Eminencia: ¿Somos una Nación?

Eminencia: ¿Somos una Nación?

REYNALDO R. ESPINAL
Como una manifiesta reiteración de sus desvelos patrios, que no de otra manera, merece ser juzgado el reciente llamado de su Eminencia Reverendísima Cardenal Monseñor Nicolás de Jesús López Rodríguez a todas las fuerzas vivas del País, y muy especialmente a la clase política, en el sentido de que resulta ya impostergable desafío avocarnos todos a delinear un Proyecto de Nación.

Conocedor como pocos de nuestras vicisitudes y desventuras patrias, no desconoce, sin embargo, en augusto prelado que desde la génesis de nuestra vida Republicana hasta el presente sigue siendo una tarea inconclusa definir con precisión y sin interesadas mediatizaciones el auténtico interés de la Patria trascendiendo y sublimando nuestras históricas mezquindades y nuestras inveteradas malquerencias.

La precitada constatación nos remite a considerar la pertinencia de desempolvar a los grandes maestros del pesimismo Dominicano, cuyo ángel titular lo constituye, sin dudas, Don Américo Lugo, y preguntarnos si después de más de ciento cincuenta años de vida república somos una Nación o si, por el contrario, no pasamos de ser una masa amorfa que aún suspira por delinear la ruta de su destino.

Nación es cohesión, comunidad de sentimientos, propósitos compartidos, es más que un simple pedazo de tierra, más que un himno, más que una bandera.

Y si esto es así, no creo que se precisen de agudas disquisiciones para llegar a la triste conclusión de que estamos muy lejos de concebir y estructurar una visión de País.

Si alguien quiere de ello un ejemplo manifiesto, piénsese solo en el recién terminado proceso de aprobación y discusión de la mal llamada reforma fiscal. Sólo basta revisar la composición de los actores para constatar que allí no estaba el País en su plural composición. Y si como esto fuera poco duele aún más constatar que las discusiones fueron pautadas por intereses que todos sabemos, triste reiteración de que nuestro pobre País no ha pasado de la época de Mister Dillinghan y Mister Pulliam.

Los que dicen ostentar nuestro liderazgo no parecen percibir la gravedad de los desafíos que se abaten sobre el horizonte de la Patria, y muchos menos son capaces de hacer una pizca de esfuerzo por delinear una visión nacional.

Esta atonía colectiva, esta falta de visión, parece acrecentar en muchos la velada pero sentida aspiración de que vuelva «El Gendarme Necesario», aquel que sea capaz de poner freno a nuestra creciente anarquía, lo que nos recuerda aquella expresión de Emilio Castelar en el Parlamento Español según la cual «…si la libertad es como el alimento del cual podemos prescindir varios días, el orden es como el oxígeno ante cuya ausencia Parecemos irremisiblemente…»

Nuestros Partidos parecen estar al margen de los anhelos de la sociedad, una parte importante de nuestros Congresistas se desprestigian con indignidades como la de conocer un proyecto de ley para importar tragamonedas, muchos de nuestros empresarios preocupados por cabildear exenciones y privilegios parecen olvidar la terrible responsabilidad que le cabe en la preservación de nuestra paz social; un sector significativo de la prensa en actitud de silencio cómplice olvida su primordial misión de ser portavoz genuina de las ansias populares.

Es válida la preocupación de su Eminencia, con el agravante de que nunca como hoy está tan amenaza nuestra integridad y acrece más confuso nuestro porvenir. Ahí está Haití, la eterna piedra de nuestro zapato, sumido en los agónicos estertores del desorden y la anarquía, gangrenado por la corrupción y el narcotráfico, sin instituciones y sin brújula. Y nosotros pensando en mezquindades y soñando quimeras, a quien cabe aplicarle la frase del estratega Romano ante la invasión de los Cartagineses: «Mientras Roma delibera, Sagunto es arrasada».

No albergo dudas en torno a la posibilidad de que quien lea estas reflexiones me encasille en seguida en la lista ya prolija de los intelectuales pesimistas. Ello, lo confieso, no me desagrada, más aún me sirven de acicate las palabras de Ortega y Gasset en su Introducción a la España Invertebrada:» …Yo no veo muy claro que el pesimismo sea, sin más ni más, censurable. Son las cosas a veces de tal condición, que juzgarlas con sesgo optimista equivale a no haberse enterado de ellas…». 

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