En desacuerdo con Diandino Peña

En desacuerdo con Diandino Peña

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
En verdad, luego de proclamarse la formidable victoria electoral de Leonel Fernández, que marcaba el final de la catastrófica gestión de Hipólito Mejía como Presidente de la República y significaba el retorno del buen sentido, la lucidez y la ponderación, me asaltó el temor de que el ingeniero Diandino Peña saliera del “low profile”, de la escasa presencia que mantuvo durante el período de elecciones, y surgiera con “megaproyectos” que ejercieran encanto sobre el Presidente Fernández y lo llevaran a entusiasmarse y aprobar el desembolso de astronómicas sumas en pesos y en dólares, destinados a asuntos no prioritarios.

Realmente Diandino Peña es un mago de la palabra, y cuesta trabajo no dejarse obnubilar por argumentaciones que a él deben parecerles absolutamente ciertas.

Ya quisiera yo, como muchísimos dominicanos, que podamos tener un Metro en Santo Domingo y otro en Santiago, y trenes que crucen la República de norte a sur y de este a oeste. Pero, ¿se puede?, ¿es tal cosa prioritaria?

El fantasioso ingeniero olvida, a pesar de sus numerosos edificios designados “Diandi” con un número romano detrás –testimonios de éxito-, que primero están las bases, la zapata, y que no se empieza a construir desde arriba; que, de igual modo, no se puede pensar en “modernidad” cuando existen enormes carencias alimentarias, educativas y sanitarias en nuestra población, que nos mantienen por debajo de la pre-modernidad.

Ni esa tenemos. No somos ni pre-modernos para las grandes mayorías nacionales, aunque seamos modernos y post-modernos para pequeños circuitos familiarizados con las computadoras de última generación, con los “resorts” de gran lujo y los jets privados.

A veces se habla, con una mezcla de ironía, orgullo y laceración, de “La República de La Romana”. A mí me regocija muchísimo que exista, pero es necesario entender que esa no es la República Dominicana, donde no circula el dólar ni los euros como moneda corriente; donde la miseria y la falta de programas sociales de adecuadas dimensiones ahogan la población y donde la famosa “canasta familiar”, es decir, lo esencial para la alimentación diaria es inobtenible con los bajísimos salarios que devengan quienes tienen el privilegio de no estar entre los muchos miles de desempleados.

Hace pocos días una camioneta con dos poderosos altoparlantes anunciaba por las calles “la canasta familiar por sólo cuatrocientos pesos”. ¿En qué consistía la oferta? En cinco libras de arroz, dos libras de habichuelas, una botellita de aceite, un paquete de espaguettis, seis onzas de pasta de tomate y dos libras de azúcar parda. ¿A caso alcanza para una semana?

¿Leche, huevos, carne, atún o sardinas en lata? No.

Se ha estudiado que el salario mínimo de una empresa pequeña tiene un valor nominal de tres mil pesos, con un valor real de mil ciento noventaiuno con cuatro centavos (ver los excelentes trabajos de Minerva Isa y Eladio Pichardo). Tal ingreso no alcanza para comprar la desconcertante “canasta familiar” ya que, tras correr tras la camioneta, cuatro imaginativas semanas a cuatrocientos pesos cada una, suman mil seiscientos pesos. Nunca mil ciento noventaiuno. ¿Y lo otro?…, que no vamos a enumerar para no fatigar innecesariamente al lector, porque todos sabemos lo que requiere una familia.

Un país cuya pobreza popular se convirtió en miseria extrema durante el reinado enloquecido de Hipólito Mejía necesita una reactivación económica, requiere nuevos criterios en el manejo de los recursos públicos, debe acercarse a la modernidad, pero desde abajo. Primero lo primero.

Conozco bien las ventajas del Metro. En Londres vi a un noble británico, bien conocido, descender de su Rolls-Royce y bajar las escaleras del Underground para tomar el subterráneo que lo llevaría más rápido al Palacio de Buckingham, trajeado de chaqué y sombrero de copa gris perla.

El señor Diandino condiciona la implantación del Metro como fundamental para el éxito de la presente gestión del Presidente Fernández.

Creo lo contrario. Puede ser terrible fracaso. ¿Quién garantiza que Fernández pueda reelegirse y permanecer en el poder hasta que se termine el Metro, y sea rentable, cuando –hasta donde yo sé– en todos los países donde existe tal sistema requiere un fuerte apoyo monetario estatal y el precio del pasaje no baja nunca de un dólar…, ahora treintaitrés pesos?

Además, no tenemos cultura de mantenimiento ¿Cuántas veces no se “remodelan” obras, a costos altísimos, por no darles mantenimiento?

Tenemos una cultura “de fachada”.

Que no se repita, con mucho mayor gravedad, la bellísima pintura de avecillas volando que nos ofrecieron cuando los Juegos Panamericanos 2003.

Un artículo reciente de Rosario Espinal, publicado en estas páginas, habla de una “inyección envenenada de préstamos que al final del túnel todo el mundo tendrá que pagar para que esta obra de la modernidad no se convierta en un cementerio subterráneo…”

Presidente Fernández: usted ha hablado de estar dispuesto a escuchar.

Escuche. Pero sobre todo escúchese a usted mismo, libre de consejos y de caprichos, sean éstos mal o bien intencionados.

Usted lo dijo: primero es comer.

Luego viene lo demás… que no es precisamente el Metro.

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