Emigraciones a Cuba y cubanos de origen dominicano

Emigraciones a Cuba y cubanos de origen dominicano

Mis pobres palabras de esta noche las pronuncio en recordación de aquellos amigos dominicanos que vivieron en Cuba y la llenaron de gloria, a uno de los cuales o más bien a su memoria deseo honrar especialmente, olvidando por un momento cuestiones ideológicas y políticas que pudieran afectar a alguno de ustedes, me refiero a un gran hombre que nació en La Vega hace 100 años, vivió en Cuba, casado con cubana, con descendencia cubana y autor del libro más hermoso que se ha escrito sobre la patria de José Martí, el hermano del alma de Federico Henríquez y Carvajal. Estoy hablando del gran cuentista, ensayista, politólogo, historiador y estadista el profesor Juan Bosch Gaviño ante cuya sombra, la del formidable autor de “Cuba, la Isla fascinante”, de “La Mañosa”,  de “La Muchacha de la Guaira”, de “Historia del Caribe”  y de tantas obras hermosas y de ensayos fundamentales, me descubro una vez más esta noche en el año de su centenario, el mismo en que nació, en Cuba, uno de sus innumerables amigos cubanos, mi propio padre.

El doctor Carlos Esteban Deive publicó en 1989 un importante trabajo con el título “Las emigraciones dominicanas a Cuba (1795-1808)”. Lo primero que haré es recomendar su lectura en base a la seriedad y rigor de su autor, un historiador muy respetado y galardonado.

Confío que el paso de los años y la decadencia física no sean obstáculos para poder escribir un trabajo mucho más amplio sobre estos temas. Lo de esta noche es una simple conversación entre amigos. Ustedes pueden añadir nombres, yo pretendo hacerlo cuando entremos en preguntas y respuestas. Aún así faltarían cientos de nombres y ustedes se encargarán de añadir algunos en el período de preguntas ya respuestas.

Se trata de una historia que se inicia muy atrás. Cuba fue descubierta, como la Isla de la Española por don Cristóbal Colón. Y de Salvatierra de la Sabana, entonces territorio español salió para conquistar y colonizar a Cuba don Diego de Velázquez, personaje muy activo en la primera fase de la colonización de lo que en el tiempo sería la República Dominicana. En otras palabras, la civilización occidental llegó a Cuba procedente de Santo Domingo. Sobre todo esto pudiéramos escribir varios libros y ensayos.  

La relación entre ambas islas sería intensa e ininterrumpida a partir de aquella época y en todas las épocas. En aspectos fundamentales, sobre todo de tipo político, sin limitarse a algún asunto en particular, Cuba dependería de Santo Domingo hasta la llegada del siglo XIX. Mucho más conocido es el dato de que el primer rebelde que se enfrentó a los españoles nació en la vecina Quisqueya, el cacique Hatuey, primer héroe nacional cubano. Y la figura más importante de la lucha armada contra la dominación española, el libertador de Cuba, lo fue nuestro generalísimo Máximo Gómez y Báez, a quien los cubanos quisieron convertir en primer Presidente de la República de Cuba proclamada el 20 de mayo de 1902, cargo que no aceptó y que no necesitaba por ser figura fundamental en la historia de Cuba al lado de José Martí, Antonio Maceo y Carlos Manuel de Céspedes. Nadie osaría escribir la historia de Cuba sin Máximo Gómez, pero tampoco pudiera hacerlo sin José María Heredia y Domingo del Monte, miembros de una larguísima lista que no pretendemos presentar sino simplemente mencionar junto a algunos nombres extraídos de la misma a manera de ilustración.

Hasta la década de 1790 podía decirse sobre Cuba lo siguiente: “Cuba es La Habana, lo demás es el paisaje”.  Sólo la capital, escala obligada de las flotas, situada estratégicamente como pocas otras ciudades del mundo, había alcanzado desarrollo. Las otras ciudades y poblaciones eran pequeñas y sin mucha vida. A partir de las rebeliones de esclavos en el llamado Santo Domingo Francés, es decir, Haití, se produce un fenómeno interesante. Cuba reemplaza a Haití como la colonia más rica del mundo. Las emigraciones de franceses y haitianos “afrancesados” a Cuba y el vacío creado en aspectos económicos por las revueltas haitianas abrieron la puerta de la prosperidad, el progreso, el poblamiento y el desarrollo a la mayor de las Antillas. La llegada de dominicanos que huían de la inestabilidad, los cambios de soberanía, las invasiones francesas y haitianas y otros fenómenos parecidos contribuirían a aumentar el nivel cultural del país. Gran parte de las clases más educadas se trasladaría a lugares como Venezuela y Méjico, pero sobre todo a Cuba. En un solo período entre 1795 y 1808 se radicaron más de 4,000 dominicanos en Cuba. Y a partir de 1822, con la invasión y ocupación haitiana de lo que históricamente conocemos ahora como la República Dominicana, seguiría aumentando esa emigración.

