En busca del comedimiento

En busca del comedimiento

POR PEDRO GIL ITURBIDES
El Presidente Hipólito Mejía dio continuas muestras de irrespeto hacia sus semejantes. Escudado en un elaborado perfil de hombre atípico, se permitió desplantes y procacidades, que hastiaron a un sector del electorado. De haber mantenido una economía pujante, todos estaríamos celebrándole sarcasmos y burlas.

El aumento de la cantidad de dominicanos que viven bajo la línea de la pobreza, la depauperación de la clase media, la pérdida de calidad en la vida en el país, impulsó un cambio de percepción. Ya no fueron celebradas como simples ironías aquellas frases repentistas pronunciadas al desgaire, sino que se encontró en ellas un imperdonable trasfondo de mordacidad.

Comenzamos a contemplar en el hombre atípico, inquietantes rasgos de irrespeto a la función de Estado. Y, al escucharlo en los meses recientes, se levanta un sombrío perfil, al encontrarlo anegado en los complejos fraguados en la derrota. El hombre atípico se enardece al influjo de los sinsabores que arrastra el mes de mayo. Y siente la necesidad de endilgar monsergas de agresivo ropaje, sobre los vencedores.

En los primeros días, tras la celebración de los comicios, pudo entenderse tan temeraria reacción. Ella es típica de temperamentos impulsivos, y él careció de tapujos al mostrar este cuadro psicológico. Sentía satisfacción en exhibirlo, y no parecía sentir resquemor en dar pábulo a las ligerezas.

Pero vamos rumbo al cambio de mando. En breves días la Asamblea Nacional investirá al Dr. Leonel Fernández como nuevo Presidente de la República, desplazándolo. Retar al nuevo mandatario parece una incontenible necesidad emocional del Presidente Mejía.

¿Qué lo induce a mantener un ríspido lenguaje, cuyo propósito es zaherir a los dirigentes de la organización partidista que sustituye a la suya en la administración de la cosa pública? Luego del último pronunciamiento en el sur, ha debido caer en precisiones. Estas son fruto de unos fugaces destellos que alumbraron la realidad que se le presenta por delante, después del día 16.

Dejamos atrás los días del carguito. Sin grandes esfuerzos coloquiales son acumuladas las papitas con que se recibirá a Fernández. Las pronunciadas posposiciones, las manidas evasiones esgrimidas ante traumáticos inconvenientes, manchan la alfombra con que se recibirá al nuevo gobernante.

Y encima, el desdoro verbal.

Todo indica que un alto sentido de frustración impide guardar el comedimiento propio de los hidalgos que llenaron los suelos de las cordilleras. Pero ese comedimiento tiene que recobrarse para que la armonía prevalezca entre los dominicanos, más allá de la jura del Dr. Fernández. Los resabios de edad temprana tienen que esconderse para abrir paso a sentimientos maduros, de una personalidad nutrida de experiencias.

Hay que esconder los despechos. Disimular su existencia quejumbrosa en el ánimo que se desahoga con altisonancias, y se despide con verbosidad atropellante. Después de todo, estos malabarismos dejan, a la larga, más acíbar en la boca que los pronuncia que en los oídos que no siempre los escuchan. De ahí el valor de la temperancia como expresión alta de la nobleza y la hidalguía.

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