En el corazón de la Pampa

En el corazón de la Pampa

Los pueblos y las ciudades de la provincia de Buenos Aires surgen como maquetas diminutas abrazadas por cielos majestuosos y un horizonte verde e incansable que se llaman «pampa». Todos parecen, a simple vista, iguales. Y todos son, bien mirados, diferentes. En el sudoeste de la provincia de Buenos Aires, a poco más de 500 kilómetros de la Capital Federal, en una de las regiones más productivas del país, se asienta Coronel Pringles. Allí, la pampa comienza a tomar altura y en el horizonte, con timidez, asoma el sistema montañoso de Ventania.

Entrando por la ruta 228, Pringles da la bienvenida con un edificio sorprendente, que por su tamaño oculta la vista del pueblo. Tributario de un llamativo Art Déco, esta obra del arquitecto Francisco Salamone mira hacia la ruta, pero toda la actividad se despliega a sus espaldas, donde curiosamente crece el pueblo.

Sus edificaciones bien conservadas, sus veredas limpias y sus calles espaciosas parecen construidas en un virtual jardín. En otoño, los crespones florecidos son pinceladas frescas, y las acacias rojas y los tilos ponen su toque desnudo. El tiempo parece detenido: una anciana en la vereda, un jinete de boina y bombacha. Pero también la modernidad se impone, con sus motocicletas, camionetas de doble tracción y teléfonos celulares.

Pringles, que lleva ese nombre en homenaje al militar que fuera ayudante de campo del General San Martín y que muriera en la campaña del Perú, tiene varios atractivos para todos los gustos. La ciudad, pequeña y amigable, alberga cinco museos, algunos de ellos muy particulares. El Museo Flesia, homenaje al primer maestro de Pringles, funciona en una casa centenaria. Los museos de Arqueología e Historia y el de Ciencias Naturales reúnen colecciones de planos y croquis antiguos, armas, fotografías, fósiles, animales embalsamados, urnas funerarias indígenas y más.

En la Casa de Cultura, otro antiguo y muy bello edificio de 1889, funcionan los museos Pillahuincó y de Bellas Artes. Además de sus colecciones de pintura, dibujos, grabados y esculturas de artistas argentinos contemporáneos se pueden visitar el increíble Patio de los «árboles Históricos y la Galería de los Símbolos Pringlenses. Su estructura original exhibe mosaicos, canceles, ornamentos y columnas que son testimonios de una época y de un estilo de construcción de finales del siglo XIX.

Pringles, curiosamente, no tiene una plaza principal alrededor de la cual gira la vida doméstica. La particular disposición del palacio municipal y uno de los costados de la Iglesia de Santa Rosa de Lima –construida en 1890, sobre un gran parque de dos manzanas– no permiten la habitual «vuelta del perro».

Otro punto de la ciudad que merece ser visitado, a cinco cuadras del «centro cívico», es un viejo almacén de principios del siglo XX, que exhibe con orgullo un cartel en su frente que reza: 1903-2003. El local, que conserva sus pisos de madera y sus gigantescas estanterías de productos sueltos, es un verdadero almacén de ramos generales: comestibles, bebidas, bazar, corralón, ferretería y casa de materiales. Una vieja registradora de números enormes y palancas ruidosas convive con una maquinita digital que, sin esfuerzo, suma y da los tickets a los clientes.

En las calles, muy bien señalizadas, hay indicación de hitos que participan de la memoria del lugar. En las veredas de piedras, sobresalen los ganchos clavados en el piso donde solían atar a los caballos y hoy sirven para asegurar bicicletas o motos, si alguien en el pueblo pensara que sus bienes corren peligro. Pero eso no parece suceder.

La pampa, con su generosidad, se ofrece como alternativa. Cerca del casco urbano, junto al arroyo Pillahuincó, está el Balneario Municipal, que se disfruta en verano. El resto del año es una alternativa de paseo al aire libre. Lo mismo que el Dique y Lago Paso de las Piedras, rodeado por un bosquecillo de eucaliptos, casuarinas y otras especies. Las 4.000 hectáreas de área protegida concentran un imponente lago artificial que refleja los valles y el horizonte serrano y sus arroyos.

Ese campo es ideal para el avistaje de aves y animales silvestres. Perdices, teros y calandrias; águilas y aguiluchos; gavilanes y halcones son algunas de las especies que colorean el cielo. Los amantes de las zonas serranas, con algo de suerte, pueden espiar a algún puma, ciervo, jabalí y hasta caballos salvajes. En las zonas de lagunas, bañados y arroyos sobreviven lagartos y nutrias, especies actualmente protegidas.

A pocos kilómetros de Pringles hay una localidad cuyo nombre despierta la imaginación: Indio Rico. Es un pequeño poblado de 1.200 habitantes que heredó una estación de tren de 1929, un almacén de ramos generales que resiste y una pequeña iglesia que deja llevar sus campanadas al viento pampeano.
Fuente: Diario Clarin – Turismo 

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