Asentados en muchos lugares de la isla, como Baracoa, Matanzas, Puerto Príncipe (hoy llamada Camaguey), Guantánamo, etc., un altísimo número de dominicanos se radicó permanentemente en Cuba. No siempre las autoridades españolas les concedieron la ayuda necesaria. En algunos casos fue sumamente escasa y los dominicanos, por contacto con familiares y amigos cubanos, y sobre todo por iniciativa propia y esfuerzos apreciables lograron hacerle frente a la situación. Algunos historiadores hacen referencia, entre ellos el mismo y muy ilustre y respetado Carlos Esteban Deive a “las autoridades cubanas”, pero debo anotar que los cubanos no ocupaban entonces, con alguna excepción significativa como don Francisco de Arango y Parreño y don Claudio Martínez de Pinillos (conde de Villanueva) posiciones importantes en la administración de la Isla. En realidad los españoles no estuvieron siempre a la altura de la crisis que afectó a dominicanos que se mantuvieron leales no sólo a España sino sobre todo a su cultura, por la cual siempre han luchado, dentro y fuera de sus fronteras, muchas veces injustamente trazadas, preservando la identidad nacional y cultural del más antiguo pueblo cristiano de América, como nos lo recuerda, entre otras fuentes, el título de un libro de don Ramón Marrero Aristy, otro amigo de los cubanos, visitante frecuente de Cuba durante la Era de Trujillo. La mayoría de los dominicanos, aunque recibieron alguna ayuda, tuvieron que enfrentarse a duras realidades económicas.

Recorrer las ciudades de Cuba y algunas regiones rurales en la primera mitad del siglo XIX era encontrarse frecuentemente con familias dominicanas que después quedarían unidas a familias cubanas por matrimonio o simplemente por nacimiento de hijos e hijas en territorio cubano, entonces bajo la soberanía española. 

Apellidos dominicanos como Heredia, Pichardo, Del Monte, Tejera y otros se fueron integrando en la nacionalidad cubana. Si tomamos el apellido Pichardo encontramos todavía en época reciente figuras tan ilustres como Manuel Serafín Pichardo, Felipe Pichardo Moya y Roberto Agramonte Pichardo, figuras cumbres de la intelectualidad que pueden servir de recordatorio de los antepasados dominicanos de muchos cubanos. Además de cuestiones de descendencia directa existe otra cuestión interesante, pero muy poco estudiada. Algunos de nosotros llevamos apellidos establecidos tanto en Cuba como en la República Dominicana, familias establecidas en ambos países. Independientemente de los éxodos políticos de los períodos republicanos o independientes de ambas naciones, podemos acudir al pasado, incluso a uno bastante remoto, para darnos cuenta que sangre dominicana corre junto a la sangre cubana en Cuba y sangre cubana corre junto a la sangre dominicana en Santo Domingo. 

Como el tiempo apremia, daré un salto gigantesco, pasando por alto otros personajes importantes. Iniciaré el recuento con el primer historiador cubano, un dominicano, el ilustrísimo obispo de Cuba don Agustín Morell de Santa Cruz, nacido en Santiago de los Caballeros en 1694 y establecido en Cuba desde los 24 años de edad.. El futuro obispo fue formado intelectualmente en Santo Domingo, de cuya universidad se graduó en Filosofía y Teología, siendo ordenado sacerdote en Cuba a su llegada en 1718 por el obispo Fray Jerónimo Valdés, un notable filántropo.

En síntesis

Unión de nacionalidades

Recorrer las ciudades de Cuba y algunas regiones rurales en la primera mitad del siglo XIX era encontrarse frecuentemente con familias dominicanas que después quedarían unidas a familias cubanas por matrimonio o simplemente por nacimiento de hijos e hijas en territorio cubano, entonces bajo la soberanía española.

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