Emile Zola y su vigencia

Emile Zola y su vigencia

Quizás  parodiando a Honoré Balzac y su serie La Comedia Humana, a la edad de 28 años, Emile Zola intentó en 1868 repetir la hazaña de su predecesor cinco décadas después. Bautizó su ciclo de novelas  con Los Rougon-Macquart:  historia natural de una familia bajo el Segundo Imperio. En la serie, escrita en veinte años, se destaca, entre otras, El Dinero. De éste, la crítica resaltaría: “su capacidad para transformar  la sociedad y de corromper a las personas. La visión de Zola del mundo capitalista no es simplista, el dinero es una fuerza ciega que puede ser empleada para el bien y para el mal. En su época, gigantescos capitales habían sido necesarios para realizar proyectos colosales como el canal de Suez. Era la cara feliz del dinero. La otra, la sucia, es la que retrata esta novela. La corrupción del dinero es también el estiércol capaz de estimular el progreso y el conocimiento. Un régimen donde manda el oportunismo de cuatro aprovechados a los cuales las circunstancias les han abierto las puertas del cielo. Es la época de la construcción de los gigantescos bulevares parisinos, de la más feroz e implacable especulación inmobiliaria, de las fortunas hechas y deshechas de un día para otro. Aristide Saccard, el protagonista, es un hombre del régimen, al que le debe todo lo que tiene. Dotado de encanto personal y de un talento instintivo para los chanchullos financieros, Saccard va de pelotazo en pelotazo… Elabora un plan magistral que pondrá la bolsa a sus pies, movido no tanto por la codicia como por el afán de gloria y respetabilidad que a un arribista como él le eluden perpetuamente”. 

Emile Zola consigue entre 1897 y 1899 alcanzar la categoría de héroe y mártir a partir de su defensa pública del capitán de origen judío nombrado Dreyfus, acusado de ser espía a favor del ejército alemán. Transcribo su famosa carta publicada en el periódico L’Aurore bajo el encabezado de Yo Acuso: “Yo acuso al teniente coronel Paty de Clam como colaborante, quiero suponer inconsciente, del error judicial, y por haber defendido su obra nefasta tres años después con maquinaciones descabelladas y culpables. Acuso al general Mercier por haberse hecho cómplice, al menos por debilidad, de una de las mayores iniquidades del siglo. Acuso al general Billot de haber tenido las pruebas de la inocencia de Dreyfus, y no haberlas utilizado, haciéndose por lo tanto culpable del crimen de lesa humanidad y de lesa justicia con un fin político y para salvar al Estado Mayor comprometido… Acuso a los tres peritos calígrafos, los señores Belhomme, Varinard y Couard por sus informes engañadores y fraudulentos, a menos que un examen facultativo los declare víctimas de una ceguera de los ojos y del juicio. En cuanto a las personas a quienes acuso, debo decir que ni las conozco ni las he visto nunca, ni siento particularmente por ellas rencor ni odio. Las considero como entidades, como espíritus de maleficencia social. Y el acto que realizo aquí no es más que un medio revolucionario de activar la explosión de la verdad y de la justicia”.  ¡Aún vive Zola!

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