un término propio de los años setenta y principios de los ochenta: la pobreza es alienante. La pobreza es como el pecado, que nunca es individual, siempre es social porque sus consecuencias se extienden sobre los demás, sobre la organización social, sobre las personas, hombres y mujeres, sobre las familias, sobre las instituciones públicas y las instituciones privadas. Todo lo degrada. Nada ni nadie escapa de sus efectos, que siempre son dañinos, siempre son deletéreos, siempre son alienantes.

En realidad, la pobreza como tema de preocupación social es un problema de muchos años en la República Dominicana. América Latina y el Caribe “descubrió” la mezquindad de su sistema económico en los años ochenta, con la década pérdida, pero la inequidad viene de más lejos. La reflexión de una sociedad dual viene de los setenta y la preocupación de Kennedy por las deficiencias y precariedades de la región data de principios de los sesenta.

El gran drama es que para unos la pobreza ha pasado a ser un negocio. Sobre todo para expertos, planificadores sociales y económicos y recitadores de cifras y escenarios. Para otros, sobre todo para los políticos profesionales, la pobreza no pasa de ser un tópico de campaña, unos cuantos párrafos en los programas de gobierno. Y nada más.

Creo que sobre pocos temas se ha escrito tanto y se han realizado tantos seminarios y conversatorios en América Latina, como sobre el tema de la pobreza. La tinta, las alocuciones y las exposiciones han corrido como el agua en tiempos de lluvias. La pobreza es, ciertamente, un tema de actualidad.

En la experiencia dominicana, no conozco gobierno alguno que haya diseñado una política de lucha contra la pobreza que haya sido eficiente. Sin embargo, se ha gastado mucho dinero haciendo cosas para reducir el alto número de hogares y personas pobres que residen en la República Dominicana.

Hemos de esperar que ahora, cuando el principal responsable del Plan de Lucha contra la Pobreza, confiesa el carácter vergonzante de este fenómeno en el país, las cosas sean diferentes.  Y de verdad que tiene razón. Nuestra pobreza avergüenza.

Más vergüenza debe sentirse cuando miramos las cifras y observamos el record de crecimiento económico tenido por la economía dominicana en los últimos cincuenta años. Pero las élites económicas y los gobiernos, todos, se han aliado para evitar, en la práctica, que la inequidad social se reduzca. La distribución del ingreso o renta nacional no resiste un examen. Como ha dicho recientemente la politóloga Rosario Espinal, los gobiernos de aquí son gobiernos para los ricos.

La pobreza, por lo demás, no es una casualidad. Es hija legítima, como la riqueza y la prosperidad, de una manera de producir bienes y servicios, de una manera de distribuir el bienestar que estos bienes y servicios producen, de una manera de organizar la sociedad y de administrar los bienes públicos. No se puede, en consecuencia, combatir la pobreza sin hacer las revisiones de estos esquemas.
(bavegado@yahoo.com)

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