¿Pueden hoy algunos dominicanos pronunciar con la frente en alto y voz fuerte el pensamiento noble y profundo de Juan Pablo Duarte?
Ciertamente, si la política es la ciencia y el arte de conducir y gobernar a los pueblos para su desarrollo y bienestar social, económico, cultural y espiritual con equidad y justicia, no hay duda de que Duarte traza la pauta con su sentencia.
Hacer lo contrario es negar a Duarte:
Para seguir a Duarte, el deber fundamental de los líderes políticos es servir éticamente al desarrollo de la sociedad, de los valores materiales y espirituales de los pueblos, con apego a la justicia, a la paz, a la armonía.
La sociedad dominicana está profundamente dividida y carcomida por las desavenencias.
Esta situación la vivió Duarte en su época, quien dejó un pensamiento que cobra plena vigencia en el actual mundo político y social dominicano, atomizado y revuelto de más en más.
«Sed justos, lo primero, si queréis ser felices; ése es el primer deber del hombre; y ser unidos, y apagaréis la tea de la discordia, y venceréis a nuestros enemigos. Y la patria será libre y salva».
Cuánta grandeza y cuanta objetividad digna para ser repetida como un credo religioso, cada día, por cada dominicano.
Y más aún, en una lección de civismo sin límites, Duarte añade: «Yo tendré la mayor recompensa, a la única que aspiro, de veros libres, felices e independientes».
Hoy, las ambiciones desmedidas, los proyectos personales, el individualismo, el afán protagónico, la avaricia, el delirio de ser el primero, el deseo limitado de poder, la renuncia a no ser dirigido sino dirigente, la egolatría desmesurada, son lacras, pirañas que devoran el cuerpo social en la República Dominicana.
Si tuviéramos la humildad y la grandeza de Duarte, la suerte el país fuera más luminosa, y más esperanzador nuestro futuro.
Todo país está formado por gobernados y gobernantes, y una de las causas de nuestra crisis radica en que una parte de los gobernantes y gobernados no actúan con auténtico sentido patriótico.
Las naciones demandan de gobernantes patriotas, pero también demandan de gobernados con idénticas condiciones de servicio a la patria.
La Patria y Duarte nos obligan a ser humildes, no ambiciosos, ser comprensivos, solidarios, honestos y desprendidos.
La vida y obra de Duarte se resumen en servicio, lealtad, desprendimiento, sacrificio, solidaridad, honestidad, responsabilidad, laboriosidad, patriotismo. Todos valores excelsos, paradigmas a seguir por los dominicanos y las dominicanas.
Sólo si lo entendemos así podremos cambiar la realidad y suerte de nuestro país. Debemos tener siempre presente que la patria es ara, no pedestal.
Si las generaciones adultas no hemos actuado como Duarte ordena, de lo cual debemos arrepentirnos y revisarnos, aún nos queda la oportunidad de predicarlo a los jóvenes de hoy, pues ellos herederán la patria, y de ellos es el compromiso de buscar a Duarte, encontrarlo y emularlo.
Veinticuatro años apenas tenía el patricio, un muchacho, como decimos los dominicanos, cuando cargado de sueños, vivencias, sabiduría intelectual y solidez moral, fundó La Trinitaria. Hoy, 165 años después, el suyo sigue siendo el más puro ejemplo de patriotismo.
Después de él, Luperón; después de él, Espaillat; después de él, Manolo Tavárez Justo; después de él Francisco Alberto Caamaño Deñó; después de él…te toca a ti, joven dominicano, que, inspirado en sus ideales salgas, como él, a predicar con su pensamiento como única arma, y que tu única recompensa sea el apoyo de los que te acompañen y el recuerdo agradecido de las generaciones postreras.
Ojalá que muchos de nuestros jóvenes emulen la idea de La Trinitaria hoy. Seguros pueden estar que desde lo alto recibirán la bendición de Juan Pablo Duarte con estas palabras.
«Seguid jóvenes amigos, dulce esperanza de la patria mía; seguid con tesón y ardor en la hermosa tarea que habéis emprendido, y alcanzad la gloria de dar cima a la grandiosa obra de nuestra generación política, de nuestra independencia nacional, única garantía de las libertades patrias».
Hay que sembrar de nuevo la esperanza en nuestra juventud.
Duarte debe nacer en el corazón de la juventud dominicana.
Uno de los terribles flagelos que azotan a algunos dirigentes nacionales, políticos y empresariales es el desmesurado afán de fortuna; y en ese afán, hacen y deshacen mil travesuras en desmedro de sus gobernados, clientes y dirigidos.
En la vida de Duarte encontramos un vivo monumento a la honestidad y al sacrificio.
Basta releer el juramento trinitario donde entre otras cosas dice: «Juro y prometo por mi honor y mi conciencia… cooperar con mi persona vida y bienes a implantar una república libre e independiente».
Mientras Duarte lo dio todo por el ideal patrio, hay dominicanos que lo quieren todo, sin devolverle nada a la patria.
El país necesita una nueva generación de dirigentes que, teniendo a Duarte como modelo, sean entregados servidores desde el Estado, o cualquier otro segmento orgánico de la sociedad. Juan Pablo Duarte y Diez, vivió 63 años, y puede decirse que su vida, completa, la entregó a la concepción y estructura de un proyecto de lucha que desembocara en la instauración de una república libre, independiente y soberana.
Por infortunio el proyecto de Duarte sigue siendo una aspiración; porque ningún tipo de dependencia abierta o disimulada es saludable.
La falta de soberanía no puede ser positiva de ningún modo.
La ausencia de libertad ha sido el origen de todas las resistencias del hombre frente al hombre; de naciones frente a naciones; y de imperios frente a imperios; y es que, hasta en los propios animales vive latente el instinto de la libertad.
Echemos un vistazo a la historia y comprobemos que una gran parte de los conflictos entre naciones, tienen su raíz en el desconocimiento de la libertad y la soberanía de una con relación a otra.