Emilio A. Muñoz

Emilio A. Muñoz

MAYOBANEX VARGAS
Hasta mi regreso al país en 1959, como participante de la gloriosa expedición con la que nos planteamos el derrocamiento de la tiranía trujillista, en tanto que paso previo a la reinstalación de la democracia; yo creí que ese querido e inolvidable amigo mío, de mi familia y de todos nuestros compueblanos; el Dr. Muñoz -o Milito como cariñosamente le llamamos- continuaba su ritmo normal de vida, dedicado a los dos grandes apostolados que marcaron su paso por este nuestro pequeño  mundo: la pasión que puso en ese quehacer cotidiano de la creación literaria, con que nos legó más de dos decenas de obras; y aquella perenne filantropía con que ejerció su vocación de médico.

Por eso siempre lo recordaba en mi nostalgia de bonaero ausente, montado en su eterna bicicleta, que debiera ser conservada en un museo, porque ella representa ese paradigma de humildad, que fue nuestro hermano aquí yacente, con la cual desafiaba y despreciaba la sociedad de consumo con sus secuelas de ostentación y lujo.

En ella se desplazaba, pedaleando pausadamente, con esa beatífica sonrisa que le acompañó siempre, tanto por las asfaltadas calles de nuestra ciudad, como por los polvorientos callejones de nuestros barrios marginados e incluso por los abruptos caminos de nuestros campos, sin reparar en la fácil o intransitable ruta, ni el difícil destino; hacia el cual se dirigía sin vacilar, a llevar la esperanza de la salud al que la solicitara, la medicina para mitigar el dolor; junto a su efecto y compañía; la mayoría de las veces sin esperar remuneración material alguna, que no fuera un fuerte abrazo, o quizás un cafecito caliente, que con cariño le ofrecían sus innumerables pacientes. Estos que eran en su mayoría, los atrapados en la miseria, el olvido y el desamparo de su marginidad social -Una escena que viví junto a el, la última vez que lo vi, unas cuantas semanas antes de su partida final, confirma estos criterios: Fue cuando una pobre señora se le acercó en el momento que cruzábamos el parque, para contarle sus dolencias. Luego de escucharle, el vació rápidamente los cigarrillos, sus inseparables acompañantes, en otro bolsillo y en esa rústica envoltura de papel, le hizo una receta, que le pasó junto a unos billetes verdes. Ese era nuestro Milito, nuestro querido médico del pueblo.

Pero la humildad de Milito trascendió la práctica cotidiana de sus oficios de médico y escritor, materializada en una faceta de la que jamás hablaba y que yo nunca pude sospechar en él, dado ese temperamento sosegado del que hizo gala toda su vida, que creemos haber descrito fielmente, más arriba. La pena fue que esta nueva visión de su personalidad, no la puedo confirmar aquí con una escena emotiva, como aquella citada de la cajilla de cigarrillos y la receta. Me llegó tras la terrible experiencia que compartí con él de la 40, tras el aniquilamiento criminal por la Dictadura de la casi totalidad de miembros de la mencionada gesta patriótica del IJ4 del 1959, de la cual yo fui uno de los tres sobrevivientes. Sucedió cuando un compañero de celda me dijo que en la solitaria vecina, habían traído un preso de Bonao, que era Médico y le apodaban Milito.

Luego de salir de mi estupor y de vencer mi sorpresa, yo no pude disimular mi alegría, ante esa noticia. Fue cruel entonces y lo es más decirlo ahora delante de sus parientes aquí presentes, que ya tienen bastante con el dolor que les embarga por la muerte de su querido deudo. Pero la crueldad era nuestra eterna compañera en aquel infierno de resistencia y horror, sólo que mi excepcional contentura por tener a Milito de compañero, se explicaba por algo que era también usual en el marco de la tiranía que nos devoraba. O sea lo normal era que la familia de los prisioneros del régimen, sufriera también las consecuencias de tales rebeldías, como la muerte, la persecución, etc., algo que yo ignoraba si había pasado con algún miembro de la mía. Cuando me enteré que Milito era mi vecino, sabía que iba a salir de esa tremenda angustia, porque como la incomunicación era parte de la tortura, yo no sabía nada de lo que había sucedido desde mi encierro, ni con mi familia ni en el país.

Felizmente mi compueblano y compañero de aquella jornada libertaria, me anunció que en mi casa todo estaba bien, algo que para entonces quería significar que por lo menos estaban vivos, que era suficiente. Mientras a duras penas nos oíamos, pues conversábamos de un lado a otro de la pared que nos separaba, tirados en el piso a la usanza de todos los habitantes de aquel territorio del espanto, aprovechando la ranura que quedaba entre el muro y el piso. Pero comunicarnos aunque fuera de esa manera, era para nosotros un lujo inestimable. Situación que aprecié como nunca, cuando también me dijo algo, que estimuló mi engreimiento aldeano. Fue al enterarme que en Bonao desde hacía un buen tiempo, aunque quizás de forma dispersa, existían núcleos de resistencia, que incluso habían producido sus mártires, como había sido la caída de Miguel Angel Tauil Moya asesinado en esa cárcel que teníamos como habitat, y su propia presencia allí, algo que no sucedía por primera vez, pues era su segunda estancia en aquel hotel de la barbarie.

Para algunos presentes, quizás no entiendan la razón de mi engreimiento como bonaero al tener noticias de las luchas democráticas que se realizaban en la clandestinidad allí, pero basta con recordar que sobre nosotros, se habían tejido algunas historias de sumisión, que incluían situaciones de género, que fueron desmentidas por la realidad histórica, como la que sufríamos Milito y yo, por haber participado en algunas de aquellas. Estas que serían reiteradas en lo inmediato por otros luchadores en combates similares, como fue por ejemplo en el heroico Complot Develado del IJ4 del 1960, que como en tantas otras insurrecciones, estaban en nuestro caso particular destinadas a combatir la doble Dictadura: La local de Petán y la nacional de su hermano Glmo. Trujillo.

En este contexto emancipador, también participaron hombres y mujeres de nuestra patria chica, incluso cuando las batallas fueron más allá del quehacer democrático, como fueron aquellas libradas por la liberación nacional, antes y después del 1959, como fue por ejemplo, entre las primeras la protagonizada por Cayo Báez en la Ira. Intervención norteamericana del siglo pasado y entre las segundas las jornadas populares y guerrilleras de noviembre del 63, así como las constitucionalistas y nacionalistas de aquel abril del 65. Finalmente, quiero decir, que si me decidí a pronunciar este penegírico ante el cadáver venerado de nuestro siempre inolvidable Milito, es porque, como me subrayara su hermana María Elena la historiadora y otros amigos al hablar de ello, era propicia la ocasión para recrear aquel testimonio sobre ese momento histórico de nuestro país, a pesar de la tristeza que nos embargaba. En especial, pensé, porque en una época como la que vivimos, en la que brillan por su ausencia los valores éticos, profesionales y patrióticos, una vida que se nos fue como la del Dr. Emilio A. Muñoz Marte y el de sus compañeros de lucha, debe servir de ejemplo, de paradigma, para las generaciones actuales y futuras, no solo a nivel local y nacional, sino también internacional. Gracias.

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