MARIANNE DE TOLENTINO
Gracias al Centro León, estamos viviendo una nueva experiencia en las relaciones entre el público y su asistencia a las exposiciones. Sigue allí la afluencia varias semanas después de la inauguración, a todas horas y todos los días, un fenómeno único en el país. Pero notamos algo más. Cuales sean el tema, la tendencia, la categoría de arte, la respuesta, fiel y convencida, no cambia
Podemos deducir de esa constante dos factores: la gente tiene plena confianza en lo que le van a ofrecer y lo acoge de antemano, y, por ese mismo diálogo, se va creando el hábito -feliz- de ir a las exposiciones, encontrando placer y enriquecimiento cultural. ¡Que el éxito corone la contemporaneidad radical de «Landing» y sus multimedias, como del arte sacro de Venezuela en el siglo XVIII confirma que es un asunto de calidad y de comunicación!. Por primera vez se presenta ahora una exposición de arte venezolano de inspiración y fines esencialmente religiosos, obras seculares hechas cuando todavía una identidad nacional parecía un sueño más que una prioridad.
Y sin embargo, elementos difíciles de definir pero que se perciben, daban a esos «pintores de oficio» una personalidad emocionante.
Si no podemos hablar generalmente de obras maestras, son cuadros y piezas que quisiéramos contemplar varias veces porque justamente cuando no impactan a primera vista, requieren de una atención prolongada: esta permitirá apreciar los denominadores comunes así como los detalles y expresiones.
Cualidades especiales
Una característica «anunciada» de las exposiciones temporales del Centro León es su museografía, labor de Pedro José Vega.. Cada evento cuenta con una concepción y una colocación que – otra vez emplearemos la palabra- dialogan con las obras, sus estilos, sus orígenes, sin que una escenografía cargante opaque el contenido. Y ello hubiera podido suceder en esta muestra por su misma naturaleza. Por el contrario observamos una pulcritud y una claridad destacando cuadros y objetos perfectamente distribuidos y alternados, para que el espectador asimile mensajes y motivos. El espaciamiento entre las piezas es perfecto e invita, por la amplitud de circulación, a mirar, seguir adelante y volver a mirar Al mismo tiempo, reina una solemnidad eclesial, transmitida por ese color rojo, tan cálido como impresionante. El clasicismo y la modernidad se funden. Cada tema, fruto de la curaduría experta de Jorge Rivas, cuenta con ámbitos propios, señalados por grandes cifras romanas e intitulados. Hasta en esta presentación, encontramos una marca atención por el aprovechamiento del visitante. Se suceden pues siete módulos Los primeros maestros: la transición entre dos mundos; Los talleres: la producción y sus métodos; más allá del lienzo: la pintura en los objetos cotidianos; La iglesia, cofradías y conventos: los grandes patrocinantes de la pintura, Intercambios: la influencia americana; La Escuela de Caracas: el germen de una identidad nacional en la pintura. Luego, es imprescindible mencionar el magnífico catálogo, regiamente ilustrado por las obras expuestas, que cuenta con un estudio excelente y extenso de Jorge Rivas, modestamente llamado «Breves comentarios sobre el Oficio de Pintor en Venezuela 1600-1822», y un texto sobre la Pintura religiosa en Santo Domingo en dos colecciones del siglo XVIII, de la autoría de nuestra mayor especialista en la materia, María Ugarte.
La parte didáctica, con la guía de actividades, reafirma el respeto y la consideración que se le tienen al público, la preocupación por educar, la costumbre positiva que se va comunicando mediante documentos bellos, en eco con las exposiciones.
De Oficio Pintor
«De Oficio Pintor», título de la exposición, llama inmediatamente la atención, ya que solemos referirnos al oficio como el «metier» -galicismo tolerado-, o sea la experiencia y la habilidad en la ejecución de la obra. Aquí alude a la poca creatividad de los autores y su repetición concienzuda de un modelo, a menudo impuesta tratándose de dictámenes de la Iglesia. Los califican de por tanto de artesanos, que se emplean a copiar y reproducir, sin comunicar a la pintura personalidad propia. Ya, en el siglo XIX, aparece una interpretación personal, con elementos locales, aunque , para los neófitos, hay que saberlo para apreciarla. Curiosamente, ese comienzo identitario puede coincidir con un toque «naïf», así en la deleitable y maniqueista «Divina Pastora» de Joaquín de Sosa, que incluye hasta la representación del pintor y unas ovejas «humanas» verdaderamente fabulosas.
Sin embargo, los sentimientos del pintor – o sea su impronta- se leen en la variedad/variaciones de las expresiones, los gestos y los accesorios. El parecido entre la Virgen madre y el Niño impresiona, hasta dar al infante cara de adulto, como en la serie Nuestra Señora de la Merced – o del Carmen-, atribuida a Juan Pedro López.
Tal vez la repetición de los modelos estimula para que nos fijemos en los sujetos secundarios y en los detalles.
Las figuras angelicales nos fascinan. El tratamiento de las manos y los dedos, el extremo cuidado puesto en los rasgos del rostro, el arreglo meticuloso de los ropajes son aspectos que no nos cansamos de mirar y admirar.
En varias de esas pinturas – pensamos especialmente en la «familia» José Landacta- el esmero y la ternura, lo real y lo místico se fusionan, la Inmaculada Concepción siendo una auténtica joya pictórica, mientras se desprenden una fuerza y una poesía singular de ciertos anónimos -Nuestra Señora de las Angustias por ejemplo.
El elegantísimo»San Miguel Arcangel», de un anónimo mexicano, y otras pinturas enseñan la maestría, que existía en México, Perú y Ecuador, pero ese breve paréntesis no desluce a la seducción de las obras mexicanas. Del Pintor del Tocuyo. el «San Miguel Arcangel entre San Francisco Javier y San Francisco de Asís», involuntariamente surrealista y moderno, quedará en la memoria visual. Por cierto los frailes ponen notas generalmente sombrías en este mundo hagiográfico
No creemos que, con «De Oficio Pintor» se haya saciado la sed de conocer la pintura secular y colonial venezolana Todo lo contrario, abre horizontes nuevos, y no tenemos duda de que la colección Cisneros puede reservar otras revelaciones, otras épocas, otras expresiones del riquísimo Arte de Venezuela.
Los apasionados del arte agradecen al Centro León su invaluable aporte a la memoria y vida artísticas en el Caribe y Latinoamérica.