EMIGDIO VALENZUELA MOQUETE
Hay sentimientos grandes, tiernos e inefables por los que todo se puede sacrificar, pero jamás es lícito sacrificar la dignidad» (Bottach).
En su libro «Cartas a Evelina», el ilustre médico y literato dominicano Francisco Moscoso Puello afirma que «La lisonja es la terapia que más hace durar al hombre».
Soy devoto de reconocer en vida los méritos y los valores de quien los tiene y los merece. Pero abomino no sólo dar, sino también recibir lisonjas, que traducidas al dominicano puro es lo que llamamos «lambonismo», el que se caracteriza por la práctica de magnificar virtudes y exaltar bondades que nunca existieron en el mortal al que se quiere halagar exageradamente.
Por eso prefiero decirlo aquí y en este momento, no a la vera del sepulcro.
Emmanuel Esquea Guerrero, allá por el año de 1972, me dio tempranas señales de que era un hombre de bien y sin sentimientos de retaliación. Tuvimos un pequeño incidente académico en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU) él como profesor de Derecho y yo como su alumno de último año.
Recomendado por Doña Consuelo Soñé de Henríquez, una dama ya fallecida a la que guardo gratitud eterna, en mi condición de estudiante de Derecho solicité ingresar como paralegal al bufete de abogado Ramos-Messina, a la sazón y aún lo continúa siendo uno de los más reputados y prestigiosos de la República.
Ante mi solicitud, las cabezas de ese bufete, los hermanos Emmanuel y Wellington Ramos Messina, con quienes tengo también imperecedera deuda de gratitud, me informaron que habían contratado recientemente a un joven profesional regresado de Francia, Emmanuel Esquea Guerrero, y que no había plaza vacante pero que si él consentía en que compartieran el mismo despacho, ellos no tenían objeción a que me integrara a formar parte del bufete.
Luego de aquel incidente académico, pensé que si mi ingreso a ese bufete dependía de esa decisión, mi aspiración pasaba al plano de una utopía. Para sorpresa mía el profesor Esquea asintió a que compartiéramos el despacho. Y eso no fue todo sino que, a los pocos meses, me dijo que para mi mejor desempeño no podía seguir caminando a pies. Liquidó un caso como se dice en el argot jurídico y me proporcionó el dinero para comprar un carrito Fiat, cuyo costo en ese entonces ascendía aproximadamente a RD$2,846.00. Aunque le pagué. Nunca me ha cobrado la magnanimidad de ese gesto.
Como se trata de una figura pública, no tiene nada extraño que para conocimiento del país exponga la percepción que tengo del personaje al cual aludo, derivada de nuestra dilatada amistad y sociedad profesional, que ya casi alcanza cuatro décadas.
Emmanuel Tristán Esquea Guerrero es una persona ejemplar, buen familiar, solidario y leal en la amistad, como el que más. Aferrado a sus principios hasta la tozudez.
Vive privada y públicamente con apego a la ética y la moral. No tiene doblez. Hombre honesto a carta cabal. Insobornable. Fino, acucioso y profundo jurista. Con claro sentido de los conceptos de equidad y justicia.
Como hombre público es pulcro y transparente en su accionar. Polémico en la defensa de sus ideas. Cuando disiente lo hace con altura.
No es un ángel. Ni tampoco un extratémpora. Como todo ser humano tiene las limitaciones, imperfecciones y debilidades propias de esa condición.
Pero con muchas personas como él, la República Dominicana sería un país mejor y más digno, porque como pocos, Emmanuel Esquea Guerrero es un hombre de honor.