En el cincuenta aniversario
del regreso de los Dominicos

En el cincuenta aniversario <BR>del regreso de los Dominicos

POR ÁNGELA PEÑA
Llegaron a erigir la nueva casa de los Dominicos, a dejar nombrado a su primer superior en la República después que se marcharon en 1822 por la ocupación haitiana y a demostrar al mundo que la bula fundacional de la Universidad de Santo Domingo no era mítica, sino real.

Aparte de su bien ganada fama de predicadores sagrados y de sus alforjas personales traían con ellos, desde Madrid, a un niño de diez años que cuidaron como suyo y que, con el tiempo, llegaría a convertirse en entregado sacerdote y consagrado historiador y maestro: el jesuita José Luis Sáez.

De aquella travesía en un cuatrimotor de Iberia que hizo escalas en Canarias, Cabo Verde y Puerto Rico, se cumplirán cincuenta años el próximo veinticinco de agosto. Los viajeros, fray Armando Tamargo, fray Acacio Fernández, fray Vicente Rubio y el menor Sáez aterrizaron ese día y ese mes de 1954 en un bimotor de Caribair en el aeropuerto General Andrews, de Ciudad Trujillo, donde les esperaban los padres diocesanos Remberto Cruz y Zenón Castillo de Aza, dominicanos. A los tres dominicos les acompañaría durante una breve temporada el padre Vicente Beltrán de Heredia, historiador de lustre del Convento de San Esteban, de Salamanca, con la misión de hacer la aclaración sobre la bula por lo que entre las gestiones iniciales de los religiosos estuvo una visita a Pedro Troncoso Sánchez y al reverendo Luis Posada, rector y vicerrector, respectivamente, de la Universidad Primada.

De todos los recién llegados a restablecer la orden sólo viven Acacio, en Estados Unidos, y en Santo Domingo, Rubio, que recuerda con asombrosa lucidez el hospedaje que les ofreció durante casi dos meses sister Mary Philip, del colegio Santo Domingo, las comidas que les preparaban doña Sibila López Penha y dona Elisa Peguero de Bello, la madre de monseñor Rafael Bello Peguero quien luego colaboraría con los reinstalados curas, dirigiendo el coro de los primeros cultos en el Convento.

Fray Vicente había estado antes en Valladolid como Ilustrísimo Predicador y el padre provincial, Fray Aniceto Fernández, lo llamó una tarde a las cuatro en punto para preguntarle si quería venir. “Le dije que sí”, declara el ya anciano sacerdote que entonces contaba treintiún años. Hoy tiene ochenta y uno y sobrevive a varias intervenciones quirúrgicas cardiovasculares pero luce vigoroso y exhibe una memoria espléndida. Sólo le afecta una sordera que atenúa con diminutos aparatos en el oído.

“Encontré el país muy pequeño, me tuvieron que decir que no, que era bastante amplio, no me gustaron las casas bajitas pues estaba acostumbrado a las altas, y me impresionó lo buena que era esta gente que enseguida vino a traernos cosas para comer”, relata. Le impactó, además lo bien que hablaban todos del dictador Trujillo, al que presentaban, dice, “como el non plus ultra. No teníamos verdadera idea de lo que realmente pasaba. Tamargo nos dijo que tuviéramos cuidado con lo que hablábamos, pero cuando se dio cuenta de la realidad comenzó a tirar algo los Viernes Santos, pero con mucha decencia”.

Rubio se convertiría, después, en el Predicador mas esperado de ese día por sus críticas directas al régimen lo que le costó persecución y acoso, aunque fue confesor de Angelita, la hija del sátrapa. “Trujillo me llamó, yo creí en él, y fue verdad que él hizo todo, después vino a comprenderse algo, pero ya había un plan tremendo contra el pueblo, un sufrir, un desaparecer. Ese último año fue terrible, vi a Johnny Abbes en la Catedral el mismo día que mataron allí a un señor, estaba sentado mirando a todos y yo aconsejé a todos que lo miraran a él, y se marchó. Mataron a un amigo mío y nunca se supo”, expresa.

Refiere la presencia del obispo Zanini en el país, el daño a sus vehículos, la necesidad acordada “de poner un poco de orden” y cuando se le toca el tema de la famosa Carta Pastoral denunciando los crímenes y arbitrariedades, calla. Se ha dicho que él tuvo participación en la redacción pero él dice que pasarán años para confirmarlo o negarlo.

