En el andén del tren de la vida

<p>En el andén del tren de la vida</p>

POR YOLANDA TAMAYO
¡Pasajeros al tren! Todos los viajeros ataviados de prisas van y vienen por el andén. Se contempla un arco iris de preñadas maletas, arrastradas con fuerza por el desgastado pavimento en una sigilosa y rítmica sucesión de subidas y bajadas.

Las estaciones llevan siempre impresas las marcas de partidas y encuentros. Tristes los adioses contrapuestos a la felicidad que desprenden los regresos ceñidos algarabía.

Por las mañanas se llenan los andenes de bostezos y premuras. El señor reloj con su incansable tic-tac, nos recuerda que velozmente corre el tiempo y que hemos de ser rápidos si queremos llegar puntuales a nuestros destinos. Los trenes nunca esperan, una vez bajada la bandera roja, el jefe de estación emite el sonido de su silbato y al instante, esa gran serpiente de metal se pone en funcionamiento.

En esas primeras horas del día, cuando el sabor de las sábanas aún se olfatea en la piel, me dejo mecer por el traqueteo incesante del tren que hace que los ojos vuelvan a cerrarse, conquistando por momentos el sueño del que tanto ha costado escapar.

Sin embargo, cuando de regreso a casa vuelvo a tomar asiento en uno de sus vagones, compruebo cómo el ambiente es totalmente distinto, los estudiantes que adormilados callaban en la mañana, aturden ahora al silencio con sus voces plagadas de jovialidad y sus contagiosas risas.

Hay viajes de ida y vuelta, otros de regresos inciertos, pero hay un viaje al que todos en nuestra vida debemos enfrentarnos. Para llegar a ese celestial destino hemos de subir a un tren de vida, cuya última parada está lejos de su lugar de origen. Un tren algo incómodo y sin las prestaciones de los trenes modernos, pero que realiza una travesía inigualable. Desde sus ventanillas se divisan diversidad de paisajes, a veces se disfruta de unas preciosas vistas, panoramas de hermoso colorido, pero son muchas las ocasiones en las que todo cuanto se percibe tras los cristales es mustio, deslucido por un cielo gris que lo envuelve todo con una triste brumosidad.

Para llegar al final de dicha travesía es necesario tomar ese tren. No se puede ir de ninguna otra manera, y aunque parece fatigoso prestarse a realizar tal tránsito, se ha de saber que en su largo recorrido se aprenderán lecciones que nos harán valorar todo cuanto nos acontezca.

Hace tiempo que decidí ser pasajera de ese tren, acoplarme en uno de sus vagones deseando que en cada estación sean muchos los viajeros que se unan a esta gran aventura. Me alegro cada vez que observo cómo el vagón en el que voy se va llenando de compañeros de viaje, pero igualmente me entristezco cuando alguien se apea de él en una de sus paradas.

¡Pasajeros al tren!

Si oyes esta llamada, no pierdas tiempo, coge lo imprescindible y súbete a este tren, estoy segura que no te arrepentirás de haber tomado una decisión tan acertada. Si por el contrario hace tiempo que viajas en él, me alegro de compartir transporte contigo y espero conocerte algún día cuando lleguemos a nuestro destino.

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