Emilio Estefan: El rey Midas latino

Emilio Estefan: El rey Midas latino

POR MANUEL EDUARDO SOTO
Es curioso, pero la larga amistad que hemos tenido con Emilio Estefan desde principios de la década de 1980 ha tenido siempre como punto central a su esposa Gloria, a la que sólo hemos tenido oportunidad de tratar un par de veces y muy brevemente.

Es una de las pocas estrellas a las que no entrevistamos nunca en forma exhaustiva, a pesar de su gran éxito tanto con sus grabaciones en español como las que hizo en inglés y que marcaron época dentro del mercado norteamericano y mundial.

Emilio siempre ha tenido un minuto para mí, aunque las múltiples actividades que desarrolla en su empresa no siempre se lo han permitido, pero nunca ha dejado de reconocer que estuve a su lado cuando más me necesitó: en los comienzos de Miami Sound Machine y luego con Gloria como solista.

«¡Hola, buenmozo!», me dice siempre que nos vemos, generalmente en cocteles de lanzamientos de discos o en fiestas de la farándula, aunque uno sepa muy bien que de buenmozo no tiene nada. Pero la intención es lo que importa.

«Manuel Eduardo nos ayudó en nuestros comienzos, por lo que le guardo un aprecio muy especial», ha comentado en más de una ocasión en reunión de amigos. Aunque no tuve la suerte de conocerlo en sus inicios en la música, cuando era un humilde cubanito que tocaba el acordeón en restaurantes criollos de Miami, sé muy bien que el imperio que tiene hoy bajo el nombre de Crescent Moon no comenzó de la noche a la mañana, sino que fue producto de sacrificio, tesón y mucho trabajo y paciencia.

El accidente casi fatal que sufrió Gloria en Pensilvania en 1990 le hizo suspender sus actividades totalmente para dedicarse de lleno a atender a la mujer de su vida. Incluso una vez me confidenció que nunca le había sido infiel, a pesar de que nos podemos imaginar las múltiples ocasiones que podría haber caído en la tentación.

«¿Sabes algo, Manuel Eduardo?», me dijo una vez, dejándome pasmado. «Desde que yo comencé mi relación con Gloria, no he estado con ninguna otra mujer».

Su mirada reflejaba la sinceridad de sus palabras y echaba por tierra la idea de que un hombre del poder de Emilio –que, al igual que el rey Midas, que todo lo que tocaba lo convertía en oro, podría hacer a cualquier mujer una estrella o una superestrella– cayera en las redes de alguna de las tantas chicas bellas que llegaban a su oficina para que les diera una oportunidad.

Ese debe ser el secreto de la estabilidad de la relación de los Estefan, los que aparte de la disquera tienen divisiones de producción de televisión y de cine, y de muchas cosas más en su superempresa.

Además, su estrecha relación con el mundo del espectáculo angloparlante le ha permitido convencer a los gringos que los hispanos podemos ser tanto o mejores que ellos en lo que ha producción artística se refiere.

Cuando a fines de los 90 le pedí como favor que hiciera un espacio en su agitada agenda para que conociera a Juan Luis Guerra, quien se perfilaba en ese momento como el artista más popular de América Latina junto a su grupo 4.40, no vaciló en darme una cita al día siguiente.

Luego, cuando Gloria volvió a cantar en español y lanzó su álbum «Mi tierra», en 1996, Emilio me llamó para que le escribiera los textos que acompañarían al disco. Y cada vez que Gloria terminaba de grabar un álbum, me invitaba a sus estudios para que le diera mi humilde opinión sobre los temas.

Aunque tiene enemigos y envidiosos que sufren por su éxito, él sigue siendo una persona sencilla y amigable. Claro, se transporta en un Rolls Royce o en una todoterreno Land Rover, pero no deja sus costumbres tradicionales, entre ellas continúa cortándose el pelo con un viejo peluquero cubano de la Calle Ocho y sigue comiendo ropa vieja en restaurantes de la ciudad donde lo reciben como un hijo más y no como el superpoderoso productor artístico que es.

*El autor es periodista chileno, de larga trayectoria internacional.

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