Emilio José Brea García – Todavía hay letrinas en el malecón

Emilio José Brea García – Todavía hay letrinas en el malecón

En las inmediaciones de un carromato con un letrero que identifica el negocio de ventas de comestibles como «La Epoca», todavía el jueves 10 (Corpus Cristi) había una letrina de tablas de madera y chapas de zinc, con techo del mismo material, «reforzado» por dos bloques de concreto que lo asientan e impiden que los vientos lo levanten, colocado justo al borde del arrecife, semi oculto por una terraza que abre en ángulo sobre la desembocadura del río.

Esa letrina podría ser la última, quizás la sobreviviente de la batida realizada recientemente por el Ayuntamiento del Distrito ante las denuncias de arrabalización que propulsaran tanto el periódico Hoy como El Nacional. Pero el problema es que el malecón entero es una sola letrina, es un inmenso zafacón y tiene tres descomunales cocinas en las «plazas» Juan Barón, en Guibia y en la Omar Torrijos, en donde los desperdicios que se generan, la grasa que se adhiere al pavimento y el mal olor que se respira, las ha convertido en focos de contaminación urbana a todo lo largo del paseo marítimo. Leemos en la prensa que la Omar Torrijos ha sido «recuperada». Enhorabuena. Antes recuperaron con presteza el estacionamiento frente a la esquina Socorro Sánchez, pero más que nada porque la cuantiosa inversión realizada en el exitoso ensayo de Adrian Tropical, hacia el lateral oeste del estacionamiento citado, así lo exigía. Otros focos de contaminación han sido fortalecidos con el saneamiento reciente de las brigadas del Ayuntamiento del Distrito, porque al trasladar negocios desde la Omar Torrijos a la Juan Barón, solo se han traslado los problemas. Es cierto que algo es algo. Pero cuánto tardaron para empezar a corregir una situación a toda vista inmunda. Hace tres años estas mismas páginas nos sirvieron de foro para denunciar las mismas letrinas que tardaron tres años en desmantelar (y no todas). Justo tres meses antes de iniciar el proyecto «malecón libre», habíamos planteado, dentro del seno del propio ayuntamiento y en una reunión en el «salón azul», que si las tres cocinas del malecón no eran intervenidas, era muy poco el aporte a la comunidad que le haría el proyecto de «malecón libre». Los resultados están a la vista. Motivados por estas iniciativas, elaboramos tres colaboraciones que fueron publicadas en el periódico Hoy en distintas fechas entre finales del 2002 y principios del 2003. Propusimos incluso que se les concesionaran a los hoteleros los frentes de sus establecimientos para mejorarlos paisajísticamente y darles un uso acorde con la función turística. Había sido el deseo de ASONAHORES y los Hoteles de Santo Domingo, por voz de su Secretaria Ejecutiva, la señora Paola Dimitri, que ante todo se elaborara un Plan de Manejo del malecón. Hasta ahora no se ha hecho. El malecón ahora tiene menor cantidad de letrinas visibles, pero sigue siendo fétido. Es un muladar de pútridos desperdicios que se dispersan por entre los arrecifes, sustituyendo las florecillas. Las ratas dominan el ambiente donde no hay gatos. Las descargas cloacales contribuyen a la consolidación de una peste de alimañas en donde las cucarachas voladoras son las reinas de las noches. No hay sistema de iluminación (bueno, le falta a todo el país…). La policía patrulla haciéndose de la vista gorda ante los actos bochornosos (por ejemplo, hombres orinando donde quiera), molestando a los niños pedigüeños (faltos de atención social), colaborando con las más vulgares prostitutas (las hay muy refinadas que pasan desapercibidas) y en contubernio económico con la ilegalidad de los establecimientos «no registrados» por el ayuntamiento. Los dos monumentos situados en el paseo marítimo están abandonados. El obelisco es un almacén de «insumos» de los negocios de la Juan Barón y el levantado a la «Independencia Financiera» (Trujillo Hull) en 1942, se descascara con el tiempo pudiéndose resemantizar. Quizás no hay una autoridad responsable que sepa lo que quiere decir esto. Nosotros ya no lo repetimos más.

El malecón es la principal avenida de la ciudad. Su emplazamiento frente al mar la hace una larga y escenográfica ventana para toda la ciudad. Pero el malecón fue convertido en vía rápida y de carga pesada por el uso sin control de los camioneros. Ahora es extremadamente peligrosa. Los que invertimos en el malecón desde hace ya más de seis años (otros tienen toda una vida haciendo igual o más) sentimos que ante el abandono permanente, las cíclicas «recuperaciones» son un bálsamo momentáneo, un «allante» como se dice en el argot popular. La ciudad no puede ser manejada con improvisación de barrenderos y gente que oculta basuras. La ciudad debe ser manejada con criterios educativos colectivos, claros y precisos. Nos duele a todos, incluso a los insensatos y desaprensivos que la agreden, quizás porque simplemente nadie les llama la atención. El malecón necesita treguas y el gobierno municipal lo sabe y debiera advertirlo y ponerlo en marcha porque «recuperar» el malecón debe ir tan lejos como descansarlo de acciones inoperantes, replantarlo, sembrarlo de árboles adecuados, endémicos y de aquellos que nacen en los frentes marinos y por tanto resisten sus inclemencias temporales. Al malecón hay que darle un mantenimiento consecuente con su importancia de vía escénica y panorámica. Hay que pintarles los bordillos a las peligrosas aceras estampadas que hacen resbalar cuando se mojan, hay que pintarle las señales de pavimento en sus carriles y esquinas, ponerles ojos de gatos al centro, recortar y podar los árboles que crecen silvestres, intentar crear jardinerías con imaginación de manera que no puedan ser fácilmente vandalizadas (grandes piedras en composición armónica podrían ayudar). En fin, que el malecón debiera tener otro destino menos antihigiénico y entonces quizás, los escasos turistas que logran escapar de los apresadores resort, puedan venir a la capital y visitarlo sin temor a infecciones y contaminaciones vergonzantes.

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