En Arte Berri una nueva Amaya Salazar

En Arte Berri una nueva Amaya Salazar

Siempre se afirmó que Amaya Salazar ha optado, tanto en el dibujo y la pintura como más tarde en la escultura, por un tratamiento sofisticado y equilibrado de la figura, por una modernidad sin estridencias.

El temperamento de la artista favorece un cierto culto de la belleza, una buena terminación, el rechazo de lo feo y trivial.

En ese mundo de energías y sentimientos positivos, la casi ausencia de rasgos en los rostros – de frente sobre todo- no impide que los personajes, entregados a la contemplación y el reposo, la conversación y el diálogo afectivo, incluyendo al amor materno, tengan fuerza de expresión.

Su actitud reflexiva, su paz interior, su sosiego parecen haber escapado a los trastornos de nuestros tiempos. Pese a no ser descriptivo sino neo-abstracto e insinuante, en los cuadros el medio circundante -no es un fondo-, tiene densidad: los matices luminosos y el envolvimiento vaporoso juegan un papel notable.

El conjunto pictórico exhala espiritualidad.

Sin embargo, Amaya Salazar nunca se limitó al tema humano: también ha pintado bodegones y flores, a veces entremezclados, y una verdadera animación vegetal ocupa entonces todo el espacio. La naturaleza “crece” a la vez estructurada y orgánica, situándose ya en el umbral de un paisaje.

Este ha ido tomando cada vez más importancia, integrado con los personajes o apoderándose de la superficie en un verdadero paisajismo, forestal y tropical. Emerge de esos escenarios, no solamente un simple colorido cálido, sino una suerte de ensayo cromático, de combinaciones tonales distintas, ¡alejadas de la realidad para volverla más seductora! Los matices, sino los contrastes, de la luz y la sombra, diversifican una paleta esplendorosa, que nos recuerda el fauvismo y sabe comunicar vida aun a los grises y al negro profundo.

Hoy, una nueva Amaya. La artista es conocida por su discreción en el manejo de su carrera, aunando seguridad en la técnica y cautela en su evolución estilística. Sin embargo, una instalación mural en el Hotel Hilton nos había impactado –lucía la mejor obra entre aquellas colocadas-, nos acercamos y descubrimos la autoría… era Amaya Salazar.

Desde entonces, nos percatamos de que había “una nueva Amaya”, susceptible de cambiar su propia tradición, que le había granjeado tantos seguidores… Si no hicimos gran caso a una obra diferente como invitada especial de la XXVII Bienal, es que ni la ubicación ni el tamaño la destacaban. Sin embargo, su contexto espacial no había dejado de intrigarnos…

Ahora, una exposición individual en Arte Berri no sólo confirma una expresión nueva, sino la ampliación de medios y conceptos con obras colgantes que son ciertamente la parte más interesante en el conjunto. Conocíamos y apreciamos la vena escultórica de la artista y sus bronces, recordando a la sensibilidad de Camille Claudel, entre el amor de pareja y la maternidad. Hoy, Amaya se compromete con la creación tridimensional pero, por el color, conserva la vertiente pictórica.

Técnica y matéricamente, ella elabora una propuesta distinta, preserva sus temas, sugiriendo a personajes y elementos vegetales, aunque otra lectura puede encaminarse a la abstracción.

Amaya Salazar juega aquí con la luz y la sombra, duplicándose motivos y formas en la pared, una “ilusión” óptica siempre grata y fugaz… cuando se apagan los proyectores. Sorpresivamente, ella está inmersa en la tecnología, transfiriéndose sus diseños al ordenador, culminando esa maqueta gráfica en un móvil, plano estructuralmente y animado de ritmos interiores, alcanzando la excelencia en sus resultados físicos.

La artista se revela a si misma como capaz de incursionar en medios digitales y materiales de síntesis. Hay ligereza, transparencia, vitalidad, refinamiento dentro de una correspondencia óptima con los sujetos a los cuales estamos acostumbrados. Es una búsqueda, un experimento, no una ruptura.

El material utilizado es el metacrilato, un compuesto de resina y acrílica, resistente a las variaciones climáticas, que se presenta en planchas de una gran diversidad cromática –gamas, tonos y degradados-. Amaya Salazar elige cuidadosamente el color y confía su dibujo a la programación informática. Es una operación metódica y meditada, la cual “piensa” el dibujo final, luego de bocetos preparatorios, puesto que la imagen en el espacio está constituida por formas complejas, recortadas… a la perfección computarizada.

Mencionamos los móviles –suspendidos por hilos metálicos-, que son fijos , aunque un día, según otra concepción, tal vez se mecen al compás de la brisa. También hay paneles murales, igualmente calados y recortados, temáticamente similares. Esas obras no tienen títulos y tampoco los necesitan: se inscriben en una serie experimental.

ZOOM
Presente y futuro

Nos encontramos ante una clase de instalación razonada y razonable, sumamente decorativa y armoniosa, articulada y coherente con el itinerario profesional de Amaya Salazar, con sus investigaciones siempre preocupadas por lo bello y la no agresión visual. Comprobamos que una búsqueda formal se lleva paralelamente a la pintura. Ahora bien, obviamente, ese pasaje está todavía en una fase de estudio, pues la incursión de morfologías, ajenas al motivo figurativo y cercanas a la abstracción, representa una integración estética difícil, aparte de un cambio de lectura para el espectador. Seguiremos atentamente esa innovación, fiel a la paleta, eminentemente formal y compositiva.

El arte público dominicano, tan estancado en una tediosa estatuaria naturalista, cuenta con nuevas opciones, sobre todo para espacios interiores.

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