RECARGADO DE ALTARES

De lo que sí habla entusiasmado el afable Fray Vicente es de la visita, el mismo día de su llegada, “al anciano arzobispo monseñor Ricardo Pittini, alto y tan escuálido que semejaba un esqueleto viviente”, pero “agudo, hábil, inteligente, de conceptos precisos y con una gran fluidez de palabra”. También describe el templo que encontraron.

“Quisimos ver enseguida el antiguo convento, fundado en 1510 por fray Pedro de Córdoba, fray Antonio Montesino, fray Bernardo de Santo Domingo y fray Domingo. Era grandioso, recio, severo. Se conservaba bastante bien, aunque recargado de altares e imágenes de moderna factura y escaso valor. El encalado de los muros era feo. En cambio, la capilla del Rosario resultaba un espléndido monumento del plateresco tardío. El claustro parecía más el patio de cualquier desvencijada casa de vecindad que el de un convento. Tres de sus tramos, con sus soportes, balaustradas, piso alto de madera carcomida, causaba penosa impresión”, rememora Rubio. Tan ruinoso conjunto, agrega, lo ocupaba el jesuita Diego Mateo de Celis “quien nos recibió con una gran simpatía”.

El treinta de agosto de 1954 celebraron allí una misa solemne que armonizaron y cantaron “las sisters” del colegio Santo Domingo, en la que el padre Tamargo fue investido como superior de la nueva casa por el padre Beltrán de Heredia.  Las sisters y las Dominicas Misioneras del Santísimo Rosario, españolas, les proporcionaron escritorios, sillas, camas, armarios y algunos víveres y, tras una limpieza general, los cuatro frailes de hábito blanco y negro se instalaron en el ala sur del claustro, el ocho de septiembre de ese año.

Dos días después, Beltrán de Heredia pronunció su conferencia en el aula magna de la Universidad, titulada  La autenticidad de la bula “In Apostolatus Culmine”, base de la Universidad de Santo Domingo, fuera de discusión, que la academia publicaría más tarde como una de sus monografías más apreciadas, manifiesta el padre Rubio en unos apuntes inéditos sobre el significativo cincuentenario.

Recuerda al agustino Maximino García, que convivía con ellos, evoca la primera celebración de la fiesta del Rosario de la Virgen Maria, con el mayor esplendor, los rosarios de la aurora, las prédicas vespertinas del padre Tamargo y el coro propio del Convento, formado por sesenta voces masculinas, dirigido por el entonces estudiante, luego doctor en Medicina, Rafael Bello Peguero.

La labor de los Predicadores se extendió al colegio Santo Domingo, donde el padre Acacio fue nombrado capellán, por su dominio del inglés, a la Universidad de Santo Domingo, en la que impartieron cátedras, al Instituto de Cultura Hispánica, a la investigación histórica, actividad que aun ocupa los días de este querido sobreviviente de aquellos evangelizadores, quien ha hecho suya la divulgación de la vida colonial dominicana.

Fray Vicente nació el once de febrero de 1923 en Béjar, Salamanca, hijo de Constantino Rubio y Baltazara Sánchez. Es el mayor entre Lino y Andrés, sus otros hermanos. Pertenece a  los Predicadores desde los dieciocho años y aunque ha transcurrido este medio siglo, sigue fiel al añoso Convento, hoy remodelado. Como aquel memorable mes de agosto de 1954, acude devotamente, todas las tardes, a oficiar misa.

En sus remembranzas y nostalgias está el largo inventario de compañeros idos y de otros jóvenes que veneran sus años, respetan su dedicación, admiran al acucioso investigador que no sólo domina la historia de Santo Domingo, sino la de su Orden, que detalla con inocultable orgullo:

“Existen fuertes vínculos entre la Orden de Predicadores y el pueblo dominicano. La antigua Hispaniola fue nombrada comúnmente Santo Domingo; la misma capital de la nación ostentó por cuatro siglos este nombre; ambas tenían a Santo Domingo de Guzmán, fundador de los Dominicos, por patrono. Mas aún, el vetusto convento de los Predicadores,  fue el primero que la Orden estableció en el Nuevo Mundo, en 1510, y sobre todo, gracias a los Dominicos, también aquí se fundó, en 1538, la primera Universidad que vieron las tierras americanas”.

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