En campos de Cotuí Noel dejó más pobreza

En campos de Cotuí Noel dejó más pobreza

POR LLENNIS JIMÉNEZ
LOS MANATIES, Cevicos Cotuí.-
¡Ay Dios mío, ay Dios mío!   La fuerte queja salía de la diminuta garganta de una niña de tres años, adolorida en lo más profundo de la piel de su pierna derecha, en la que una doctora le colocó una inyección para inmunizarla.

Eran las 3:40 de la tarde. La pequeña, de hermoso rostro,  lloraba y decía expresiones en forma de letanía, dentro del bohío de 24 tablas de palma, cobijada con yagua de la misma palmera.

Su hermano de dos años, aunque callado, corría con similar sufrimiento y comía un pedazo de plátano vacío, debajo de los nueve horcones rústicos, que sin paredes sostienen lo que ven como la sala de su casa.

En su casa cuando llueve no se come porque el agua apaga el  fogón en la destartalada cocina.

La rancheta arropada por el comején, está en medio del camino, único espacio que encontró su padre Juan Carlos Cordero para plantar su hogar, a la ribera del río Payabo, de donde el lunes, ésta y otras 22 familias salieron despavoridas. Abandonaron la zona cuando el río Payabo se había desbordado y comenzaba a penetrar a las casuchas de esta zona de la provincia María Trinidad Sánchez. La mayoría de los cultivos se perdieron. La tormenta Noel le dio un impulso al río que nunca antes se había visto. Todos los cultivos fueron arrasados, al igual que una parte del ganado, de los cerdos y otros animales.

El río afectó a los más pobres de entre los pobres,  que son los que tienen las cercas desprotegidas.  Las familias fueron socorridas por el síndico de Sabana Grande de Boya, Marcos Taváres, debido a que el síndico de Cevico no acudió a la zona de desastre. Permanecieron cuatro días albergados en las iglesias católica y evangélica. Mientras en los campos, el Payabo se llevaba los animales, la yuca, la yautía y otros rubros. Cordero, con 28 años; su mujer Bellanira Mejía, con tres menos y sus cinco hijos retornaron a la misma casa, formada por tres metros de largo  y un poco menos de ancho. Son tan pobres que apenas tienen una cama, montada en piedra. No cuentan con energía eléctrica y beben  agua  de la montaña. Máximo Rafael Suárez, de 73 años, es agricultor, y su mujer Luisa Cordero, una ama de casa, pasaron el día de ayer levantando la pared del conuco derribada por el río. La mano de obra, pagada a RD$200,  la cobró Juan Carlos. Al término de  de la jornada, regresó a casa sin dinero para la leche de los  críos. Todos carecen de zapato. Y hasta de esperanza.

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