EL DEPORTE une y hermana a los pueblos. Esa verdad tomo cuerpo visible con los Juegos Olímpicos, celebrados cada cuatro años en la Grecia Antigua (776 años antes de Cristo) tributo al dios Zeus por sus bondades, siendo rescatados en Atenas, 1896, por un inspirado idealista, el Barón de Coubertain, modernamente convertido con mentalidad mercantilista del español Samaranch en el más costoso, grandioso y espectacular evento comercial, cultural deportivo conocido hasta entonces.
Hemos logrado llevar a nuestros atletas al parnaso, aparecer en el medallero olímpico con hazañas como la de Félix Sánchez, conquistando dos medallas de oro en ciclos distintos, de bronce reciente de Luisito Pie, en boxeo y pesas y formidables demostraciones de voleibol Las Reinas del Caribe y otras disciplinas. Pero lo nuestro es el béisbol. Una pelota redonda que viene en caja cuadrada, donde cualquier cosa puede suceder. Y sucedió después de una vergonzosa participación, el equipo dominicano reivindica su honor resultando campeón invicto del pasado Clásico Mundial, gloriosa hazaña que nos convirtió en el epicentro del escenario beisbolístico y, naturalmente, un mayor compromiso: retener la corona.
Los artífices del triunfo anterior volvieron a darse la mano. Tony Peña, Manager; Moisés Alou, Gerente General, conformaron un formidable trabuco alentando a jugadores estelarísimos que se alinearon gozosos y optimistas como verdaderos soldados de la Patria para enaltecer su bandera y el orgullo nacional: “Somos dominicanos y no tenemos miedo”, fue el grito contagioso que brotaba de las gargantas de más de 30,000 fanáticos del Plátano Power, llegados de todas partes sin distinción alguna, identificados con su bandera tricolor y sus ídolos deportivos, copando el 90% los asientos del fastuoso Marlin Stadium.
Después del aldabonazo de tres carreras del formidable José Bautista, mi ídolo personal, y la aplastante victoria frente a Canada del Tsunami y el equipo criollo mostrando sus garras las graderías alborozadas sentenciaban: “Se pueden ir, “Que venga el otro.” Y el otro llegó dos días después con la arrogancia intimidatoria propia de todo Imperio. 5 x 0 marcaba la pizarra insalvable, sintiéndose el nerviosismo y el silencio luctuoso de las graderías hasta sonar cual trabucazo de Mella, la clarinada: un soberbio cuadrangular solitario del muchacho que bebía leche de manos del abuelo y quería ser pelotero: Manny Machado, encendiendo la chispa victoriosa. Me imagino a Tony arengando entonces No podemos defraudar a nuestra gente. Vinieron a vernos ganar. Somos dominicanos. Vamos pa’ lante. Y así fue. Todavía debe resonar en los oídos de Trump el bambinazo de Nelson Cruz, remolcando dos compañeros embasados coronando su cabeza con laurel y otro aldabonazo similar de Starlin Castro, para despejar cualquier duda posible. Tronaban las graderías. Una alegría enorme, indescriptible. “El resto es tuyo, Familia.” A golpe de conga cayó el telón.
El siguiente desafío. El combinado de Colombia venía de dar una gran batalla yéndose a extra inning con el Coloso del Norte. Y tuvo a tris de arrebatarnos la victoria de no aparecer el brazalete certero de Bautista y el coraje del Wellington Castillo, pagando bien caro su osadía: muerte súbita: diez carreras por tres. Dominicana invicta. Agradecido a todos los que hicieron posible este momento inolvidable.