Emigración haitiana

Emigración haitiana

De acuerdo con estudios realizados por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de las Naciones Unidas (CEPAL) los fenómenos naturales que provocan desastres en la región del Caribe son de origen hidrometeorológico o geológico, causando daños y destrucción en los países  y, al mismo tiempo, alterando los flujos de producción de bienes y servicios.

Los desastres no sólo producen efectos fácilmente perceptibles, como los vinculados con los terremotos, tormentas e inundaciones, sino que también tienen consecuencias de lento desarrollo que se manifiestan mucho tiempo después de ocurrido el desastre.

 Por otra parte, los desastres  a menudo provocan la pérdida de vidas humanas, lo que significa para la sociedad la pérdida de capital humano. Los efectos macroeconómicos más relevantes de un desastre son los que afectan el nivel y la tasa de crecimiento del producto interno bruto global y sectorial; sobre la balanza comercial, tanto por los que se proyectan en las exportaciones, turismo y servicios como en el comportamiento de las importaciones y pagos de servicios externos, el nivel de endeudamiento y las reservas monetarias, y finalmente sobre las finanzas públicas, la inversión bruta, los precios, el empleo y el ingreso familiar. En la reunión de la semana pasada en Montreal se especificó que la ayuda a Haití sería por una década y aunque no se fue muy explícito,  el programa de reconstrucción debería estar bajo la responsabilidad del Gobierno de Haití.

Según las estadísticas de organismos internacionales, durante el 2008 Haití recibió un programa de ayuda con un monto superior a los US$900 millones. De acuerdo a los analistas, dicho monto es insuficiente para llevar a cabo en las actuales circunstancias un programa de emergencia de reconstrucción y recuperación económica. Dentro de ese contexto, el objetivo principal sería no sólo incrementar los programas de ayuda y, como muy bien lo indicó un hombre de la talla de Elliott Abrams, los haitianos no pueden ayudarse a ellos mismos frente a un país arrasado o destruido.

Por ello, se le debe permitir a un cuantioso número de haitianos  emigrar hacia los países desarrollados. De acuerdo a datos muy preliminares, la población total de Haití se aproxima a los nueve millones de personas, de los cuales entre uno y dos millones viven en el exterior. Según datos de la Oficina del Censo de los Estados Unidos, medio millón de  haitianos viven en los Estados Unidos. Un poco menos de esa cifra vive en Canadá y unos cien mil viven en Francia.

La selección preferencial de los Estados Unidos, Canadá y Francia se apoya en el hecho de que las remesas de los inmigrantes haitianos hacia su país alcanzan la suma de aproximadamente US$1.9 mil  millones, representando el doble de la ayuda oficial al desarrollo que recibe ese país y aproximadamente el 30 por ciento del producto interno bruto de Haití. En términos comparativos, de acuerdo con los datos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) las remesas enviadas por los 1.3 millones de dominicanos que viven en los Estados Unidos son aproximadamente US$3 mil millones, un monto 20 veces superior al flujo de ayuda oficial que recibe el país. En el caso de Honduras, un millón de hondureños que viven en el extranjero envían a su país aproximadamente US$2.7  mil millones, lo que representa una suma ocho veces superior al flujo de ayuda oficial que recibe ese país. Mientras que con respecto a El Salvador, un millón y medio de salvadoreños que viven en el exterior envían a su país remesas por un monto aproximado de US$3.8  mil millones, suma quince veces superior al flujo de ayuda oficial que recibe ese país.

Las cifras anteriores demuestran que una diáspora haitiana más numerosa que viva en países desarrollados podría ser un factor preponderante que contribuyera a un mejor futuro económico de Haití, debido al impacto económico que el incremento de las remesas generaría en ese país.

Esto así, porque la experiencia demuestra que las promesas de contribuciones de ayuda oficial alcanzadas en las llamadas reuniones de países donantes, pasados los seis meses, no se cumplen. En consecuencia, llama la atención que tanto los Estados Unidos como Canadá y Francia, países donde se concentra la mayor parte de la diáspora haitiana, deben y tienen que adoptar una política inmigratoria diferente y más liberal con relación al vecino Haití, dado la situación creada por el terremoto del pasado 12 de enero.

 Permitir incrementar la emigración haitiana hacia los países ricos significa que en Haití se reduciría la demanda de camas y atención hospitalarias, escuelas, empleo y que podría administrar con mayor eficiencia y efectividad los escasos recursos con que disponen y concomitantemente con un impacto multiplicador del incremento de las remesas a ese país. También permitiría al  país concentrar mayores esfuerzos en la atención primaria de la salud, con énfasis en los niños.

Al parecer, hay un movimiento en ese sentido que está creciendo, para promover la adopción por parte de los países ricos de una política diferente y más liberal para la inmigración.

Por ejemplo, el diario The Washington Post, en su editorial del día 29 de enero pasado,  titulado “Let Haitians in” o “Dejen entrar a los haitianos”, indica que los Estados Unidos han ignorado la realidad haitiana, uno de los lugares más hambrientos y devastados de la región y, por lo tanto, ahora ese país debe recibir a algunos haitianos.

No obstante,  el editorial considera que no se debe continuar imponiendo la congelación del número de visas para que los haitianos puedan viajar a los Estados Unidos, por considerarlo poco productivo, puesto que en lugar de disminuir van a aumentar los riesgos de que los haitianos lleguen en balsas a las costas de esa nación.

Por otra parte, el editorial considera que permitir la entrada mensual de 5,000 a 10,000  haitianos reduciría el considerable número de esos ciudadanos que requieren de viviendas, cuidados médicos, comida y que son atendidos por organizaciones de los Estados Unidos y de otros países.

Esta acción proveerá también un procedimiento ordenado para disminuir las presiones de construir en un país donde nadie tiene los medios para salir, ya que mantener una población en un callejón sin salida, en las presentes circunstancias que enfrenta Haití, es una forma de incrementar la desesperación en un pueblo ya desesperado, dando lugar a la inestabilidad política, la violencia y un éxodo caótico. Por último, estas solicitudes de esfuerzos por parte de los Estados Unidos, Canadá y Francia ponen en perspectiva la necesidad de flexibilizar dicha política y permitir la entrada de aquellos que enfrentan dificultades ocasionadas por guerras, desastres naturales y en forma humanitaria.

Al mismo tiempo, resalta que no sólo se pueden resolver los problemas con promesas de más ayuda oficial, sino que las remesas que los inmigrantes envían a sus países respectivos juegan un papel fundamental en el desarrollo económico y social de los mismos.

Sin embargo, dichos esfuerzos para la República Dominicana eventualmente están destinados en forma indirecta a aliviar y disminuir el peso de la migración haitiana hacia nuestro país.

No obstante, lo anterior también significa que de una vez por todas se adopten las medidas  necesarias y  para legalizar la situación de los dominicanos de origen haitiano que viven en  el país. 

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Hacia países ricos

El incremento de  la emigración haitiana hacia los países ricos podría contribuir a  reducir la demanda de camas y atención hospitalaria, escuelas, empleo en Haití y permitiría a ese país   administrar con mayor eficiencia y efectividad los escasos recursos de que disponen y concomitantemente con un impacto multiplicador del incremento de las remesas a ese país. El país también concentraría mayores esfuerzos en la atención primaria de la salud, con énfasis en los niños. Al parecer hay un movimiento en ese sentido que está creciendo.

La cifra

900 millones de dólares.  Fue el monto del programa de ayuda que recibió Haití durante el 2008, según las estadísticas de organismos internacionales que también cooperan.

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