En Africa, hay la sensación de que poder EU no es tan superior

<p>En Africa, hay la sensación de que poder EU no es tan superior</p>

Por JEFFREY GETTLEMAN
MOGADISCIO, Somalia —
Se supone que el mitin era contra Etiopía, el vecino y archienemigo histórico de Somalia, que en las últimas semanas había enviado tropas a través de la frontera en un intento por verificar el poder de los islamitas cada vez más poderosos que gobiernan en Mogadiscio.

Pero los gritos que sacudieron al estadio (que no tenía techo, dicho de paso, y estaba marcado con hoyos de bala) se referían a otro país, muy, muy lejano.

“íAbajo, abajo EU!”, gritaban miles de somalíes, muchos de ellos ondeando kalashnikovs amartilladas. “íCorten la garganta a los estadounidenses!”

Palabras no exactamente suaves, especialmnte cuando el pasaporte en el bolsillo propio tiene una de esas águilas doradas impresa.

Somalia quizá sea el lugar que mejor ilustra una tendencia que recorre a todo el continente africano: Después del 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos concluyó que la anarquía y la miseria ayudan al terrorismo, y por ello trató de reinvolucrarse con Africa. Pero el sentimiento anti-estadounidense en el continente solamente ha crecido, y se ha vuelto cada vez más desagradable. Y Estados Unidos parece incapaz de hacer mucho al respecto.

Varios expertos en Africa atribuyen esos acontecimientos a una sensación no del poder estadounidense, sino de su declinación; una percepción de que Estados Unidos ya no es la única potencia que cuenta, que está demasiado atrapado en Medio Oriente para ser una verdadera amenaza aquí, y por ello puede ser ignorado o desafiado con impunidad.

Funcionarios estadounidenses, por ejemplo, reconocen que están perdidos sobre qué hacer respecto de la crisis somalí intermitente, que mostró grietas la semana pasada cuando las dos fuerzas que compiten por el poder se enfrentaron con gran fuerza en su primera confrontación importante. En este caso, hay muchas razones por las cuales a muchas de las personas no les gustan los estadounidenses, empezando con los torpes esfuerzos de Estados Unidos para hacer el papel de pacificador a principios de los años 90 hasta su actual apoyo a Etiopía, que está tomando bando en la política interna de Somalia.

Pero el asunto mayor que se desarrolla aquí — la sensación de que Estados Unidos no es el hacedor de reyes que alguna vez fue — va más allá de Mogadiscio. Y se basa en una realidad cambiada: El surgimiento de otros clientes para los recursos de Africa y el encadenamiento de las fuerzas militares estadounidenses en Irak se han combinado para reducir la influencia de Estados Unidos en el Africa sub-sahariana, aun cuando Estados Unidos bombea más ayuda financiera que nunca — unos 4,000 millones de dólares por año — y puede aún afirmar ser la única superpotencia aún de pie.

“La capacidad actual de Estados Unidos para influir en las circunstancias en el terreno en Africa ha declinado dramáticamente”, dijo Michael Clough, ex director del Consejo sobre Relaciones Exteriores. “Pero la importancia simbólica de Estados Unidos sigue existiendo. Así que nos convertimos en el blanco perfecto”.

Como prueba, por favor vean a Sudán, Congo, Eritrea, el norte de Nigeria en menos grado, e incluso Sudáfrica.

Chester A. Crocker, quien fue secretario de estado asistente para Africa en el gobierno de Ronald Reagan, dice que el descenso en la influencia de Estados Unidos empezó cuando terminó la Guerra Fría. Argumenta que pese a todas las quejas sobre la inconstante política hacia Africa durante la Guerra Fría, la cual sus críticos dicen que apuntaló a un dictador corrupto tras otro bajo el razonamiento de contener al comunismo, Estados Unidos al menos estaba poniendo atención a Africa, y sus esfuerzos quizá hayan ahorrado millones de vidas.

Fue en la década inmediatamente posterior a la Guerra Fría, dijo Crocker, cuando Estados Unidos se apartó de gran parte del continente, que Africa se desintegró. Guerras catastróficas arrasaron con Somalia, Ruanda, Argelia, Sierra Leona, Liberia y Congo. Más africanos fueron masacrados en los años 90 que en cualquier otra década reciente.

Ahora, conforme Estados Unidos reanuda su interés en Africa, enfrrenta un paisaje nuevo y compuesto de más elementos pequeños. “Africa está en juego de nuevo”, dijo Crocker. “Es un campo de juego más competitivo que da mayor influencia a los líderes africanos así como a potenciales competidores o ‘equilibradores’ de la influencia diplomática estadounidense. No se trata sólo de China; se trata de Brasil, los europeos, Malasia, Corea, Rusia, India”.

