Volvemos a encontrarnos con la criminal crueldad del racismo. ¿Hitler otra vez? ¿Razas superiores? ¿Retorno al exterminio por odio? Pienso en la posible existencia de una mal disimulada envidia al indiscutible talento judío, al cual se le deben prácticamente todas las creaciones de la ciencia, de las artes, de la filosofía, de las habilidades comerciales, la política y la disciplina.
Una enorme cantidad de los logros de la mente, de la inventiva y la inspiración están vinculados a la creatividad judía. Pensemos en Einstein, Wagner, Freud, Marx, Alan Greenspan… La férrea disciplina alemana es, en realidad, judía. También lo es su crueldad.
El genial músico judío argentino Daniel Barenboim publicó en 1999 un artículo en “Die Zeit” donde considera “intolerable pensar que, a la entrada de un nuevo milenio, Oriente siga siendo lo que ha sido durante el siglo xx: un barril de pólvora, una tierra de odio en la que los pueblos buscan la supremacía nacional”.
En el verano de 1999, Barenboim creó una orquesta en la que jóvenes judíos y palestinos “tocan juntos como si lo hubieran hecho toda la vida”. Lo estima totalmente posible, siempre que los políticos se interesen en crear unidad y comprensión, en lugar de fortificar el odio y la ambición de supremacía regional.
Ahora tenemos (sí… tenemos) un desconcertante presidente de los Estados Unidos, Mr. Trump, que promueve la idea de que los norteamericanos constituyen una raza superior, WASP (white, anglosaxon, protestant) y quien no pertenece a ese grupo es inferior y despreciable.
Lo que menos podía uno pensar es que tras la presidencia de un afroamericano como Obama, que lucía un gran paso de avance hacia la auténtica democracia, resurgiría el odio racial, el menosprecio y los insultos a los ciudadanos norteamericanos de origen latino, esos laboriosos personajes que se ganan honestamente la vida, ya sea realizando trabajos pesados o esforzándose en alcanzar una notable educación superior, demostrando a la vez el orgullo de dar su sangre y su vida a las vanguardias de las Fuerzas Armadas del país que los acogió en tiempos difíciles, manteniendo intacto el amor y el orgullo por sus orígenes.
Y hablando de orígenes, los de los países latinoamericanos son muy interesantes. Sus culturas precolombinas eran tan avanzadas que no se explica uno cómo en aquella época lograron construir con tal exactitud y sin la tecnología actual las pirámides, calles, acueductos y pueblos, el calendario y tantas otras muestras de sorprendentes habilidades.
El caso es que cada cultura tiene particularidades valiosas que aporta dondequiera que va. Que el ser humano es el mismo en el fondo y lo que nos hace diferentes nos enriquece y permite que el mundo siga desarrollándose, intercambiando, evolucionando. Ya no es tiempo de atrocidades hacia un grupo u otro, ya se trate de judíos -como ocurrió en el pasado- o de latinos, o negros u otros grupos. El mundo cambió, es tiempo de aceptación y respeto. De equidad y trato justo para unos y otros. Tiempo de justicia y temperancia. De intercambio, porque la interconexión e interdependencia es característica de la sociedad y del mundo.
Mirar atrás, solo es válido para evitar cometer los mismos errores; echar atrás en el terreno ganado para bien de las mayorías no debe ser una opción. Nunca más.
Como Barenboim, estimo que es totalmente posible la armonía entre los pueblos, siempre que los políticos se interesen en crear unidad y comprensión, en lugar de fortificar el odio y una ambición de supremacía…
A todas luces absurda.