Emilio José Brea García – Desechos de ricos

Emilio José Brea García – Desechos de ricos

No se puede negar que la isla «estado libre asociado» de Puerto Rico es rica, lo es por herencia y circunstancias distintas que vienen, principalmente, desde 1898. Remítase a la historia y lo sabrá.

Decía en La Habana, un anciano bartender de la «Bodeguita del Medio», en 1988, «ni Puerto Rico es rico ni Santo Domingo santo». Aludido por la elegante reflexión semántica opté por reaccionar diciéndole «Ni es uva». Ahí se zanjó la aparente disputa y vinieron los «mojitos». Ahora que los «mojaditos» son los dominicanos (aunque en la década de los años 20 del siglo pasado eran los boricuas que venían ilegalmente tras «la danza azucarera de los millones» en la región este), se demuestra la ingenuidad santurrona de los dominicanos ente la riqueza contemporánea demostrable de los puertorriqueños. Nuestros hermanos antillanos, vecinos por la unión (no separación) que aporta el mar con el Canal de la Mona, han estado produciendo energía termoeléctrica en centrales que producen cantidades de desperdicios sólidos que tienen nombres muy peculiares. O «fly-ash» o «rock-ash». Con este último membrete se ha estado debatiendo un conflicto delicado, desde que muchos meses después, alguien se percató de que lanzaban desperdicios de dudosas procedencias en las inmediaciones de las playas de la codiciada bahía de Samaná. Se supo luego que también lo habían lanzado en el ostracismo de Manzanillo.

Como el tema viene desde 1982 con aquel intento de verter «lodo cloacal» en las cercanías de la Laguna de Oviedo o en ella misma, la reacción tardía ha sido espeluznante y harto justificable por parte de la prensa nacional y sectores interesados. Y se han planteado diferentes posiciones. No nos referiremos a los titubeos de las instancias responsables que supuestamente deben velar por la aplicación de las leyes ambientales (aunque no tengan aún reglamentos de aplicación). Nos referiremos al valor de esa basura producida por nuestros ricos vecinos. ¿Cuánto costó la mercancía transportada hasta nuestras playas? ¿Quién o quiénes pagaron por ella? ¿Quién o quiénes ganaron comisiones en el negocio de compra y venta de esos desechos? ¿Quién o quiénes han pecado por omisión en este nuevo e innecesario problema que surge desde arriba? ¿Cuándo se fraguaron estos negocios, en qué momento, amparados por cuáles acuerdos y entre quiénes? Si hubiere interés de clarificar este asunto de alcance nacional, no meramente localista, se pudiera empezar por contestar esas preguntas. Luego podríamos bailar la bachata de que si es o no tóxico, abrasivo, peligroso, contaminante, inflamable, corrosivo y/o reactivo. Y después, para que la ciudadanía quede suficientemente edificada sobre estos casos, fuera bueno saber qué hacemos nosotros con nuestros desechos sólidos generados en las pocas centrales termoeléctricas que tenemos o en aquellas que necesitan y usan carburantes que producen desechos del mismo tipo sin que necesariamente sean iguales aunque sí parecidos. O es que somos, por indigencia, el basurero del Caribe.

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