Las crisis que padecimos y padecemos, sanitaria y económica, espoleada por guerra ruso-ucraniana, debieron, todavía debieran, dejar lecciones de continencia en manejo de la cosa pública para poder inducir comedimientos en comportamientos privados.
No ha sido así. Las autoridades no se contienen en sus actuaciones. Actúan como si nada hubiera sucedido o si todo estuviera ya resuelto, transmitiendo espejismos y conductas de normalidad que no se compadece con las agendas, presentes y latentes, pendientes.
Percibimos ausencia de iniciativas gubernamentales conducentes al manejo de recursos olvidando que estos son siempre escasos ante necesidades, mas ante crisis.
La excesiva burocracia crece. Sigue propensión recurrente a subsidios para resolver cualquier problema indiferentemente de escándalos administrativos concitados, montan desproporcionados y espectaculares actos para anuncios presidenciales de competencias departamentales, forjan expectativas mediáticas publicitando el deber ser y/o hacer no lo que son y hacen, recurren hasta a trenes y aviones como si fueran juguetes para forjar ilusiones con manipuladas e inmensas inversiones. Las incontinencias dibujan un espejismo que resta autoridad moral para demandarle a ciudadanos comportamientos compatibles con amenazas originadas en las crisis.
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Requiérese manejo frugal de la cosa pública para poder disponer y demandar sobriedad a ciudadanos procurando: racionalizar adquisiciones de bienes y servicios, ahorrar e invertir en emprendimientos personales y autogestionables que produzcan y generen trabajo independiente de “generosidades” políticas, racionalizar movimientos para disminuir costos de transporte y/o ahorrar combustibles, economizar energía en residencias y establecimientos, etc.
Especialmente resultando difícil demandarlo en una sociedad de consumo, caracterizada por predominar el tener sobre el ser, afán de ostentación, efecto demostración procedente del exterior a través de medios de comunicación masificados por avances tecnológicos, competencia proveniente de apostadores a la vida fácil con recursos adquiridos mediante ilegalidades.
Y ante políticos que apuestan al populismo-clientelismo para conquistar y mantener simpatías complaciendo peticiones sin ponderar consecuencias; contrarios al proceder de estadistas propulsores de transformaciones trascendentes.