Emilio Aparicio Martínez

Emilio Aparicio Martínez

Reconocido maestro del arte escénico cuyo recuerdo está vivo todavía por las enseñanzas que impartió en República Dominicana   a   cincuenta años de su temprano deceso

POR ÁNGELA PEÑA
Ana Victoria y Carmen, sus dos hijas, lo recuerdan disfrutando de las bellezas de Sosúa desde una cabaña del hotel “Garden City”, paseándolas por el parque Colón o improvisando sonidos y musicalizando las obras que llevaba a la radio o al teatro. Los pocos discípulos que sobreviven lloran al recordar su muerte temprana, muy sentida, porque las artes dramáticas dominicanas perdieron tras la partida al que fue su aliento, inspiración, creador, maestro.

Emilio Aparicio Martínez, reconocido por una calle del ensanche Julieta, llegó a la República Dominicana luego de una accidentada travesía que parece argumento para novela trágica, de amor o de suspenso. Refugiado de la Guerra Civil Española, salió en 1939 junto a su esposa embarazada, Antonia Blanco Montes, separados después por obligación, con el acuerdo de reunirse en un campo de concentración de Francia y tomar un barco que los llevaría a México. Pero la angustia se apoderó de la joven al ver que el compañero no llegaba. Pudo localizarlo gracias a avisos y anuncios en la prensa y partieron hacia América en el barco “La Salle” hasta arribar a Santo Domingo, en febrero de 1940.

“Cada español tenía que pagar 40 dólares pero no lo tenían, hicieron entre todos una colecta y fueron pasándoselos uno al otro, así pudieron entrar”, recuerdan las hermanas por referencias que les hacía su madre.

Fueron enviados a San Francisco de Macorís reconocidos ya en su patria, ella como brillante y exquisita actriz, él relevante e imponente actor, director, profesor de teatro que además escribía conmovedores poemas amorosos. La estadía en aquel pueblo fue breve pero productiva, dirigió la emisora que era propiedad de Raúl Betances hasta que el dictador Rafael Trujillo se enteró de la preclara capacidad artística del joven refugiado.

En “Ciudad Trujillo”

Emilio Aparicio murió a la edad de 41 años cuando apenas llevaba nueve  en la entonces “Ciudad Trujillo”. La convivencia con sus niñas fue corta, pero intensa. Rodeadas de fotos amarillentas, antiguas tarjetas, cartas, recortes periodísticos, actas, completan con crónicas y evocaciones orales la historia del padre que escucharon de labios de su madre y que reciben a diario de actores, locutores, actrices que estuvieron en las celebradas obras que fueron entonces la novedad de aquellos años. Ellas mismas fueron parte de algunos elencos infantiles. Ana América heredó la sensibilidad artística de sus progenitores, que refleja a través de sus pinturas.

“Era un maestro, intentaba ayudarnos en la escuela, y era también un gran trabajador. Cuando la guagua del colegio iba temprano a recogernos, ya se había ido a trabajar en los ensayos”, cuentan Carmen y Ana, que entonces vivían en la Arzobispo Meriño 112, lugar de encuentro del insigne profesor con sus amigos Vela Zanetti, Gaussachs, Andrés La Calle (padre del actor Andrés García), don Fernando y doña Emilia Blasco. Además se reunía en “La Cafetera”, de El Conde, con otros coterráneos.

Sumamente cariñoso, consentidor, alegre, los días más felices junto al papá, manifiestan, fueron los de Reyes y los de vacaciones en Sosúa. Eran gratas las visitas a los ensayos en “La Voz Dominicana” y los papeles que les asignaba, como el de “Raulito” que caracterizó Carmen, la de más dotes para la actuación. “Los domingos nos llevaba al cine y recuerdo que nos dormíamos todas las noches con la música clásica que ponían a lo que ellos llamaban puentes musicales”, expresa Carmen.

Lo describen de elevada estatura, “medía seis pies”, rubio, ojos azules claros, delgado, extremadamente afable. “Amó este país y adoró a los dominicanos, todavía, a más de 50 años de su muerte, es recordado. En 1977 Iván García creó el “Festival Nacional Emilio Aparicio”, dentro de la celebración del “Marzo Teatral”, y en la actualidad se otorgan los premios “Emilio Aparicio” a las mejores agrupaciones teatrales del año”, refieren. “Papá decía que la República Dominicana fue el oasis de su vida”, exclama Ana América.

Creador del teatro dominicano

Emilio Aparicio nació en Madrid el cinco de abril de 1908, hijo de Francisco Aparicio y Carmen Martínez. Adolescente, trabajó poco tiempo en “El Fénix”, una compañía de seguros, y luego ingresó con María Guerrero en el teatro que ésta fundó y que hoy lleva su nombre, donde conoció a la que fue su esposa, Antonia Blanco Montes. En su país natal fue, además, director de teatro.

Ya residiendo en la República,  Trujillo le propuso la dirección de una escuela para jóvenes con aptitudes histriónicas. Así nació, en 1946, el “Teatro Escuela de Arte Nacional”. Aparicio preparaba obras para radio y teatro que montaba, dirigía, musicalizaba, daba lecciones e intervenía en ellas, y que se exhibieron originalmente en el teatro Olimpia. Los ensayos eran en una casa de la calle Hostos. “Al mismo tiempo que dirigía y enseñaba teatro, papá introdujo las novelas radiales para La Voz del Yuna, hoy Radio Televisión Dominicana”, narra Ana América.

Drácula, el hombre vampiro; La huérfana de la aldea, Prohibido suicidarse en primavera, Don Juan Tenorio, El hombre que yo maté, Papá Gutiérrez, El caballero de Varona, Falsa amistad,  La muerte envía su tarjeta, Amores famosos, Por la buena o por la mala, están entre las obras que llevó a la radio o al teatro y en las que actuaron sus alumnos: Monina Solá, Juan Llibre, Marino Hoepelman, Oscar Iglesias, Lucía Castillo, Zulema Atala, Francisco Grullón Cordero, Liliano Angulo, Carmen Rull, Rafael Gil, Freddy Nanita Peña, Franklin Domínguez, Julio César Félix, Jhair Ferreira, Fernando Enrique Ariza, Thelma Nury Espinosa, Rosa de la Rosa, entre otros.

El consagrado artista era además escritor y dibujante. Enfermó de cáncer a los 41 años y aún en esas condiciones “demostró su interés por las tareas artísticas al ofrecer su colaboración al “Teatro Experimental de Cámara” entonces en formación. Murió el 19 de noviembre de 1949.

“¡Maestro! Con el prodigio de tu inteligencia nos diste a comprender el arte y emocionaste nuestros corazones con la grandiosidad del tuyo”, escribió Rafael González Tirado tras el deceso de Aparicio.

La calle

El 12 de abril de 1977, por iniciativa del distinguido escritor y director de teatro Máximo Avilés Blonda, se denominó “Emilio Aparicio” una calle del ensanche Julieta. Nace en la “Virgilio Díaz Ordóñez” y muere en la “Calle 8”.

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