“Inevitablemente”, concluyó, “esto diluye de algún modo la capacidad estadounidense para llevar las riendas, definir la agenda y movilizar una acción internacional coherente”.

Por ejemplo, está Sudán, un país al que Occidente, y Estados Unidos en particular, ha tratado de aislar. Primero, fue debido a los nexos de Sudán con lo terroristas. Luego llegaron informes de que el gobierno estaba vinculado con el genocidio en Darfur. Se han impuesto sanciones, se han ejercido cantidades casi vergonzosas de presión diplomática y ahora se han hecho amenazas militares. El resultado: aun más odio anti-estadounidense, que beneficia directamente al régimen intransigente de Jartum.

¿Por qué los resultados de la política estadounidense en Sudán son tan escasos? Destacan dos razones por encima de las demás: petróleo y Asia.

Sudán cuenta con una oferta de crudo en auge, y ha cambiado de Occidente a Oriente en su búsqueda de socios comerciales: a China, India, Malasia y el mundo árabe. Eso significa que la influencia económica de Estados Unidos no funciona como antes. Consideremos cuán poco efecto han tenido las sanciones sobre la economía sudanesa: es una de las de más rápido crecimiento en el mundo, aun cuando Darfur esté en llamas.

“Aprendimos que ya no necesitamos a los estadounidenses”, dijo Lam Akol, canciller de Sudán. “Encontramos otros caminos”.

En los años 70 y 80, dijo Crocker, había pocos caminos más. En esos días de la Guerra Fría, dijo, el involucramiento sostenido, paciente y de alto nivel de Estados Unidos ayudó a poner fin a guerras desde Angola hasta Mozambique y ayudó a vencer al bruta sistema apartheid de Sudáfrica.

En los años 90, con la desaparición de la Unión Soviética, la ayuda a Africa declinó; los estadounidenses se concentraron en su propio país, y la política exterior se enfocó mucho más en crear relaciones comerciales con nuevos socios dinámicos, especialmente en Asia y Europa Oriental.

 

Pero luego vino el 11 de septiembre.

“Y repentinamente los lugares pobres, desagradables y débiles importaron”, dijo Steve Morrison, director del programa para Africa del Centro para Estudios Estratégicos e Internacionales.

En un esfuerzo por reducir las condiciones en que se piensa que prospera el terrorismo, la ayuda exterior estadounidense a Africa aumentó, y gran parte del dinero se destinó a programas de salud (especialmente la prevención del sida), y la pacificación. Los esfuerzos occidentales privados para aliviar el sufrimiento también han aumentado. Sólo pregúntenle a Bill Gates. O a Bill Clinton.

Hoy, en Congo, Estados Unidos gasta más de 200 millones de dólares apoyando a la misión pacificadora de la ONU que apenas ha mantenido intacto a ese enorme país violento e ingobernable.

Pero Ted Dagne, especialista en asuntos africanos del Servicio de Investigación Congresional, dijo que esa preocupación sobre la seguridad en Africa “no ha llevado a la expansión de las relaciones en otras áreas y no aumentó la influencia estadounidense en Africa”.

Una razón, argumentó, ue que la política estadounidense en estos días no necesariamente significa atención sostenida, paciente y de alto nivel. Más bien, enfatiza el papel que los africanos mismos pueden desempeñar (apoyados con el dinero y el consejo estadounidenses, por supuesto). Cada vez más los africanos están mediando en sus propios conflictos, desde las disputas fronterizas entre Etiopía y Eritrea hasta las guerras civiles en Burundi y Sudn.

Otra razón es Irak. El interminable derramamiento de sangre de Bagdad ha socavado en gran medida la credibilidad de Estados Unidos, avivado los sentimientos anti-estadounidenses en regiones musulmanas como el Cuerno de Africa y drenado los recursos que de otro modo habrían estado disponibles para aborar otros problemas.

“Hay importantes consecuencias negativas que surgen de nuestras decisiones catastróficas en Irak que están afectando nuestra capacidad para hacer algo sobre Sudán o Somalia”, dijo Morrison.

Aun así, muchos expertos africanos dicen que hay países — Kenia es uno de ellos — donde el mensaje estadounidense todavía importa. Ahí, se atribuye generalmente a Estados Unidos, junto con otros países occidentales, ejercer una crucial influencia diplomática que ayudó a Kenia a hacer la transición pacífica en 2002 de un estado partidista a una genuina democracia multipartidista.

“Estados Unidos aún tiene mucha influencia”, dijo S.O. Mageto, ex embajador keniano en Washington. “Pero no como antes”.

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