En defensa de Pedro Henríquez Ureña

En defensa de Pedro Henríquez Ureña

Distinguido Amigo:
Consciente de su abierto sentido de equidad, me permito comentarle que he leído con estupor el reportaje de la activa periodista, mi amiga doña Ángela Peña, titulado: Max, Pedro y su padre en el paredón, publicado en el Suplemento Areito del Periódico Hoy, en su edición del sábado 5 del mes y año que transcurren. Mi estupor no solo se produjo por el contenido del aludido reportaje, sino también por el título de retrasada cosecha bolchevique.

Tengo la creencia de que en nuestro país estamos ejerciendo una labor historiográfica fragmentada, que a la postre le hará mucho daño a nuestra conciencia critica. El reportaje de mi apreciada amiga se inscribe en esta preocupante modalidad.

No es un secreto, como lo hicieron decenas de ciudadanos dominicanos de su nivel social e intelectual, que los más connotados representantes de la familia Henríquez y Carvajal le sirvieron a Trujillo en su primera etapa de gobierno, con la excepción de Max que estuvo largos años en la plantilla del régimen, ya en el tren administrativo del Estado o como diplomático en varias naciones americanas y europeas.

En lo que respecta al inmenso Pedro Henríquez Ureña, cansado este de que se le llamara extranjero, después de más de veinte años de ausencia llegó al país el 15 de diciembre de 1931 para ocupar la Superintendencia General de Enseñanza, la que dejaba vacante su hermano Max, quien había sido transferido a la Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores. Pedro declinó ese cargo año y medio después, y volvió nuevamente a Buenos Aires, Argentina, vía París. Desde entonces no regresó más a su querido país hasta 1981, fecha en que fueron repatriados sus restos desde Argentina.

Lo que no logro entender es que se hable de Pedro Henríquez Ureña en forma tan aberrante, por el solo hecho de haberle servido a Trujillo desde la Superintendencia General de Enseñanza (1931-1932) -Secretaría de Estado de Educación-, y que no se diga también en el referido reportaje que ese dominicano, cuya gloria se empeñan en manchar precisamente sus compatriotas, fue junto a Luis Urbina, miembro de la Comisión elegida por Justo Sierra, Ministro de Educación de México, para elaborar la celebre Antología del Centenario de la Independencia de México, escrita en dos tomos.

¿Por qué no se dice también que fue Pedro quien articuló a la juventud intelectual mexicana desde el Ateneo de la Juventud y de Sociedad Conferencia para iniciar un movimiento que hizo posible la transformación de la cultura mexicana? Eso muy pocos mexicanos lo discuten.

¿Por qué no se dice, además, que en Estados Unidos fue profesor en las universidades de Minnesota y Berkeley, y que fue el primer hispanoamericano en ocupar la prestigiosa cátedra Charles Eliot Norton de la Universidad de Harvard?

Se podría decir también que en la ciudad de México, creó para el Fondo de Cultura Económica la Biblioteca Americana, en la que aún se publica su nombre. De él se podría decir, igualmente, que al llegar a la Argentina en 1924, como profesor del Colegio Nacional de La Plata creó una legión de discípulos que han dejado testimonios de admiración y respeto por su maestro, entre ellos escritores de la talla de Ernesto Sábato, Enrique Anderson Imbert y Emilio Carilla.

¿Por qué no se dice que cuando Pedro Henríquez Ureña se estableció en la ciudad de Buenos Aires como Secretario del Instituto de Filología, creó junto a sus director, Amado Alonso, toda una revolución en los estudios lingüísticos hispanoamericanos, y que formó profesionales eminentes en esa área, como María Rosa y Raymundo Lida, y Ángel Rosenblat, y que al mismo tiempo formó parte del núcleo de escritores argentinos más eminentes de su tiempo: Alejandro Korn, Eugenio Puciarelli, Ezequiel Martínez Estrada, Victoria Ocampo, la aristocrática creadora de la Revista Sur, y del inmenso Jorge Luis Borges? De todos ellos hay numerosos testimonios de admiración y respeto a ese gran dominicano que nosotros no hemos sabido apreciar en toda su magnitud.

La periodista Ángela Peña obvia en su reportaje todos los testimonios expuestos e ignora también que en reiteradas ocasiones, Trujillo le ofreció a Don Pedro la representación diplomática dominicana en Argentina, oferta que él rechazo; tampoco dice nada que se le ofreció encabezar un movimiento en contra de la dictadura de Trujillo. Se ignora igualmente, en el aludido escrito, que la muerte de ese gran humanista dominicano se sintió en toda Hispanoamérica, y que desde la Universidad de México, el afamado escritor Alfonso Reyes reclamó el derecho de México de llorarlo como suyo.

Pedro Henríquez Ureña es considerado actualmente como uno de los más altos exponentes del pensamiento hispanoamericano, y de la trilogía más representativa del humanismo de nuestro continente, junto al venezolano Andrés Bello y al colombiano Rufino José Cuervo.

El reportaje de marra se fundamenta en una serie de artículos publicados por el médico e historiador doctor Alcides Garda Lluberes en el Periódico Patria, editado durante el conflicto bélico de 1965, bajo la dirección del Chino Ferreras. Se trata de una especie de Filípica en contra de personajes dominicanos que Garda Lluberes calificaba como apátridas, y en cuya valoración sólo destaca la parte negativa de su conducta pública, visiblemente huérfana de un análisis objetivo. En esa fuente, impregnada de punzantes epítetos, se nutrió Ángela Peña para titular su reportaje Max, Pedro y su padre al paredón.

En el escrutinio del doctor Garda Lluberes no se incluyó al febrerísta y poeta Félix María del Monte, colega profesional y políticamente adepto a Báez como Nicolás Ureña de Mendoza, de quien dice horrores.

El poeta y jurisconsulto Nicolás Ureña de Mendoza, abuelo materno de los hermanos Pedro y Max Henríquez Ureña, así como el también poeta, jurisconsulto y destacado febrerísta Félix María del Monte, además de colegas, ambos estuvieron tocados por el pecado anexionista de Buenaventura Báez, el último con mayor presencia que el primero. Hago referencia a la coincidencia política y afectiva entre ambos, porque al autor de Las vírgenes de Galindo, Ángela Peña le dedicó su siguiente reportaje e ignora su conducta pública. Presumo que esto se debió a que no fue tocado por la pluma de Alcides García Lluberes.

Si evaluamos el contenido de los dos textos mencionados y ahondamos en la vida pública de sus protagonistas, se podrá notar que la balanza de la equidad brilla por su ausencia, pues la prestancia moral y universal de uno de ellos, Pedro Henríquez Ureña, está garantizada por el voto mayoritario.

Atentamente,
Jorge Tena Reyes

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