En busca de una palabra

En busca de una palabra

FERNANDO I. FERRÁN
Al tratar de discernir la situación actual de República Dominicana, no estoy seguro cómo describir con una sola palabra el sentimiento nacional que sobrecoge a gran parte de la ciudadanía.

Esa palabra no es ‘desconfianza», pues ya pasó la amenaza reeleccionista del año 2004; ni »confianza», dado que las expectativas que suscitó el cambio de gobierno no acaban de materializarse en el mercado laboral y menos aún en el de los precios. Tampoco puede concebirse la realidad nacional en términos de »frustración», al menos mientras no colapse el esfuerzo gubernamental o que surja una mejor opción político partidista. Y todavía menos de »desesperación», pues, a pesar de lo apremiante que resulta ser la crisis moral que padecemos, la esperanza es lo último que se pierde.

 

Así pues, lo más cercano a la realidad dominante es el »agobio». Se habla y repite al infinito acerca de la delincuencia y de la corrupción, de servidores públicos que no sirven, así como del irreversible deterioro de la calidad de vida y de los servicios. Todas esas realidades andan como muchas otras cosas en el país: como chivos sin ley, sin institucionalidad que valga ni justicia que se les imponga.

De ahí que el antiguo pesimismo dominicano, que puso en entredicho la soberanía nacional y que se prolongó a lo largo del siglo pasado en loas a caudillos y benefactores, esté por convertirse en una coraza de escepticismo e impotencia. »Escepticismo» ante la retórica, las fotos y la publicidad, porque en la práctica se pretende seguir conduciendo nuestras vidas y país sin prioridades ni proyecto nacional. E ‘impotencia», pues la tradición colonial y la dependencia de los sitiados siguen erosionando cualquier asomo de participación democrática y de iniciativas populares, políticas y empresariales.  

Aquella transformación llega al paroxismo cultural en medio de esa historia sin fin que exhibe todos los días el escenario nacional.

Un día nos hablan del metro, los otros de inversiones millonarias que no cuajan, y siempre de horrendos acontecimientos seguidos de investigaciones estériles aunque sean conducidas hasta las últimas consecuencias. Mientras tanto, la crisis económica no cede en su rigor y se incumplen sin consecuencia alguna las garantías dadas a los sectores industrial y agropecuario como resguardo ante cierto libre comercio. Los legisladores parecen comportarse más como mercaderes de prebendas e impunidades que como autoridades electas por el pueblo. Y éste, sorprendido en su buena fe e inhabilitado por el clientelismo, no abandona su »pasividad», ni siquiera, motivado por el interminable alto costo de la vida. 

Pero no todo es inactividad y falta de respuesta. También asoma la creciente »inconformidad» ante las primeras medidas gubernamentales. Los aprestos vienen de los sectores turismo y zonas francas. El indiscutible mérito de una moneda revalorizada y una macroeconomía estable ceden el terreno a cierta »insatisfacción», superada solamente por la rebeldía que provoca constatar que el brazo de la Justicia no alcanza ni por equivocación a los presuntos responsables y cómplices de los últimos fraudes bancarios y de la galopante corrupción administrativa.

La serie de palabras claves que preceden me permiten concluir que el gobierno y el país están a punto de caer en el »desánimo» y perder la gran oportunidad de enderezar el rumbo. En efecto, no obstante que en mayo se votó de manera contundente a favor de la institucionalización de los procesos nacionales y del combate, tanto a la pobreza como a la corrupción, dicha oportunidad se desperdicia porque las ejecutorias presidenciales no se corresponden con su discurso y propuestas. Y en parte también, porque la colaboración legislativa se limita a defender sus propios intereses, el aparato judicial no supera su inercia y parcialidad, la competitividad del sistema productivo está plagada de ineficiencias e impuestos, y la indiferencia ciudadana depone todo conato de iniciativa.

Finalizado el carnaval y a inicios de Semana Santa no contamos con una palabra capaz de esclarecer la situación. Pero que se agota el tiempo para enterrar el antiguo régimen de creciente inequidad y complicidades, se agota. Y por eso abogo por que terminen de enterrarlo y que no permitan que reencarne bajo ninguna otra modalidad sociopolítica presente o futura.          

fferran1@yahoo.com

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