En Cuba y México, Benedicto XVI defendió la religión en la esfera pública

En Cuba y México, Benedicto XVI defendió la religión en la esfera pública

LA HABANA, (AFP) – El papa Benedicto XVI defendió en México y Cuba la libertad de culto y los derechos de la Iglesia Católica, pero adoptó un bajo perfil en temas sensibles como el narcotráfico o las libertades cívicas, durante una gira en la cual recibió cálidas acogidas de fieles y autoridades de ambos países.

La ausencia de firmes y directas condenas a los narcotraficantes en México y a los arrestos de opositores en Cuba –más allá de expresiones generales de reprobación– hizo extrañar a algunos el estilo directo de Juan Pablo II, quien no dudaba en denunciar los problemas por su nombre.

Durante su primer viaje a la América hispanoparlante, el Papa tenía que convencer a millones de católicos de que no es indiferente y que se interesa por ellos, a pesar del criticado «eurocentrismo» en su gestión al frente de una comunidad de 1.100 millones de fieles en el mundo.

Esta fue una de las razones por la cuales emprendió este largo periplo, toda una prueba para un hombre de 84 años. Joseph Ratzinger puede estar satisfecho de haber congregado grandes multitudes en todos sus desplazamientos, aunque es tímido y reservado. Sobre todo en la muy católica región de Guanajuato, en el centro de México, donde el fervor popular fue visible y las muchedumbres coparon las rutas.

Benedicto XVI confesó que no había recibido una acogida así en ninguna parte del mundo en sus siete años de pontificado. En Cuba la recepción fue más modesta, pero cientos de miles de cubanos asistieron a sus dos misas, en Santiago de Cuba (sureste) y La Habana, pese a que los católicos son apenas el 10% de los 11,2 millones de habitantes de la isla. En sus discursos y homilías, él pontífice expuso los fundamentos de la religión católica y los peligros que la amenazan en la sociedad actual. Uno de sus puntos centrales fue la autonomía que la Iglesia debe tener para expresarse libremente en la sociedad y para participar en su construcción.

En México, país muy católico pero con una tradición laica radical, sus intervenciones discretas sin duda reforzaron las opciones de una enmienda constitucional en discusión en el Congreso, que refuerza los derechos de expresión de la religión en la esfera pública. En Cuba, expresó la misma reivindicación, afirmando que el Estado debe aprovechar la colaboración de la Iglesia. El Papa también defendió a la familia tradicional y el matrimonio católico, a pesar de que en las dos sociedades estas instituciones son a menudo cuestionadas.

En los problemas más graves, el Papa buscó intervenir con delicadeza, sin jamás denunciar a personas ni grupos por su nombre. En México, denunció la violencia y el narcotráfico, que es necesario «desenmascarar», según dijo, y expresó su sufrimiento por las 50.000 víctimas fatales que ha dejado una guerra sucia de cinco años entre las autoridades y los narcotraficantes.

 El problema es tan grande que algunos mexicanos habrían deseado que Benedicto XVI fuese más incisivo. Sin embargo, no pidió a los narcotraficantes, que se declaran católicos, que se arrepintieran, como lo hizo Juan Pablo Il con los mafiosos de Sicilia. En Cuba, los opositores quedaron decepcionados de que hubiese aceptado reunirse con Fidel Castro, pues no reservó un momento para recibirlos a ellos. Benedicto XVI habló mucho de los derechos de la Iglesia en la sociedad, destacando los progresos logrados en la isla desde la visita de Juan Pablo II en 1998, y deseó que éstos continúen.

Demandó que las personas privadas de libertad en la isla la recuperen, y que los derechos fundamentales de las personas sean respetados. La delegación vaticana trató estos asuntos con el gobierno cubano, pero ninguna crítica directa fue mencionada por el Papa.

El Papa y la Iglesia Católica en Cuba, cuya posición aún es frágil, trataron de no caer en el juego de los disidentes radicales, que hubiera podido perjudicarla. Los opositores cubanos más moderados estarán satisfechos con los insistentes llamados del Papa a la cooperación y la «reconciliación», pero los más radicales estarán frustrados por la falta de críticas directas al régimen castrista.

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