En el auge de las confusiones

En el auge de las confusiones

Creo que no hay cosa peor que la oscuridad, cuando “todos los gatos son pardos (o pad-dos)” como dicen o decían los cubanos.

La verdad, la verdad, es que en el mundo actual hay cosas que parecen incomprensibles, pero que en realidad siguen un patrón conductual muy viejo e inmutable: la defensa de los intereses. Aunque siempre materiales en alguna dimensión, a veces los intereses de los poderosos logran un buen disfraz, sacudiendo en una coctelera el buen propósito con el sucio interés. Si hacen efectiva, aceptable y convincente para las multitudes tal mezcla astuta, nos engañan a todos… como de costumbre.

Estas son solo divagaciones sobre oscuridades sociales. Porque lo que ocurre es que siempre nos hemos movido entre aguas turbias, pero tengo la impresión de que lo confuso, lo nebuloso, está cada vez más presente en nuestra vida…

Veamos. La “nobleza” como categoría social ¿no es consecuencia de la antigüedad de los abusos de los más fuertes contra lo más débiles? ¿Es ser “noble” tener capacidad para imponer su voluntad contra los más débiles… pagar mercenarios para apropiarse de territorios y bienes que eran propiedad heredada de sus primarios ocupantes? No me refiero al país, donde también hay quienes se dan “postín”, sino a lo que ocurre en diversas partes del mundo.

Y que ha llevado muchas veces a la guerra.
Bien está que se mantenga –aunque con valor erróneo– el título de “Conde de”, “Duque de”, “Príncipe de”, “Rey de”… porque sus propiedades fueron apropiadas –robadas– por arrojados y ambiciosos personajes del pasado, que iban… eso sí… con sus espadas terribles, sus lanceros y arqueros al frente de multitudes pagadas, arriesgando sus vidas en batallas frente a frente.

Desde hace tiempo las batallas… las posesiones… no se ganan así… a sangre y fuego, en combate abierto, dando el pecho dispuesto a caer bañado en sangre en un campo de combate inconcesivo, aplastado por los cascos de los caballos de guerra y el activo furor enemigo.

Hoy se hereda sin esfuerzo y con mínimos peligros de aceptación.
Solo hay que mentir. Ofrecer lo imposible de lograr a corto plazo.
Entonces ¿es que pasamos de un abuso abierto a un engaño encubierto?

¿Estaré yo hablando de que la monarquía y los regímenes de fuerza, que no están engañando a nadie con su existencia, vienen a ser mejores que esta democracia sucia, mentirosa, en la cual los intereses de siempre predominan dentro de un enredijo de engaños, de falsas promesas, de expectativas que nos ilusionan siempre y mayormente nos decepcionan, porque no funcionan a beneficio de las masas populares?

¿Es que, como seres humanos, no hemos logrado evolucionar hasta comprender que el progreso, el ascenso, sólo puede llegar mediante una elevación del individuo? ¿Que no es cuestión de sistema político de libertades u opresiones, de permisividades?

Es cuestión de educación.
De convicción.
Mientras no se logre una convicción ordenativa. Una disciplina cívica, de arriba abajo, con un sistema judicial severo, austero, solemne, repleto de confianza en el ejercicio de su tremenda tarea, a sabiendas de las tentaciones corruptoras y con disposición firme de rechazarlas… mientras no se logre tal cosa –repito– continuaremos descendiendo hasta el fondo.
Hasta el hediondo fondo del fango inmoral.

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