Empleos corporativos  y nombres

Empleos corporativos  y nombres

Lucy Kellaway
Cada vez que oía que alguien había cargado a su hijo con la cruz de un nombre como Tarquin, Apolo o Silas, temía que el niño fuera objeto de burlas en el colegio. Ahora he descubierto que confundía mis preocupaciones. Donde un nombre extravagante causa más daño no es en el patio del colegio sino en un consejo.

LinkedIn acaba de consultar su base de datos de 100 millones de profesionales y ha descubierto que la mayoría de los consejeros delegados tienen nombres de pila aburridos. En el letrero de un despacho, Ed queda bien, pero no Tarquin: los nombres más habituales entre los ejecutivos son Peter, Bob, Jack, Bruce y Fred.

Me pregunto por qué no me había dado cuenta de esto antes. Cuando busco en mi mente los nombres de los titanes corporativos más excepcionales, son todos monosílabos corrientes –Bill (Gates), Paul (Allen), Jack (Welch), John (Chambers)–. Si nacieron con nombres más largos, los han abreviado: Jeffrey se convierte en Jeff (Immelt); Robert en Bob (Nardelli, Horton); y Christopher en Chris (Gent).

Las dos sílabas sólo se aceptan cuando son una buena versión de un nombre más formal. Están Jamie (Dimon), Sandy (Weill) o Larry (Bossidy). Pero las tres sílabas no son admisibles. Soy incapaz de recordar un sólo alto ejecutivo en EEUU o Reino Unido con un nombre de pila largo. Aún se me ocurren menos con uno extravagante o raro. El único nombre desquiciado que me viene a la mente es el de Loïk Le Floch-Prigent, el desacreditado ex presidente de Elf. Pero en realidad no cuenta, porque: uno, es francés; y dos, ha pasado mucho tiempo en prisión.

El estudio de LinkedIn sugiere que los distintos tipos de empleos corporativos atraen a gente con diferentes nombres. Si tienes un nombre alegre como Budd, Troy o Chip, tendrás éxito con las ventas, mientras que un nombre más largo y convencional como Andrew te convertirá en un ingeniero perfecto. Si, por el contrario, tu nombre tiene siete o más letras, la vida corporativa no está hecha para ti. Deberías abrir en su lugar un restaurante.

Esta idea –que tu nombre determina tu carrera– se describe como “determinismo nominativo”. Uno de sus defensores es el periodista David Brooks, que ha sacado a relucir el raro hecho de que los que se llaman Dennis tienen más probabilidades que el resto de terminar siendo dentistas, mientras que las personas con el nombre de Lawrence es más posible que se hagan abogados. Queremos, explica, hacer cosas que suenen como nosotros. A menudo me ha maravillado hasta qué punto funciona negativamente esta idea: los villanos financieros suelen tener nombres sospechosos –pensemos en Madoff o Fuld, por ejemplo–.

Aunque las evidencias estadísticas del determinismo nominativo pueden ser un poco excéntricas. Si aceptamos que el aspecto de las personas puede determinar sus carreras, no es poco razonable pensar que sus nombres también pueden hacerlo.

Sin embargo, en el caso de los consejeros delegados, lo que la supremacía de Bob-Bill-Jack nos dice sobre la vida corporativa es bastante deprimente. Dice que la diversidad es una bobada. B-B-J sitúa a los extranjeros en clara desventaja.

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1.  De hecho, si naces con el nombre de Gróf András István, pero te gustaría dirigir una gran compañía de chips semiconductores en EEUU, harías bien en cambiarte el nombre por Andy Grove.

2. De hecho, las tonterías habituales a las que podemos asistir en el mundo del ‘management’ nos dicen que las personas que progresan son aquellas “únicas” y “auténticas”. Sin embargo, el dominio de B-B-J nos muestra que esto carece de sentido –si se quiere progresar, hay que pasar tan desapercibido como el resto-.

3. B-B-J es la evidencia de una mentira corporativa dominante. Se nos induce a creer que los consejeros delegados son agradables, cuando la realidad es que su trabajo consiste en lograr que la gente haga cosas que no quiere hacer para después despedirlos si no dan la talla.

VERSIÓN AL ESPAÑOL DE ROSANNA CAPELLA

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