En defensa de la banca

En defensa de la banca

Como el ratón que sopla sobre el saco de harina en que hincará sus dientes, andan roedores que azuzan a los más nerviosos contra los bancos existentes. Presumo que cuando concluyen su obra destructiva se solazan al contemplar el cierre de una de estas instituciones. Pero, fuera del menguado deleite que alcanzan, no derivan logro alguno que no sea la perturbación que desencadenan. Y la destrucción que generalizan.

Cierto de toda certeza que hay bancos y empresas «financieras» que cerraron sus puertas porque sus promotores timaron a sus clientes. A lo que nada nos cuesta hagámosle fiesta, se dijeron. Y prevalidos del capital que sirvió de carnada, y de la licencia de operación con aquél conseguida, embaucaron a cuantos le confiaron sus dineros. A ello, por supuesto, contribuyó la concusión con que actuaron los servidores públicos llamados a supervisarlos y requerirles el cumplimiento de las leyes.

Pero el país cuenta con bancos cuya fortaleza, como el aroma y el bouquet de los vinos bien curados, se ha forjado con los años. Con la experiencia de altibajos. Y por supuesto, con las quiebras en que se precipitaron quienes fueron desprevenidos o actuaron como aventureros.

Hoy se torna a las andadas. Los rumores, como el soplo del ratón, apuntan a tres bancos a la vez, pero con preferencia aluden a uno de los más viejos bancos privados. Como las maquinaciones procuran la inquietud social, también se refieren a los certificados del Banco Central. ¡Cómo si pudiera quebrar el banco emisor! Ellos, por supuesto, lo saben, pero amagan con un corralito.

La presencia de los hermanos León Asensio en el negocio de la banca, debía ser suficiente para enfrentar esas voces malignas. Si ellos han invertido en esta actividad es porque creen en las posibilidades del país, como lo creyeron sus padres un siglo antes. También debía ser tranquilizadora la entrada del Republic Bank de Trinidad Tobago, que viene a enderezar entuertos, a sabiendas de su existencia en el banco que han adquirido.

Pero a los portadores de agoreros augurios no les bastan estos ejemplos. Como tampoco los neutraliza el saber que los negocios de uno de los bancos al que atacan crecieron en el último año fiscal en forma asombrosa. Pretenden el descalabro.

De ahí que convenga que sean las autoridades monetarias las que se pronuncien. Son insuficientes los comunicados en los que, de manera generalizada, se habla sobre la idoneidad de las actividades de la banca en operación. Conviene que derrumben lo del corralito contra el corralito. Y que se pronuncien respecto de la reserva legal de los bancos nacionales, y de esta otra reserva que ha venido a constituirse por la inversión en los certificados del Banco Central.

Preciso es reiterar las disposiciones que se asumen para que el sistema de supervisión de los negocios bancarios funcione ¡por fin!, de manera adecuada. Las gentes temen la colusión de los servicios de inspectorías y auditorías que contemplan aquello que supervisan desde la perspectiva del supervisado. Una buena defensa del negocio bancario consistirá en ofrecer seguridades de que el pasado de dolos y connubios es imperfección del ayer.

Después de todo, el más grave daño provocado por estos rumores se refleja sobre el mercado monetario. Cada pérfida versión sobre el destino inmediato de los bancos, llena de temor a quienes teniendo algo no tienen mucho. Hablo de los retirados con ahorros para sobrevivir, los que decidieron pasar satisfechos los años que les falte por vivir. Esos cambian sus pesos por euros o por dólares y procuran su emigración a toda costa, desde que se les asusta con estos rumores de quiebras bancarias.

El panorama político ayuda a los que siembran estas dudas. Los tumbos gubernativos alientan el malestar social, y entreverados los dos, cuecen el éxodo de capital. O la conversión de los pesos en monedas fuertes para meter en los colchones.

Por eso la imprescindible defensa a los bancos privados de capital nacional. Tanto por ellos como por el peso dominicano. Aunque, más que movidos por estas razones, debemos motivarnos por la tranquilidad de un pueblo que no aguanta más problemas.

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