¿En disolución o disoluto?

¿En disolución o disoluto?

PEDRO GIL ITURBIDES
El Estado Dominicano, ¿es un Estado nacional propenso a su disolución, o un Estado nacional cuya estructura funcional que lo es el gobierno, es disoluto? Hace muchos años, el padre Oscar Robles Toledano expresó el temor de que fuera la propia nación la que se inclinaba a su disolución. Lo escribió y lo comentaba a los amigos que asistían a las tertulias que se organizaban en el bufete del licenciado Rafael F. Bonnelly. El padre Robles se enervaba cuando en camino de su casa en el malecón, a la del Presidente Bonnelly, topetaba con las estulticias de choferes.

Lo enardecía el ver gente de saco y corbata contravenir simples normas de circulación. Y reaccionaba de igual modo ante las habituales muestras de incompetencia o torpeza en muchos otros asuntos de la vida dominicana.

Pero eran sobre todo las cesiones de nuestros gobiernos ante presiones foráneas, las que lo estimulaban a expresarse de esta suerte. Y también el contemplar cómo las fuerzas de seguridad y orden público se mostraban incompetentes, imprecisas o inexactas para dar con criminales. Entonces se le escuchaba, docto y dogmático, proclamar que la nación marchaba rumbo a su disolución.

El papá de otro sacerdote, el ahora obispo emérito monseñor Francisco José Arnáiz, habló a sus hijos sobre las causas de la disolución de un Estado, o una nación. Era entonces un niño que se abría a las puertas de la pubertad, cuando los reyes magos le dejaron sendos relojes, a él y a un hermano. Tal vez no expresó contrariedad, pues, conforme ha contado, el movimiento de las manecillas, sobre todo la segundera, lo sedujo. Pero mostró insatisfacción.

Después de todo, aspiraban a un trencito como regalos de reyes, él y su hermano.

El papá los reunió para enseñarles el valor del reloj. Las sociedades, les dijo, necesitan organizarse. En la medida en que crece la población, surgen las complejidades. Es el momento en que aquellos que sirven de guía a los pueblos deben ser rectores y maestros. Porque las sociedades están en perpetuo movimiento de transformación y nuestro destino es el crecimiento humano y espiritual.

El reloj, les dijo en aquellos lejanos días, sirve para orientar a la persona respecto del momento en que debe cumplir compromisos y efectuar tareas. Las sociedades que se cohesionan y marchan adecuadamente son aquellas en las que cada quien cumple con las normas del procomún y actúa como debe. De otro modo, concluyó el padre de aquellos muchachos que hoy son viejos, las sociedades caen en la anarquía y se adentran por rutas de disolución.

El instinto trabaja por el agrupamiento y defensa del individuo, aún en los seres inferiores. Vemos maravillados cómo las hormigas marchan en pos de un objetivo, el almacenar alimentos. A las abejas, otro ejemplo extraordinario de agrupamiento por el instinto, las vemos laborar bajo el mando de una reina, tras un objetivo común. Es la inteligencia la que, además de integrarnos para la defensa y la alimentación del individuo, nos impulsa a la transformación y el crecimiento.

Pero el individuo que crece emocional, intelectual, social, cultural y políticamente para hacerse persona, necesita una guía. Esta es la que provee el Estado nacional a través de sus órganos de acción, los gobiernos. Pero cuando los gobiernos no son tales, o quienes los integran son timoratos, descocados o disolutos como ha ocurrido muchas veces entre los dominicanos, la nación se desquicia.

Hemos sufrido de todo ello en el país a lo largo de la historia, desde los días de la colonia hasta el presente. Y es por ello que la cohesión que explica a la sociedad nacional en crecimiento, al Estado nacional como estructura consolidadora y al gobierno nacional como guía, no se ha dado cabalmente. Sobre todo porque en prolongados períodos, hemos sufrido de gobiernos disolutos.

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