Hace tres semanas, cuando las tropas georgianas empezaron a atacar Tskhinvali con morteros, Eduard Kabulov no pudo dejar de pensar en los problemas que había tenido para aprender georgiano: su sistema de numeración con base 20, sus ridículas aglomeraciones de consonantes («gvprtskvni»), sus verbos diabólicamete irregulares.
Kabulov, que tiene 22 años, creció en un valLe en el que los osetos han cohabitado con los georgianos desde hace siglos, pero eso no facilitó las cosas. Los osetos hablan un idioma emparentado con el farsi (la lengua de Irán); los georgianos hablan un idioma cuyo pariente más cercano, según algunos lingüistas, es el vasco. Los amigos de Kabulov eran tan hostiles hacia los georgianos y su idioma, que él mantuvo en secreto sus estudios. Parecía amargado al hablar al respecto.
No ha vuelto a abrir un solo libro de texto desde el 8 de agosto.
Los idiomas del Cáucaso explican mucho acerca del conflicto actual.
En la región se hablan unas 40 lenguas indígenas; más que en ninguna otra parte del mundo, a excepción de Papúa Nueva Guinea y algunas partes de la Amazonia, donde la selva es tan espesa que las tribus rara vez se encuentran unas con otras. En el Cáucaso, las montañas cumplen la misma función, ofreciendo a las etnias pequeñas un refugio natural contra las más poderosas y agresivas.
Como resultado, hay una densa colección de grupos étnicos, un arreglo que ya era común antes de que los imperios griego y romano barrieran las llanuras de Europa y Asia, formando estados y naciones a partir de un mosaico étnico, explica Johana Nichols, lingüista de la Universidad de California en Berkeley.
Los estudiosos del medioevo llegaron a la conclusión de que los grupos caucásicos se dispersaron cuando Dios destruyó la torre de Babel. Desde entonces, generaciones de lingüistas han hecho el dificultoso viaje hacia las montañas para documentar las lenguas locales, como svan, ubykh, udi, tsova-tush y bzyb.
Mientras la ciencia de la lingüística explicaba cómo las lenguas se fundían unas en otras, el Cáucaso seguía siendo un «area problemática residual», señala William J. Poser, profesor adjunto de lingüística en la Universidad de la Columbia Británica. Aunque las lenguas del Cáucaso se agrupan en tres grupos principales, hasta ahora nadie las ha relacionado definitivamente con ningún otro idioma del mundo.
El enigma de las etnias caucásicas de pronto se volvió relevante hace unas semanas, cuando los odios locales en Osetia del Sur estallaron en la ruptura más importante entre Rusia y Occidente desde la guerra fría. Tanto los georgianos como los osetos pretenden haber llegado primero a Osetia del Sur, región que los georgianos a veces llaman «Samachablo», es decir, la propiedad de la familia georgiana Machabeli, de acuerdo con un reporte sobre el conflicto elaborado por el Grupo Internacional de Crisis. Los osetos consideran su patria al valle que rodea Tskhinvali; los georgianos los desdeñan como «huéspedes».
La guerra que estalló a principios de los años noventa entre los dos grupos los separó casi quirúrgicamente. Los jóvenes georgianos dejaron de estudiar ruso, la lingua franca de toda la región en la era soviética; los jóvenes osetos no estudian georgiano. La gente de edad, que habla ambas lenguas, pretende que no.
Magdalena Frichova, que monitoreó el conflicto en Osetia del Sur durante diez años para el Grupo Internacional de Crisis, recuerda haber visto a los funcionarios locales que, inmutables, esperaban las palabras del intérprete, cuando era evidente que entendían perfectamente. Con el tiempo, los habitantes empezaron a batallar con idiomas que antes hablaban con fluidez.
«Hicieron un esfuerzo consciente para olvidarlo», dijo. «Eso lo he oído una y otra vez. Es posible decidir activamente qué cosas escuchar y qué cosas recordar.»
Claro, nunca ha habido nada de natural en el Cáucaso, donde las grandes potencias han tratado una y otra vez de expandir sus alcances.
Los soviéticos desalentaron tanto el trabajo acerca de los grupos lingüísticos pequeños que, en los años sesenta simplemente quedó sin publicarse la primera transcripción completa del svan, trabajo cuya realización requirió por lo menos diez años, explica Anna V. Dybo, experta en el Cáucaso de la Academia Rusa de Ciencias.
Esta dinámica continuó después del desmembramiento de la Unión Soviética y ella recuerda el horror que sintió cuando el líder checheno Dzhokhar Dudayev citó trabajos de su instituto para apoyar la independencia de Chechenia, durante la acumulación de tensiones que llevaron a una sangerienta guerra con Rusia.
«En ese momento me sentí como el inventor de la bomba atómica», afirma Dybo. Ella estaba tan preocupada de que su trabajo se usara con fines políticos, agregó divertida, que aprendió a redactar en un lenguaje intencionalmente abstruso para que «nadie supiera de lo que yo estaba hablando».
Esa sensación de riesgo político regresó en la Georgia post-soviética, señalan investigadores que documentan las lenguas pequeñas de la región. Aunque la resistencia a su trabajo se exprese con cortesía académica, detrás de ella se encuentra una aseveración de fuerza.
«El idioma es la indicación fundamental de la existencia de un pueblo», explica George Hewitt, académico de la Universidad de Londres especializado en el abjaso, lengua hablada en Abjasia, otra región separatista de Georgia. «Si una lengua muere, muere también su cultura. Y el pueblo se asimila.»
Queda una pregunta por responder en la calma que vino a raíz del cese de los combates: Dybo aún no recibe respuesta de una biblioteca de Tskhinvali, que guardaba un vocabulario magistral de la lengua oseta y que fue recopilado a lo largo de muchos años. Es un manuscrito único que no se transcribió a computadora.
Ella no está segura, pero dijo que piensa que el manuscrito fue quemado el 8 de agosto.