En ausencia de autoridad

En ausencia de autoridad

Los estados unidos de México libran una batalla campal contra los narcotraficantes. Todos los días leemos de las cruentas confrontaciones a propósito de cuya ocurrencia los maleantes, casi siempre, surgen victoriosos. Por lo visto, únicamente en los guiones cinematográficos salen constantemente vencedores quienes representan a los sectores menos putrefactos de la sociedad. En la vida real triunfan los malos muchas veces, por cuanto observamos de la vida de nuestros hermanos mexicanos.

¿Cómo y por qué llegó la autoridad mexicana a pelearse a muerte con los narcotraficantes? Porque la lenidad arropó a la coacción correctiva basada en la ley. La impunidad venció al acto punitivo. La autoridad complaciente entronizó a la permisividad. Los encantos del sacrificio y la honestidad se tornaron marchitos y únicamente el oro brilló con salamera sugestión.

Así ocurrió con otros hermanos del continente, los colombianos. Tuvieron días de esperanza. Entonces hablaban de comercio internacional como panacea de todos los males. Y llegaron las guerrillas y llegó el narcotráfico, y con ambos, ese indolente sentido de la vida con el cual solemos contemplar el bien y el mal en nuestras sociedades. Y los bombazos que debieron aguantar los colombianos retumbaron en los oídos de todo el continente. Aunque más que en ninguna otra vida, en la de los deudos de cuantos colombianos fueron sacrificados en la inexplicable lucha.

Ocurre siempre de este modo. Cuando la autoridad hace mutis, el espacio es ocupado por quienes medran en las debilidades gubernativas. Y más que nada, en las flaquezas de las sociedades. Porque son los temores comunes, los doblegamientos de la voluntad colectiva, los que permiten el triunfo del desorden y la maldad. Los colombianos tuvieron que recrecerse para evitar que la anarquía y el caos hundiesen a la nación. Los mexicanos se han envalentonado también. ¡A qué precio! Cada día leemos de los ataques de las bandas a estaciones policiales y agentes. Y los últimos, por supuesto, no responden con flores.

Contemplémonos en la imagen de dolor de esos hermanos del continente. Y de las luctuosas vivencias ajenas aprendamos que cuando no hay educación cívica –que es acto de omisión de la autoridad- y tampoco reprimenda por las faltas, el mal atenaza a las sociedades. Entonces, lo cual es más lamentable, quienes fomentan toda forma de contravención a la ley, se entienden amos y señores de las sociedades. Al reclamarles el retorno a las cavernas de donde proceden emocionalmente en razón de sus conductas, nos recuerdan que ellos son los dueños de la comunidad. Como lo vienen haciendo entre los mexicanos. Como lo hicieron con energía entre los colombianos, en donde, al parecer, pierden la batalla.

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